ARIA
Estoy nerviosa.
El gran día se acerca: mañana es mi boda.
Todavía me cuesta aceptarlo. Todo está casi listo. Melia, con su entusiasmo inagotable, se encarga de los últimos detalles. Dice que organizar bodas la emociona, aunque para mí es agotador.
Las ceremonias de unión entre compañeros no tienen que ser ostentosas, pero tratándose del hijo del Alfa, la lista de invitados parece interminable y hay demasiadas decisiones que tomar.
Melia aparece con un grupo de hembras veteranas que reúnen conmigo para discutir sobre la comida y bebida que se servirá después de la ceremonia. No tengo ningún interés en esas cosas, pero para ellas parece un asunto de vida o muerte y hablan con una seriedad pasmosa, debatiendo entre vinos, sabores de pasteles y hasta la textura de los aperitivos. ¿ A quién le importa la textura de los aperitivos?.
—El vino tiene que ser dulce, no fuerte. A los jóvenes les encanta algo más ligero —dice una.
—Sí, pero que no falte el tinto, los machos siempre lo toman —replica otra con tono de experta.
Por mi parte, asiento mecánicamente, como si realmente siguiera la conversación, pero mi mente está en otra parte.
Una de las veteranas, Helena, me mira con picardía y llama mi atención.
—¿Ya te probaste la ropa interior?
Todas me miran expectantes. Quieren saber mi respuesta.
—Eh… claro —miento, fingiendo naturalidad.
, pienso en silencio.
—No es muy cómoda, la verdad.
Otra veterana interviene con un tono travieso:
—Bueno, cariño, tu objetivo es no llevarla puesta mucho tiempo… ¿no crees?
Todas ríen y asienten, mientras Melia me lanza una sonrisa cómplice.
—Aria, te daré una crema especial para tu zona íntima —añade ella—. Te ayudará. Ya sabes cómo son los machos…
—Sí, gracias —respondo, sintiendo cómo el calor sube a mis mejillas mientras mis manos empiezan a sudar.
—Si el macho insiste demasiado, tendrás que ponerte seria y dejarle claro que pare... O de lo contrario, te despertarás al día siguiente muy adolorida intimamente. Los machos son insaciables.
Intento mantener la compostura, pero mi mente divaga, recordando el día en que entré en su habitación y vi su torso desnudo.
El Comandante posee un físico impresionante, imposible de pasar por alto para cualquier hembra. Por más que intento distraerme, mis pensamientos insisten en volver a él… y a su cuerpo.
En mi manada, los lobos de Sombra Nocturna no son populares; muchas hembras dicen que son agresivos y les temen. La primera vez que vi a sus guerreros me intimidaron, y con el comandante no fue diferente. Serios, disciplinados, reservados... quizás por eso imponen tanto.
—¿Aria? —una de las veteranas carraspea, devolviéndome a la realidad.
—¿Eh? Ah, sí… lo siento.
—Te estamos diciendo que no tardes en ir al dormitorio después del banquete. Así tendrás tiempo para prepararte antes de que llegue el hijo del Alfa.
—Claro… —murmuro, sintiéndome realmente avergonzada.
Cuando la reunión termina, siento que mi cabeza va a explotar. Es demasiada información en tan poco tiempo. Necesito algo dulce para relajarme, así que me dirijo a la despensa. Allí encuentro chocolate, palomitas y cacahuetes. No lo pienso dos veces: tomo todo lo que puedo cargar y salgo con las manos llenas.
Por el pasillo oigo voces.
Me reprocharían por no cuidar mi físico antes de la boda.
Pero, ¿realmente estoy haciendo algo malo? No voy a esconderme como una cachorra que hace una traversura.
Solo necesito un pequeño capricho asi que me convenzo de que no debo avergonzarme y sigo caminando con determinación.
Las voces resultan ser de un grupo de guerreros. Entre ellos están el comandante, Roberto, Kael, Sebastián y algunos más. Cuando me ven, sus miradas se fijan en mí. Roberto es el primero en acercarse.
—Vaya, qué hambre… —dice mientras me quita una chocolatina de las manos.
Frunzo el ceño, molesta.
Sebastián y los demás se unen al juego, arrebatándome más cosas. Como siempre, el comandante se limita a observarme con su expresión inescrutable.
Cuando Roberto me quita mi chocolatina favorita, no puedo contenerme.
—¡No, esa no! —protesto más alto de lo que planeaba. En cuanto me doy cuenta, me ruborizo.
Roberto se ríe.
—¿Te gusta mucho? Pues ahora yo también la quiero.
Mi desesperación debe notarse en el rostro, pero no pienso rendirme.
—Es mía. Solo queda esa.
Noto cómo el Comandante se tensa. <¿Le estoy molestando?
Kael interviene entonces, quitándole la chocolatina a Roberto y devolviéndomela.
—Toma, Roberto solo quiere molestarte.
—Gracias —le sonrío con gratitud.
Cuando todo parece calmarse, aparece Elisabeth, como si surgiera de la nada. Camina directamente hacia el Comandante, ignorando al resto. Al pasar junto a mí, me lanza una mirada y una sonrisa socarrona antes de acercarse a él.
, pienso exasperada.
Vuelvo a ponerme mi máscara de indiferencia. No puedo permitirme mostrar lo que siento. Es mejor fingir que la situación no me importa.
—Me voy —digo, cortando el momento. Los demás me despiden con un gesto, y me alejo tratando de ignorar el nudo en mi estómago.
No tengo derecho a sentirme así. Esto es solo un matrimonio arreglado, nada más.
…
Voy al gimnasio con la intención de correr un rato y despejar mi mente, pero por más que lo intento, mis pensamientos siempre vuelven al mismo punto: Elisabeth. Lo que realmente me molesta no es su presencia… es su descaro. Su incapacidad de disimular que va a por él, incluso cuando yo estoy ahí.
No se corta en lo más mínimo. No para de lanzarle indirectas delante de mí, como si yo no existiera. Como si este matrimonio no significara absolutamente nada para los integrantes de la manada Sombra Nocturna.
Una parte de mí sabe que no debería importarme. No tengo derecho a sentirme así, no cuando todo esto es solo un arreglo político. Pero aun así, el nudo en mi estómago sigue apretándose.
Elisabeth sabe exactamente lo que hace. Su sonrisa socarrona al pasar junto a mí no es casualidad. Quiere que la note, que me incomode. Y lo peor es que lo logra.
<¿Por qué debería importarme? me pregunto de nuevo, frustrada conmigo misma. No hay nada entre el comandante y yo, aparte del acuerdo de matrimonio. Él puede hacer lo que quiera, estar con quien quiera. Pero…
<¿ella tenía que ser tan evidente? ¿Tan… irrespetuosa?
Suelto un suspiro y corro más rápido.
Necesito distraerme. Si sigo dándole vueltas, acabaré arruinando mi día libre.