CAPÍTULO 4: Alborotadora

797 Words
SEIK Después de la reunión con mi padre, mis compañeros y yo nos dirigimos a la sala de armamento. El lugar es amplio, austero, repleto del equipamiento necesario para las inspecciones semanales de nuestro territorio. El bullicio de risas y planes para la noche resuena a mi alrededor cuando mi beta se acerca; su expresión seria contrasta con el ambiente festivo. —¿Seik, tienes un momento? —pregunta en voz baja, apenas audible entre las carcajadas. Delante del resto de la manada me llama Comandante, pero cuando estamos a solas prefiere usar mi nombre, como cuando éramos niños. —Dime, Roberto —respondo con voz cansada. Ha sido un día duro. —¿Cuáles son los planes del Alfa Axel con la manada Luna Menguante? —pregunta con firmeza. —No lo sé —admito, preocupado. No me gusta tratar con miembros de otras manadas, menos aún con los de Luna Menguante. Están obsesionados con aparentar riqueza y poder, mientras descuidan el bienestar de los suyos. Se rumorea que el heredero y su séquito dilapidan su fortuna, mientras los demás—de clase baja y media— sufren impuestos exorbitantes. Esa arrogancia disfrazada de sofisticación me resulta insoportable. Y luego está esa hembra… ¿cómo se atrevió a replicarme? Su audacia me irrita; ¿acaso me estaba desafiando esa pequeña mujer loba? Por otra parte, no puedo ignorar que, después de tanto tiempo, volví a escuchar la risa de mi hermana Melia. Una risa que he echado tanto de menos, alegre, contagiosa. Aunque me frustra esa hembra imprudente, no puedo evitar pensar que, tal vez, el caos que traerá la negociación del tratado no sea del todo negativo. *** A la mañana siguiente me dirijo a la zona de entrenamiento. Desde lejos, la veo: está sentada bajo un árbol, con la espalda apoyada en el tronco, absorta en un libro. Luce tranquila, relajada. Pero pronto otra figura se acerca: mi hermana Melia. Le dice algo y ambas sueltan una risa demasiado sonora para mi gusto. Me sorprende ver que mi hermana disfrute con la compañia de la hembra alborotadora. Las observo en silencio. Hacía mucho que no veía a mi hermana tan animada desde lo ocurrido hace cuatro años. Su sonrisa me provoca una mezcla de alivio y curiosidad. Es raro que Melia se acerque a hablar con otra hembra… y más raro aún que parezca cómoda con ella. A los pocos minutos, ambas se levantan y se alejan juntas por el sendero que conduce a la mansión del Alfa. Después de un par de horas de entrenamiento intenso, noto que la fatiga comienza a apoderarse de mi grupo. Es momento de terminar y tomar una buena ducha. Cuando por fin salgo, me siento renovado, listo para la reunión privada con el Alfa y los ancianos. Me visto rápidamente y camino hacia la zona común en busca de algo de comida. En el camino me encuentro con Roberto, que se une a mí. Al cabo de unos minutos percibimos un alboroto inusual. Me acerco y escucho a un joven macho hablar con rudeza: —Hembra… no eres la más indicada para hablar. Apostaría a que los tuyos te mandaron aquí para usar tus encantos con algún lobo importante de Sombra Nocturna, esperando que eso les ayude a conseguir la renovación del tratado. Si no, ¿por qué enviarían a una hembra cómo tú?—la mira de arriba a abajo con un deje de desprecio. Me acerco un poco más y distingo a Carles en el centro de un grupo de soldados jóvenes de nuestra manada que observan la escena con atención. Frente a Carles distingo a mi hermana… y a la hembra alborotadora. La voz de Carles retumba en la sala, lo bastante alta para que todos la escuchen. ¿Ya se está metiendo en problemas? Ella intenta mantener la calma, aunque en sus ojos hay una tristeza que me incomoda más de lo que quiero admitir. Me detengo unos segundos, evaluando la tensión que se palpa en el aire. Uno de mis guerreros murmura en voz baja: —Comandante… De inmediato, todos los guerreros a mi alrededor se alinean con una sincronía impecable. Enderezan la espalda, golpean con fuerza el puño contra el pecho y bajan la cabeza en señal de respeto. El silencio se vuelve solemne, y la energía que emana de ese saludo colectivo deja claro que no es un gesto cualquiera, sino la reverencia que se le rinde a un comandante. Sin pensarlo más, avanzo hasta quedar frente al muchacho y, con voz firme, pronuncio solo tres palabras: —Carles, ven aquí. Mi tono suena más duro de lo habitual. Veo cómo la sangre se le escurre del rostro; sus ojos se abren como platos. Exacto. Justo la reacción que buscaba.
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