Capítulo 9: Ella

842 Words
Seik No estoy de humor; me han obligado a asistir al encuentro de manadas, y estos eventos siempre me resultan exasperantes. Me distraigo mirando a algunos hombres lobo de la manada Black Wild, incapaz de evitar rodar los ojos. Son jóvenes, apenas mayores de edad en su mayoría, y parecen hechos de pura adrenalina y poca sensatez. Visten con lo mínimo. La idea de recato no parece existir en su vocabulario; cualquier excusa para mostrar músculo les sirve. No paran de murmurar entre ellos y lanzar miradas de reojo a las hembras de otras manadas, sin preocuparse de que sean obvias. Sus caras reflejan esa arrogancia tan característica de los hombres lobo jóvenes que aún no conocen los límites de su propia fuerza. Uno de ellos, con una sonrisa de pícaro, se acerca a una hembra que está de espaldas a mí, junto a una mesa con comida. Sin previo aviso, le arrebata el dulce que sostiene en la mano y se lo lleva a la boca sin perder tiempo. Suelta una carcajada, con esa mirada juguetona que busca provocar. La hembra, indignada, le da un golpe fuerte en el brazo. El joven exagera el dolor, sosteniéndose el brazo entre burlas y risas, fingiendo que el golpe ha sido muy doloroso. Pero ella no se da por vencida. Gira su cuerpo hacia él, los ojos encendidos de rabia y diversión, y lanza un puñetazo directo a su hombro. Es entonces cuando la reconozco. Han pasado dos años desde la última vez que la veo, y parece que no ha cambiado nada: tiene una especie de imán para atraer conflictos. El juego no termina ahí. Otros lobos jóvenes se acercan entre risas y, con descaro, le tiran del pelo suavemente, provocándola un poco más, antes de desaparecer con carcajadas hacia el otro lado del salón de banquetes. Aria lleva un vestido gris que cubre la mayor parte de su cuerpo, muy distinto a los vestidos de las otras hembras, que dejan poco a la imaginación. Cuando los jóvenes se marchan, vuelve a la mesa y toma otro dulce, disfrutándolo como si nada hubiera pasado. Hay una chispa de felicidad en su expresión, como si esos dulces fueran lo más valioso del mundo. Mientras la observo, capto murmullos provenientes de una mesa cerca de mí. Dos chicas conversan, y una le dice a la otra, señalando a Aria: —Debe ser duro ser la hija mediocre... con una hermana tan hermosa, es difícil que la consideren bonita. Ni siquiera parece esforzarse por ir a la moda. —Tienes razón. ¿Cómo se le ocurre venir a esta fiesta con ese vestido tan soso? Parece algo que llevaría mi abuela. Noté la despectiva mirada de las chicas y me siento un poco molesto. Es evidente que no pueden ocultar su desprecio, y eso solo aumenta mi irritación. —Bueno, supongo que da igual, ya que lo único que va a hacer, está noche, es trabajar —comentó una de ellas. Mi beta se acerca después de inspeccionar los alrededores y me lanza una mirada desconcertada. No parece comprender qué hago observando tan fijamente a esas hembras. Nos reunimos con mi padre y los demás, y poco después Aria se acerca a nuestro grupo con una pequeña sonrisa. Comienza a guiarnos por los alrededores, mostrándonos los lugares más emblemáticos del territorio de su manada. Cada vez que habla, sus ojos brillan con entusiasmo, y su voz está llena de pasión mientras señala las estatuas en la fuente; parece que ese sitio le gusta mucho. Observo cómo interactúa con un cachorro, al que parece tratar con una calidez inusual. La veo agacharse para hablarle de cerca, susurrándole algo que parece un secreto, mientras él responde con una sonrisa traviesa, sintiéndose el cómplice perfecto. La cercanía entre ellos me hace preguntarme qué tipo de relación comparten. Es evidente que hay un vínculo especial entre ellos, aunque no se parecen físicamente. Me llama la atención la sonrisa sincera que ella le muestra al cachorro, tan genuina y sin restricciones, casi como si fuera otra persona cuando está cerca del pequeño. Más tarde, cuando Aria nos guía hacia las habitaciones, ocurre algo inesperado: al abrir una de las puertas, la imagen de una pareja en pleno acto se despliega ante nosotros. La hembra está sonrojada y claramente avergonzada, mientras que el macho, Loren, que reconozco como el hijo del Alfa Lucciano, sostiene a la hembra con firmeza de las caderas. Ambos parecen sorprendidos y, al notar nuestra presencia, Loren lanza una mirada furiosa a Aria. Como heredero del Alfa debería ser más cauteloso. No me parece mal tener ese tipo de encuentros, pero es imprudente hacerlo tan cerca de los invitados y poner en riesgo la reputación de la manada, especialmente en un evento formal. Aria cierra la puerta rápidamente y, entre risas nerviosas y mejillas ruborizadas de algunos jóvenes de mi manada, bromea sobre la escena. Una vez que termina de enseñarnos las habitaciones donde nos hospedaremos unos días, se marcha; parece que aún le queda trabajo por hacer.
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