ARIA
Estos últimos días, Melia me ha estado enseñando el territorio de Sombra Nocturna y me he divertido mucho.
Eso es algo nuevo para mí.
En mi propia manada no tengo una conexión cercana con ninguna hembra, ni siquiera con mi hermana. La mayoría de ellas se reúnen para charlar y compartir, mientras yo estoy tan absorbida por mis responsabilidades que apenas tengo tiempo para salir con amigos.
A pesar de las reuniones agotadoras y las miradas llenas de desdén que me lanzan los miembros de la manada, esto se siente como unas vacaciones—o algo así.
Paso varios días deambulando por el territorio, y no puedo evitar pensar que a Marcus—el cachorro que estoy cuidando— le encantaría estar aquí.
Esta manada no es cómo me la habían pintado: el territorio está excepcionalmente cuidado y los habitantes se ayudan mutuamente; parecen genuinamente felices y, a pesar de ser estrictos y muy serios, no me parecen sanguinarios.
Camino distraída, sin prestar demasiada atención, hasta que de pronto choco contra algo tan duro como una roca. Al levantar la vista, me encuentro con unos ojos oscuros que me observan con desconcierto.
Es el Comandante. Desvía la mirada, carraspea y, tras un breve silencio, dice:
—Hembra, ¿qué haces aquí?
—Solo paseo, ¿no puedo? —respondo, intentando sonar despreocupada.
Él duda un momento antes de contestar:
—Sí, pero no te metas en problemas, o tendré que vigilarte… o quizás encerrarte. No voy a permitir que husmees por nuestro territorio.
—No te preocupes, Comandante. No soy una espía que intenta descubrir todos los secretos de la poderosa manada Sombra Noctura...
El comandante rueda los ojos, claramente exasperado. Luego se vuelve hacia sus compañeros, les hace un gesto para que se marchen, y se inclina hacia mí con voz grave:
—No digas que no te lo advertí.
Con esas palabras, se da la vuelta y se aleja, dejándome atolondrada. No creo que se dé cuenta de lo penetrante que puede ser su mirada.
Cuando me dispongo a ir a la zona común en busca de algo de comer, Melia me llama con un gesto de la mano, invitándome a acompañarla al lago Sení, uno de sus lugares favoritos del territorio.
Melia me lanza una sonrisa pícara.
—Vamos a pasar cerca de la zona de entrenamiento. ¿Quieres verla? Es ideal para ver chicos sexys.
Una risa involuntaria se me escapa. Después de todo, una no es de piedra.
Al llegar, no puedo evitar fijarme en los hombres que entrenan. Hay una gran cantidad de guerreros, incluso cachorros, todos en excelente forma, con músculos definidos y una confianza natural en sus movimientos. Sin embargo, uno capta especialmente mi atención: Don Mirada de Hielo.
He decidido llamarlo así.
El comandante de Sombra Nocturna se mueve con un porte imponente y una mirada feroz.
Seik se enfrenta a su beta en un combate de práctica. Sus movimientos son precisos y fluidos, una danza de fuerza y destreza. La manera en que esquiva los ataques de su oponente y contraataca con agilidad es hipnotizante. Cuando finalmente logra desarmarlo, un destello de satisfacción cruza su rostro y hace que mi corazón se acelere.
Melia, a mi lado, se da cuenta de mi fascinación y sonríe con malicia.
— Te lo dije.
De pronto, noto un tirón en la ropa. Al girarme, me encuentro con algo inesperado: una vaca gigante, con mirada curiosa y una lengua enorme colgando.
El terror me invade.
¿Qué hace una vaca aquí? Retrocedo, pero ella avanza con determinación, como si hubiera decidido convertirme en su desayuno.
—¡No, no! —exclamo, dando un paso atrás.
El miedo me paraliza. Soy una cambiaformas, pero nunca me he enfrentado cara a cara a una vaca.
La escena roza lo absurdo.
La vaca sigue acercándose, ignorando mis intentos de apartarme. Melia, al ver mi lucha con el animal, no puede contener la risa.
—¡Aria! ¡Es solo una vaca! —grita entre carcajadas, doblándose de la risa.
En ese instante, Don Mirada de Hielo se acerca con expresión incrédula. Sus ojos se agrandan al verme retroceder ante la vaca.
—¿En serio? —arquea una ceja—. ¿Una vaca te asusta?
Mi rostro arde de vergüenza.
Intento aparentar valentía, pero la vaca está tan cerca que es imposible no estar en tensión.
—No subestimes a una vaca, ¡es un animal grande y fuerte! —protesto, tratando de recuperar algo de dignidad, mientras la vaca mueve la cabeza y se aleja con calma.
Las risas de los guerreros estallan a mi alrededor, y juro que, en un instante fugaz, las comisuras de los labios de Seik se alzan apenas.
Con el corazón aún acelerado, intento olvidar la escena más humillante de mi vida.