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Eres mío, vaquero

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Blurb

Nicole de pronto se entera que su padre ha muerto y, a pesar de que llevaba cinco años distanciada de él, la pérdida la entristece, aunque le resulta imposible guardar luto. El hombre la nombró heredera de un rancho ganadero repleto de animales, deudas y de empleados poco dispuestos a los cambios.

Decide asumir su responsabilidad a pesar de que eso la alejará de sus metas, conociendo a Matthew Jackson, un vaquero atractivo, criado por indios y tan cabeza dura como ella. Quien pretende quitarle la propiedad valiéndose de la gran influencia que posee entre el personal.

Amenazas, intrigas, desobediencias y una pasión arrolladora son solo algunos de los inconvenientes que Nicole deberá encarar para proteger su herencia. Tendrá que imponerse para hacer respetar su autoridad, pero Matthew le dará batalla e intentará doblegarla.

¿Quién ganará?

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Capítulo 1. Tomando riesgos.
Nicole Landon fijó su mirada decidida en la meta. La adrenalina le circulaba briosa por las venas y le incrementaba los latidos del corazón. Giró el acelerador de la moto con ligereza y sin soltar el freno. El motor de la Ducati tronó y la rueda trasera se deslizó sobre el pavimento dejando una marca de neumático grabada, así como una estela de humo y polvo tras ella. Esa noche, las anchas calles de Lawrence, en Kansas, estaban desoladas. Eso le permitiría a Nicole valerse de cualquier artimaña para ganar aquella carrera. —¿Lista muñeca? Ten cuidado al salir, podrías tropezar con tus tacones y partirte una uña. Ella observó con desprecio a uno de sus rivales, quien creía que por el hecho de ser mujer era incapaz de ganar la competencia ilegal en la que se había inscrito y donde el noventa y nueve de los participantes eran hombres. Había mucho dinero en juego. Recompensa que necesitaba con urgencia. Un claxon se escuchó por encima del ruido de las cinco motos que participarían en ese evento y de los gritos de los presentes. Los competidores soltaron enseguida el freno y despegaron como cohetes mientras la luna les iluminaba el camino con una luz tenue. —¡Muerde el polvo, idiota! —gritó ella al tomar rápido la delantera ubicándose de primera. Para los apostadores que invertían en aquella competición, el final podía ser predecible: Dylan Roda participaba con su imponente Kawasaki Ninja y pretendía ganar por quinta vez la contienda, pero Nicole estaba decidida a robarle el trono. Aceleró todo lo que pudo sosteniendo con firmeza el volante para no perder el control. Lideraba el grupo cuando llegó al punto dónde debía tomar un retorno para hacer el último tramo del recorrido. El problema se presentó cuando al inclinarse para iniciar el cruce, apareció de forma repentina a su lado la Kawasaki haciéndole perder el equilibrio. Nicole tuvo que enderezar la moto para no colisionar contra el otro competidor, reduciendo así la velocidad. La maniobra le permitió evitar una catástrofe, aunque le robó varios puestos. No solo Dylan le arrebató la primera posición, sino que otros dos competidores pasaron por su lado como una exhalación y la obligaron a detenerse. —¡Imbéciles! —gruñó antes de ponerse de nuevo en marcha para alcanzar la meta. No ganaría, lo sabía, pero no se rendiría. Eso no formaba parte de su ADN. Aceleró al máximo la moto y no descansó hasta llegar al final, pudiendo sobrepasar solo a uno de los contendientes, lo que le otorgaba un triste tercer lugar. Nada ganaba con esa posición más que palmaditas en el hombro de los apostadores. Mientras Dylan celebraba el triunfo junto a sus amigos y los apostadores que habían ganado gracias a él se regodeaban a su alrededor felices por el triunfo, Nicole se detuvo a un costado. Un sujeto alto y de piel morena se acercó y sostuvo la moto para que ella bajara. —Calma, luego hacemos un reclamo —propuso el hombre, pero su oferta no amilanó la indignación de la mujer. Nicole se quitó el casco y permitió que largos rizos color marrón cobrizo cayeran sobre su espalda. Una cazadora de motero en tonos rojos y blanco la cubría y le ocultaba el cuerpo delgado y curvilíneo haciéndola parecer más recia de lo que en realidad era. —Esto no se quedará así, Ronald. Yo no dejo nada para después —declaró antes de entregarle el casco a su amigo y acercarse al tramposo contrincante. Mientras avanzaba, se quitaba los guantes de cuero y los guardaba en los bolsillos traseros de su pantalón de mezclilla. —¡Ey, Dylan! —llamó su atención dándole golpecitos en un hombro con un dedo. Al hombre le molestó su gesto, aunque, al girarse hacia ella, dibujó una sonrisa de burla regodeándose con la ira que la mujer destilaba. —¿Quieres que firme mi autógrafo en tus tetas? Los ojos castaños de Nicole llamearon por el fuego que la consumía. Sin mediar más palabras le propinó un fuerte derechazo en la mandíbula. —Mierda —masculló Ronald y soltó enseguida el casco para