CAPÍTULO 1: Aria
ARIA
Hace dos años…
En la sala de reuniones de la manada Luna Menguante se reúnen las figuras más importantes e influyentes, cada una ocupando su lugar con una presencia imponente. En el centro de la gran mesa se encuentran los guerreros de la manada, en su mayoría machos, aquellos a quienes se respeta y, a veces, se teme; su sola presencia llena el ambiente de autoridad y reverencia. También están los lobos de linaje antiguo, con características físicas y psíquicas superiores al resto. Estos hombres y mujeres lobo se encargan de la política y la administración junto al Alfa y su heredero, quienes gobiernan sobre todos.
Y, aunque parezca increíble, yo también estoy allí… observando a estos imponentes lobos mientras intento, sin mucho éxito, descifrar qué he hecho para terminar en medio de tanta solemnidad.
¿Habrá perdido alguien una apuesta o simplemente necesitaban un relleno de último minuto?
Las mentes más brillantes de la manada discuten sobre asuntos de dinero mientras mi maestro los observa con el ceño tan fruncido que parece que sus cejas podrían unirse permanentemente. Este hombre lobo estricto, de melena larga, blanca y reluciente, me ha enseñado todo sobre la administración de la manada: redacción de contratos, gestión de recursos y un sinfín de tareas igual de emocionantes.
La sala es un mar de rostros graves y discusiones intensas, especialmente cuando se trata de dinero. Hay murmullos sobre negocios fracasados, proyectos que se han desmoronado antes de despegar, fugas de capital…
Todo me parece más aburrido que ver crecer la hierba. Después de todo, la manada siempre me deja de lado, así que ¿por qué debería importarme ahora?
Intento no perderme en mis pensamientos cuando mi maestro levanta la voz, buscando a alguien con la mirada, y dice con contundencia:
—Bueno, ¿alguien me va a decir por qué mi aprendiz está aquí?
El Alfa Lucciano es el primero en hablar, y su voz resuena con autoridad en toda la sala:
—Como sabes, el conflicto en los lindes de nuestra manada se agudiza cada día. La falta de recursos ha obligado a reducir las patrullas, y eso nos impide mantener una vigilancia continua.
—¿Y qué pinta Aria en todo esto? —interrumpe mi maestro, con un hilo de ironía en la voz.
Pero enseguida se tensa. Algo en la mirada del Alfa le advierte que ese tono no es apropiado. La atmósfera se vuelve pesada y siento todas las miradas clavarse en mí, sobre todo la de mi padre, que actúa con indiferencia.
Es el hombre lobo más frío y autoritario que he conocido, o quizá solo conmigo. Claro, ¿cómo no iba a ser así? Soy la hija de la Omega, esa mujer que lo embrujó.
Él mismo lo ha dicho con desprecio delante de toda la manada: se acostó con mi madre porque, según él, “no estaba en sus cabales”, y de esa noche de locura nací yo: una hija ilegítima.
Injusto.
No soy yo quien debería cargar con las consecuencias de su “pequeño desliz”. Pero aquí estoy, lidiando con su mal humor y su incapacidad para aceptar la realidad.
Lo odio.
Odio su desprecio hacía mí, su indiferencia y cómo su propia falta de amor me recuerda que ni siquiera merezco su atención.
Para mi familia, soy poco más que una sombra y mi padre siempre hace claras distinciones entre mis hermanos y yo.
Desde que tengo memoria, me muevo bajo sus órdenes, sin voz ni voto.
La voz firme del Alfa me saca de golpe de mis pensamientos:
—Creemos que lo más conveniente es enviar a Aria, acompañada por algunos guerreros, a visitar la manada Sombra Nocturna y persuadirlos de renovar el tratado de paz entre nuestras manadas —dice, lanzando una mirada calculada a los presentes, buscando señales de aprobación—. Necesitamos que estén de nuestro lado si vamos a pedirles que protejan el territorio colindante a la zona irregular.
Mis pensamientos giran a mil por hora.
¿Yo? ¿Encargada de negociar con otra manada? La idea es absurda. ¿Acaso soy alguna loba diplomática?
Si lo soy, desde luego no lo sé, y no se refleja en mi sueldo. Porque eso es lo que todos necesitamos, ¿no? Una mujer loba sin autoridad ni habilidades diplomáticas que se atreve a pedir ayuda a la manada más intimidante de todas.
Esto parece una broma de mal gusto. Si voy al territorio de Sombra Nocturna, ¿cómo convenzo a los líderes de esa manada, conocidos por ser difíciles y…un poco sanguinarios?
Lo sé: nadie quiere encargarse de esta misión. Me envían a mí como cabeza de turco. Si algo sale mal, las consecuencias caeran sobre mí.
Un grito ensordecedor rompe el silencio.
Es mi maestro: “¡No!” clama con todas sus fuerzas, como si intentara detener lo inevitable. La escena que sigue es un choque de voluntades: el Alfa, enfurecido, lo agarra del cuello mientras la rabia enciende su rostro.
—Ella hará lo que le diga su Alfa —tronó la voz de mi padre, cargada de autoridad.
—¡No puede ser, Beta! Ella no es diplomática ni tiene experiencia… solo es mi ayudante ¿No hay nadie mejor preparado para esto?
—Esta es mi decisión —sentencia el Alfa, con frialdad implacable.
El ambiente se vuelve tenso cuando el Alfa golpea a mi maestro en el estómago, recordatorio brutal de que ningún lobo de la manada se atreve a contradecirlo, ni siquiera alguien respetado como él.
Por primera vez en toda la reunión, el miedo me invade. Oscuros pensamientos cruzan mi mente: si digo que no, ¿qué pasará con las personas que quiero? De algo estoy segura: mi madre y el cachorro sufrirán las consecuencias si me niego.
La tristeza en los ojos de mi maestro me confirma algo: el Alfa no está pidiendo permiso; simplemente me está informando de lo que ya ha decidido.