Prefacio
Atenas, 2,018
—No puedes hacerme esto, papá, por favor. ¡No tengo a donde ir! —suplicó la chica con los ojos llenos de lágrimas. Sentía su corazón estrujarse dentro de su pecho, mientras una mano fuerte e invisible apretaba su garganta, haciendo que el aire le faltara y sus pulmones quemaran.
—Por supuesto que puedo hacerlo —respondió con crueldad—. ¡Puedo hacerlo y lo haré! ¡No quiero nada que me recuerde a la maldita zorra de tu madre! —gritó con furia.
La joven mujer podía ver en sus ojos el odio y el desprecio que su padre sentía por ella y por su madre.
Anastasia no comprendía el odio irracional por parte del hombre; ella era inocente de cualquier cosa que su madre le hubiera hecho en el pasado. Solo era una niña de cinco años cuando ella decidió que estaba mejor sin ellos.
—Déjala Leónidas, por favor, es una niña. No puedes lanzarla a la calle, es tu hija, ¡Tu única hija! —suplicó Chloe, la madrastra de la joven.
La mujer había sido la única persona que se había apiadado de la muchacha, la había cuidado y protegido. Le había dado el calor de una madre cuando se convirtió en la esposa de su padre; pero nada podía borrar el odio que Leónidas sentía por su hija. La odiaba tanto que si no la echaba esa noche terminaría por matarla si tenía la oportunidad.
—Se irá a la calle a donde pertenece, ella no es distinta a la puta de su madre —agregó. Anastasia únicamente pudo llorar en silencio.
Lágrimas calientes humedecieron sus mejillas, mientras se le rompía el corazón en miles de pedazos. A pesar de todo lo que ya había vivido, no podía creer que su padre la echara a la calle como si fuera un perro sarnoso.
—¡Por favor! —suplicó, pero de nada le sirvió, el hombre se mantuvo sereno e implacable en su decisión.
—No sabes cuánto tiempo esperé para poder hacer esto —pronunció con maldad.
Leónidas Drakos tomó el brazo de su hija y la lanzó a la calle sin nada más de lo que llevaba puesto.
El frío de la noche caló hasta el último hueso de la joven, por un momento tuvo la seguridad de que moriría en la calle. Si no moría de frío lo haría de hambre. Ella jamás estuvo fuera de casa, porque su padre no la dejó hacer amigos. Nunca asistió a ninguna reunión, ella simplemente dejó de existir para su padre el día que su madre lo había traicionado y se había marchado con otro hombre.
—¡Anastasia! —el grito de Chloe le hizo estremecerse, pero no se detuvo. Ella continuó caminando.
Ya había sido muy difícil dar aquellos pasos que la alejaría de todo lo que conocía. Temía voltear a verla y terminar por romperse.
—¡Espera, por favor, Ana! —volvió a gritar la mujer haciendo que Anastasia se detuviera, más no se giró.
En su lugar, la muchacha dejó que sus lágrimas corrieran por sus mejillas, sus manos acariciaron sus brazos desnudos para hacerla entrar en calor, pero solo el abrigo de Chloe sobre sus hombros le dio un poco de alivio.
—No quiero irme —Anastasia no pudo evitar el sollozo que abandonó su garganta.
—No sé lo que le pasa a tu padre, no sé cómo tiene corazón para hacerte daño, mi niña —Chloe acarició los cabellos de Ana, mientras ella simplemente cerraba los ojos imaginando cómo habría sido su vida si Chloe fuera su madre.
—Me odia tanto, que no le importa lo que pueda ocurrirme —respondió —. No es nada nuevo Chloe, hoy simplemente ha tenido el valor que años atrás le faltó —añadió.
—No digas eso, él se dará cuenta de su error, estoy segura de que enviará por ti —Anastasia negó. Sabía que su madrastra solamente quería darle un poco de esperanza, pero ella ya no tenía ninguna.
—Espero volver a verte —le dijo con el corazón roto, porque en el fondo sabía que eso no iba a suceder.
—Voy a buscarte, Anastasia —prometió Chloe, mientras lágrimas caían de sus hermosos ojos azules.
Anastasia quería creer en sus palabras, deseaba que Chloe realmente fuera a cumplir su promesa, pero sabía que no sería así. No mientras Leónidas Drakos viviera.
—Cuídate de él, Chloe —susurró la muchacha caminando lejos de su madrastra.
Anastasia sintió que moría con cada paso que daba para alejarse de todo lo que conocía, pero sabía que nada podía evitar o retrasar este momento.
Nada había en la mansión Drakos que fuera suyo y alejarse de la casa que fue su hogar y prisión durante dieciséis años era lo mejor, por muy difícil que todo fuera en ese momento. A partir de ahora solo sería ella y solo se tendría a ella para ser feliz.