correr hacia Nicole, pero no pudo llegar a tiempo. Debika, la novia de Dylan, se lanzó sobre la mujer y la tumbó en el suelo para enzarzarse con ella en una aguerrida pelea. No iba a permitir que atacaran a su hombre. —¡PELEA! —vociferó alguien, creando un tsunami entre los presentes al motivarlos a correr hacia donde se hallaba el ajetreo. Dos compañeros de Dylan se acercaron para ayudar a Debika a reprender a Nicole, ya que con su ataque la mujer había roto una de las reglas no escritas de esas carreras: «no pretendas hacer justicia por tus propias manos, los que deciden, son los apostadores». Pero Nicole estaba harta de depender de las decisiones de otros. No era la favorita en esa competencia y por ser la única mujer tenía todas las de perder. No le quedaba otra opción que imponer sus propias reglas para no sentirse frustrada. Varios de los presentes salieron en su defensa al ver que no había equilibrio entre los bandos, lo que ocasionó una reyerta grupal descontrolada. Apostadores y curiosos se unieron al conflicto, sin apoyar a ninguno, solo dispuestos a pasar un buen rato en medio de golpes y patadas. En el suelo, Nicole había logrado dominar a Debika. La giró apoyándola contra el pavimento y se sentó a horcajadas sobre ella con una mano aferrada a su cuello, así pudo propinarle varios golpes. —¡LA POLICÍA! Esa advertencia generó un revuelo a su alrededor. La gente corría de un lado a otro con nerviosismo llevándose por delante a otros y pisando al que tenía la mala suerte de caer. Roland tomó a Nicole por las costillas y la alzó como si fuese una muñeca de trapo. En segundos, una decena de patrullas aparecieron alumbrando la calle con sus luces de colores. El hombre corrió como alma que lleva el diablo hacia un Dodge que ya tenía el motor encendido y entró con ella en el asiento trasero. —¡Maldición, Roland, hubieses esperado a que le fracturara la nariz! —gritó Nicole mientras el auto se ponía en marcha para huir de allí a toda velocidad. —Habría sido un placer ver esa escena, pero si nos quedábamos un minutos más, nos hubiesen atrapado. Nicole rugió llena de frustración y golpeó al asiento para terminar de descargar su ira. —¿Y la moto? —consultó con la respiración agitada una vez que pudo calmarse. —Vi a Gonzalo llevársela apenas se escucharon las sirenas de la policía —explicó Jane, la novia de Roland y mejor amiga de Nicole, desde su asiento frente al volante. Gonzalo era el dueño de la Ducati. Jane era una joven de piel morena, cabellos rizados y ojos almendrados, que en ese momento los llevaba a gran velocidad hacia las residencias estudiantiles de la Universidad de Kansas, donde ellas vivían. Nicole se pasó una mano por los cabellos y observó afligida el exterior. —¿Y ahora qué demonios haré? —preguntó abatida. Ronald suspiró antes de responderle. —Ya se presentará otra oportunidad, no pierdas la fe. —El dinero que me quedaba lo gasté alquilando esa moto, ¡ya no tengo nada! —se quejó ella—. Si no hubiese sido por las trampas de Dylan, habría ganado esa carrera. —Amiga, deja de arriesgarte tanto participando en competencias de este tipo, donde solo se anotan tipos deshonestos. ¿Por qué no llamas a tu padre para que te ayude a resolver tus problemas financieros? —propuso Jane. La morena no tuvo que observar a Nicole a través del retrovisor para darse cuenta de la expresión de odio que la mujer asumía. Sabía muy bien que sus palabras la habían amargado. —Buscaré otra posibilidad —manifestó Nicole con frialdad dando por terminada la conversación. Se cruzó de brazos y dirigió su rostro ceñudo hacia la vía por el resto del viaje. Roland y Jane compartieron una mirada por el retrovisor. Nicole era libre de tomar las decisiones que considerara correctas para su vida, aunque para ellos, algunas eran un grave error. Minutos después, llegaron al edificio de residencias. Ellas subieron al piso que compartían y Roland se marchó en el auto a su casa. En silencio, Nicole entró en su habitación y cerró con un portazo. Así dejaba en claro que no quería ser molestada. Se quitó la cazadora, que lanzó al suelo junto a los guantes, y con los pies se sacó las botas. Cayó en la cama como un saco de papas en medio de un profundo suspiro, quedando boca arriba. No quería dejarse llevar por la angustia, pero ese verano debía encontrarle una salida efectiva a sus problemas económicos sin tener que recurrir al déspota de su padre. Ya no tenía dinero, ni para subsistir ni para pagarse la carrera de medicina. El trabajo de camarera que hacía durante las tardes y la beca de la universidad no eran suficientes para cubrir todos los gastos. En seis semanas iniciaría el último semestre y necesitaba de diversos equipos e insumos para realizar las prácticas en el hospital de la ciudad. Si no hallaba dinero pronto, le sería imposible culminar los estudios. Era urgente resolver ese problema. Cerró los ojos y se dejó dominar por el sueño. Con la mente descansada las ideas podían fluir mejor.

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