ARIA
La verdad, no estoy acostumbrada a tener tanto tiempo libre. Antes apenas podía permitirme un respiro y ahora me sobra. Me parece extraño que nadie me haya asignado tareas administrativas u otro tipo de trabajo.
Desayuno, perdida en mis pensamientos, cuando Melia se acerca y se sienta a mi lado. Parece que ya ha desayunado, porque no lleva bandeja. Me mira con una expresión divertida y dice:
—Hoy vamos a elegir el vestido para la boda. La modista y algunas hembras mayores nos esperan en unos veinte minutos. Puedes terminar tu desayuno tranquilamente, no te preocupes.
Asiento con un gesto mientras sigo comiendo, pero mi tranquilidad se desvanece cuando Elisabeth hace su entrada triunfal en el comedor, seguida por su séquito. Su mirada llena de desdén no pasa desapercibida para Melia, que frunce el ceño.
—Esa chica… me odia —comento en voz baja.
—Ah, no te preocupes… —responde Melia con aire despreocupado—. Es porque quiere estar con mi hermano. Su padre insiste en que estén juntos. Los han juntado más de una vez.
—¿Entonces el comandante estuvo con ella? Si es así, entiendo su enfado… —digo, suspirando.
—No, mi hermano nunca estuvo con ella.
—Ah…
Tras un breve silencio, Melia y yo nos dirigimos al vestidor. Allí nos esperan la modista de la manada y algunas hembras mayores. La modista ya ha dispuesto varios vestidos para que los pruebe. Cada uno de ellos parece más atrevido que el anterior: ajustados al cuerpo, marcando cada curva de mis caderas, o con escotes profundos que roban la atención. Son hermosos, pero me resultan demasiado provocativos. Se van a reír de mí, pienso inevitablemente.
Melia, que observa cada prenda con interés, no puede contenerse y pregunta:
—¿Qué te parecen?
—Son demasiado provocativos… No sé si me quedan bien.
Una de las hembras mayores, sin paciencia para mi inseguridad, interviene:
—Niña, es tu boda. No puedes ir vestida como si fueras a un funeral. El objetivo es que tu macho te mire y no pueda resistirse. Por eso también hemos preparado ropa interior acorde con la ocasión.
Melia estalla en carcajadas al ver mi cara de desconcierto. Yo, en cambio, me siento como un tomate maduro de lo roja que me pongo. No había pensado en la noche de bodas… ¿Él vendrá? No creo. Para él, esta boda es un simple trámite administrativo.
No tengo nada de lo que preocuparme… ¿verdad?
Al final, escojo el vestido menos revelador de todos: un vestido blanco elegante, con detalles de encaje en las mangas y el escote. Es largo y se ciñe ligeramente a las caderas, resaltando mi figura sin ser demasiado osado.
De regreso a la casa de la manada, Melia y yo nos encontramos con Elisabeth en el pasillo.
—Me han contado que ya elegiste el vestido de boda… —comenta, con un tono cargado de veneno.
—Sí —responde Melia con entusiasmo—. Es precioso.
—Bueno, es una verdadera lástima que un vestido de Sami se lo ponga alguien como tú… tan poca cosa… —dice Elisabeth, con una sonrisa maliciosa.
Mantengo mi máscara de indiferencia y le respondo con calma:
—Qué le vamos a hacer…
No voy a caer en su juego, y mi tono lo deja claro.
De repente, el ambiente cambia por completo. El aire se torna pesado y los murmullos se extinguen. El comandante entra en el comedor. Su energía de Alfa es abrumadora, y todos los presentes lo sienten. La presión en el ambiente hace que algunas hembras inclinen ligeramente sus cuerpos.
—Hembras… dejad de hablar de cosas innecesarias.
Ha escuchado toda la conversación.
Su voz es fría y autoritaria, y su mirada seria recorre a cada una de nosotras. Sin añadir nada más, se gira y sale del comedor, seguido por algunos guerreros.
Elisabeth, visiblemente avergonzada, sale corriendo tras él.
Melia, en cambio, no puede contener una sonrisa pícara. Me mira y suelta una risita.
—Bueno, eso fue interesante… —murmura divertida.
Esa noche apenas consigo dormir pensando en la ceremonia. Es difícil creer que estoy a punto de casarme, especialmente porque nunca me he enamorado. El amor siempre ha sido un concepto distante, algo que conozco solo a través de otros, pero jamás he sentido en mi propia piel. De niña comprendí que el amor, en cualquiera de sus formas, no sería parte de mi destino.
Con un padre calculador como el mio, tuve claro, demasiado pronto, que mi matrimonio no será más que una herramienta para sus propios fines.
Entre las familias de alto rango en las manadas, eso es lo habitual: un matrimonio por conveniencia.
En el pasado, se hablaba de parejas predestinadas, almas gemelas destinadas a encontrarse, pero ahora no son más que historias olvidadas de otra época. Actualmente, los matrimonios surgen por alianzas estratégicas, dejando el romanticismo fuera de la ecuación.
Cuando una pareja se casa, el vínculo se formaliza tanto en su forma humana como en su forma lobuna. La unión humana representa el compromiso público, visible y celebrado por todos. En cambio, la unión lobuna es mucho más intensa y primitiva, un lazo instintivo que profundiza la conexión entre ambos. De esta forma, las emociones y las hormonas, especialmente durante el celo, pueden dominar tanto al macho como a la hembra, haciendo que la unión sea casi salvaje. Sin embargo, si el matrimonio es meramente un acuerdo burocrático y carece de amor genuino, la unión lobuna puede ser débil o incluso inexistente, dejando el vínculo incompleto.
Además, en la unión lobuna ocurre un ritual muy importante: la marca. Es un acto simbólico y físico en el que el macho marca a la hembra, y ella hace lo mismo con él. Este intercambio es un recordatorio imborrable de su unión. Es un gesto que sella el compromiso.
En la ceremonia de mi boda no solo me uno al comandante, sino también a su manada. Este vínculo con mi nueva manada tiene un peso especial, ya que la energía del alfa fluye a través de todos, y esa fuerza inevitablemente me influirá.
Es posible que el nuevo vínculo con la manada Sombra Nocturna rompa el vínculo con mi anterior manada. De esta manera no seré influida por el Alfa Lucciano.
Me enfrento a todo esto con una mezcla de incertidumbre y resignación.
¿Como será mi vida a partir de ahora?