Capítulo 8: Pendrive
El chirrido de la compuerta metálica resonó como un lamento en el silencio subterráneo. Ariadna sostuvo con fuerza la linterna, su mano temblando ligeramente mientras el haz de luz se internaba en la oscuridad de la Sección Omega. Cloe se aferraba a su chaqueta, sus pasos pequeños resonando tras los de su hermana.
El interior era frío, cargado de un olor estancado a desinfectante y óxido. Las paredes estaban cubiertas de paneles metálicos con luces de emergencia que parpadeaban débilmente, algunas apagadas por completo. En los laterales del pasillo, había puertas de seguridad numeradas, cerradas herméticamente, como celdas.
—Quédate cerca de mí —susurró Ariadna, con el corazón latiendo desbocado.
Caminaron despacio, guiadas por la linterna. En una de las puertas, un letrero colgaba torcido: “Área de contención experimental”. Ariadna empujó la manija, pero la puerta no cedió. A unos metros, encontraron una sala con cristales blindados, monitores apagados y una consola cubierta de polvo. Encima, un grabador de voz con un botón rojo que todavía parpadeaba.
Lo presionó.
“Registro del Dr. Elías Marshall. Día 347 desde la propagación. Proyecto Rémora ha sido reactivado bajo órdenes del Alto Mando. El comandante Vargas —alias Fénix— ha autorizado la Fase Omega… pese a los riesgos éticos. Los sujetos muestran signos de retención cognitiva parcial. Esto no es una cura. Es algo nuevo. Algo… peor.”
Ariadna palideció.
—¿Fénix? —repitió en voz baja—. Ese era el nombre clave de papá…
Cloe tiró de su mano, señalando al fondo. Una puerta entreabierta dejaba ver una sala médica iluminada tenuemente por luces de emergencia. Dentro, había camillas alineadas, tubos desconectados, monitores aún parpadeando con líneas de ritmo cardíaco. Pero lo más inquietante era que algunas camillas estaban ocupadas.
Cuerpos. Algunos cubiertos con sábanas. Otros… moviéndose lentamente.
—¿Están… vivos? —murmuró Ariadna, acercándose con cuidado.
Uno de ellos abrió los ojos. Eran de un gris turbio, pero no del todo muertos. El hombre, con la mandíbula vendada, alzó una mano con dificultad.
—¿Tú… tú eres su hija? —susurró—. Comandante Vargas… él intentó detenerlo. No lo logró.
—¿Qué cosa?
—El protocolo final… Se liberó algo más. No eran zombis. Eran portadores… conscientes. El Proyecto Rémora no era una cura. Era un arma.
Ariadna sintió que todo giraba a su alrededor. Retrocedió, respirando con dificultad.
En ese momento, una de las luces parpadeó con intensidad. Luego, un zumbido grave. Algo se había activado en los niveles inferiores del búnker. Un sonido metálico, como garras arrastrándose.
—Ari… —susurró Cloe, aterrada—. Hay alguien más aquí…
La linterna empezó a fallar. Ariadna la sacudió, justo cuando desde el fondo del pasillo se oyeron pasos rápidos. No eran pesados. Eran ágiles. Inteligentes.
—Tenemos que irnos —dijo, alzando a su hermana en brazos—. ¡Ahora!
Corrieron por el pasillo, escuchando detrás de ellas una respiración húmeda y rítmica, casi animal. Algo que sabía que estaban allí. Algo que no olvidaba.
Pero antes de salir, Ariadna se detuvo. A su lado, una consola había quedado encendida. Mostraba un mensaje en la pantalla:
"Archivo de emergencia. Comandante Vargas. Última entrada registrada."
Con manos temblorosas, retiró el pendrive y lo conectó. El archivo comenzó a descargarse. La verdad completa, tal vez el último mensaje de su padre…
Y entonces, una sombra se movió detrás de ellas.
Fin del capítulo.