CAPÍTULO 5

1001 Words
SEIK Sin perder tiempo, salí junto a mis guerreros, dirigiéndonos a la sala de interrogatorios. Carles ya sabía lo que le esperaba: un castigo que no podría eludir. Mi beta hizo el intento de intervenir, extendiendo la mano hacia Carles, pero le lancé una mirada que le indicó que me encargaría yo mismo de la situación. En un abrir y cerrar de ojos, le propiné un golpe contundente en la boca del estómago, haciéndolo tambalear. —Ah...—jadeo entrecortadamente. Su expresión se tornó de incertidumbre a miedo en un instante, y los novatos lo miraban con inquietud, sus ojos reflejando una mezcla de temor y sorpresa. En contraste, los guerreros más veteranos se mantuvieron impasibles, rígidos como estatuas, observando la escena con calma. Me acerqué a Carles, inclinándose un poco hacia él y agarrándole del cuello por detrás, mientras hablaba con una voz fuerte y clara. —Parece que no has entendido cómo la manada Sombra Nocturna trata a las hembras. El silencio que siguió fue tan afilado que casi podía cortarse con un cuchillo. Continué, sin darle tiempo para responder. —¡Novato! —señalé al joven lobo que se encontraba junto a mi beta—. Dime, ¿por qué hay que tratar a las hembras con respeto y admiración? —Mi tono era contundente, retador. —Las hembras son capaces de dar luz a nuestros cachorros, los crían y los educan. Son parte vital para la manada ya que se encargan de la administración, la política y la ciencia. Son consejeras sabias, y además alivian el estrés y la frustración de sus machos. Aunque el novato lo dijo con tono serio, esa última afirmación arrancó unas breves risas entre mis guerreros. No le faltaba razón...Ellas nos calman. Carles me miró fijamente frustrado y balbuceo: —¡Pero esa hembra no pertenece a Sombra Nocturna! —protestó Carles, sus ojos reflejando una mezcla de incredulidad y desafío. Mi paciencia se había agotado. Le propicié un par de golpes más, esta vez más contundentes, sintiendo el impacto de mi mano contra la carne de su estómago y cara. Cada golpe resonaba en el aire como un eco de autoridad. Observé a mi alrededor: algunos de los guerreros que me rodeaban apretaban los dientes y contorsionaban sus rostros, conscientes del dolor que estaba infligiendo. Sabían que estos no eran simples golpes; eran recordatorios de que desafiar mi liderazgo tenía consecuencias. Volví a pegarle una y otra vez hasta que en su cara solo se destacara el color rojo. Carles, entre jadeos de dolor, murmuró excusas, su voz temblando bajo la presión. No era suficiente. No podía permitir que la duda se afianzara entre mis hombres. —¡Cállate! —le grité, la frustación reverberando en mi voz. Le sostuve el mentón con firmeza, obligándolo a mirarme a los ojos.— Te disculparás con la hembra, espero no tener que repetírtelo. Eso sonó a sentencia. Era una declaración que no dejaba lugar a discusión, un recordatorio de que, como comandante, mis decisiones eran definitivas. No podía permitir que se cuestionara mi autoridad. La tensión en el aire era palpable. El silencio se había adueñado del grupo, y todos esperaban la respuesta de Carles. Sabían que su siguiente palabra podría ser la diferencia entre la redención y un castigo aún mayor. La responsabilidad de sus acciones estaba sobre sus hombros, y debía entenderlo. —Lo siento... realmente lo siento. Comandante, no debí haber cuestionado tus decisiones. Se inclinó ligeramente mostrando sumisión. Con una última mirada gélida y severa hacia Carles, me giré y, sin una sola palabra más, me marché. Cuando salí de la sala de interrogatorios, me encontré con una escena curiosa: mi hermana y la hembra alborotadora estaban literalmente pegadas a la puerta, sus cabezas inclinadas como si hubieran intentado captar cada palabra que había resonado en el interior. Ambas cayeron a mis pies. Me detuve y clavé una mirada severa en ambas. Se enderezaron, mi hermana se encogió ligeramente, pero aún tenía la osadía de darme un saludo casual con la mano. En cambio, la hembra alborotadora apenas podía disimular su curiosidad. —¿Acaso les asigné alguna misión de espionaje? —solté, mi tono cargado de ironía. La hembra alborotadora abrió la boca, probablemente para soltar alguna excusa absurda, pero alcé una mano para detenerla. —No, mejor no. Prefiero no escuchar tus intentos de justificar el meterte donde no te llaman. —Mis ojos se posaron en mi hermana, quien intentaba disimular su culpa con una sonrisa nerviosa. Un silencio incómodo se instaló entre los tres. Finalmente, solté un suspiro y sacudí la cabeza. —Si tienen tanto tiempo libre como para andar husmeando en puertas, tal vez pueda asignarles algo más productivo. ¿Qué opinan de limpiar los baños esta tarde? Mi hermana dejó escapar un leve quejido, pero la alborotadora simplemente alzó una ceja, como si no le intimidara la amenaza. —Ahora muévanse de aquí antes de que decida convertir esa sugerencia en una orden. —La advertencia en mi voz era clara. Ambas se apresuraron a apartarse del camino, pero no sin que la hembra me dedicara una última mirada desafiante. Con una última mirada gélida y severa hacia Carles, me giré y, sin una sola palabra más, me marché. Cuando salí de la sala de interrogatorios, me encontré con una escena curiosa: mi hermana y la hembra alborotadora estaban literalmente pegadas a la puerta, sus cabezas inclinadas como si hubieran intentado captar cada palabra que había resonado en el interior. Se enderezaron, y mi hermana me saludó con un gesto de la mano mientras que la hembra alborotadora, apenas podía disimular su curiosidad. Mis pensamientos se deslizaban hacia la hembra, la que había sido el centro de esta disputa. Desde su llegada, había traído más problemas en una sola semana que los vampiros en un año entero. Ella era un desafío constante, pero había algo en ella que desataba mi curiosidad. Estaba acostumbrado a un orden establecido, y ella desafiaba ese orden.
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