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Diario de Fantasías Sexuales

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Blurb

Escrita y basada en fantasías reales contadas por las protagonistas.

Un diario completamente lleno de historias de mujeres alrededor del mundo contando sus experiencias es encontrado por un par de jóvenes en una venta de garaje, las chicas del grupo se sienten intrigadas por este así que comienzan a leerlo sintiéndose atrapadas por este, cada fantasía y cada historia venía cargada de una experiencia personal de distintas protagonistas las cuales no se guardaron nada a la imaginación.

El diario supone mucho más que una simple relación de qué es lo que excita a un grupo de mujeres relativamente anónimas. Este da una esclarecedora visión de como construyen las mujeres sus fantasías y como las viven, aportando algunas claves muy importantes para comprender su punto de vista y motivaciones.

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Descubriendo a Anna
“Una vez tuve un lío con un chico más joven que yo. En su dormitorio tenía unas esposas y un látigo. Nunca los usamos, pero imaginar que me hacía el amor después de haberme atado al cabecero de la cama y golpeaba el suelo con el látigo me excitaba mucho”. Anna se despierta revuelta: ha vuelto a soñar con lo mismo. Es un sueño recurrente, que de vez en cuando vuelve para agitar su descanso nocturno, la última vez, hace un par de días. Con distintas variantes, pero siempre los mismos protagonistas. El de hoy ha sido especialmente vívido, tanto que aún en duermevela, su cuerpo sigue reaccionando, aunque su mente ya ha despertado. Siente un hormigueo que le recorre las piernas, nota sus pezones en punta y una humedad pegajosa moja su sexo. Si cierra los ojos, todavía puede ver la imagen de su muñeca derecha esposada al cabecero, que se mueve con cada embestida del chico que la penetra con dureza. Ella misma da con la coronilla en la madera con cada empujón. Mira hacia el joven y puede ver sus ojos oscuros, debajo del pelo rizado que enmarca su carita de guapo. Casi de niño bien, que engaña, porque el chico tiene más vicio que cualquier de los novios que Anna hubiera tenido en su juventud. Los chavales de hoy van muy por delante. Ella siente que le viene el orgasmo, la polla empuja fuerte hasta el fondo pero no le molesta porque su v****a está encharcada de flujo. Gira la cabeza hacia la izquierda y ve la otra mano esposada. Junto a ella, colgado, el látigo con el que Ricardo le ha azotado previamente el culo y cuyo mango le ha pasado por los muslos hasta confluir en su coño. Por un momento ha temido que intente penetrarla, el astil es demasiado grueso y en la punta tiene una protuberancia aún más gorda. Lo ha temido, pero la sola idea la ha puesto todavía más cachonda. Cuando le ha frotado su clítoris con él, ha sentido una descarga eléctrica y más aún cuando tras un rato de jugar, le ha puesto el mango delante de los ojos, todo mojado de sus fluidos manchando el cuero n***o. — Lámelo hasta dejarlo limpio — le ha ordenado. Obediente, lo hace y al terminar, lo cuelga a su derecha. Ella ya está tan humedecida y deseosa que solo ha podido suplicarle que la folle. El chico se lo ha hecho repetir tres o cuatro veces, hasta que al final una suplicante Anna puede sentir la v***a deslizarse en su interior y luego poco a poco, Ricardo ha empezado a follarla con toda la pasión y la energía de sus veintiséis años. Anna ha tenido un orgasmo brutal, con su cuerpo haciendo un intento de arquearse y sus muslos aferrados a las caderas de su amante, retorciéndose las muñecas e intentando arrancar las esposas en una lucha que ella ya sabe perdida de antemano, y quizás por eso, aún más excitante. Se encuentra todavía un poco estremecida pero prolonga el momento. Está sola en la cama, su marido se ha ido hace como media hora porque entra muy temprano. En otras ocasiones se levanta y aprovecha para tomar un café y arreglarse tranquila, e incluso dejar hecha ya alguna tarea de la casa. Su horario en el ayuntamiento comienza más tarde. Pero hoy no: hoy le apetece esa hora más de cama. Lleva la mano a su entrepierna y toca su pubis por encima de la tela de la braga. La nota húmeda. La aparta un lado y su dedo acaricia su clítoris. Luego baja hacia su v****a y lo introduce sin demasiada dificultad: sigue mojada. Anna gruñe de satisfacción y se quita las bragas. De dos patadas echa el edredón hacia abajo y comienza a masturbarse, mientras con la mano izquierda se agarra un pecho y pellizca su pezón. Aprovecha que su cuerpo aún está más en el sueño que en la realidad, listo para el placer y su mente trata de volver a las imágenes oníricas. No tarda mucho en alcanzar el orgasmo y se queda con la mano entre las piernas, retorciendo estas con los muslos cerrados, como si la estuvieran en verdad penetrando y no quisiera dejar escapar el falo de sus entrañas. El placer ha sido muy intenso, de las mejores pajas que recuerda haberse hecho en los últimos tiempos. Mira el reloj y todavía faltan 20 minutos para que suene la alarma. Decide regalárselos y adopta una cómoda posición fetal abrazando el almohadón. No consigue entrar en sueño profundo pero está a gusto y relajada, lo que le permite dormitar unos minutos más. Una hora después, Anna, estaciona en el parking municipal que hay junto al ayuntamiento y donde ella dispone de una plaza gratuita como funcionaria. Ventajas de estar en urbanismo y tener el rango de inspectora. Anna no se considera una privilegiada: todo lo que tiene se lo ha ganado a pulso. La carrera de arquitectura la hizo a base de becas que exigían unas notas mínimas. Aprobó todos los cursos con una clasificación media de notable y sobresaliente. Tras dos o tres años trabajando en varios estudios, se dio cuenta que no tenía muchas posibilidades de hacer sus propios diseños y que hacerse un nombre como arquitecta, era endiabladamente complicado a no ser que tuvieras muy buenos contactos, mucho dinero o fueras hija de... La pasta llama a la pasta y aquellos que disponían de suficiente cash para diseñarse una casa, una oficina o una vivienda de lujo, no solían confiar en principiantes por muy brillantes que parecieran. Así que parecía condenada a hacer el trabajo grueso de los demás, cobrando como la que menos. En la práctica, como la abogado que hace de pasante del letrado famoso y bien situado, pero en versión arquitecto. De forma que decidió hacerle caso a su padre: ya que de todas formas tenía complicado que llegara su oportunidad, para acabar revisando o haciendo el trabajo de los demás, mejor funcionaria, que por lo menos es un puesto seguro y para toda la vida y tampoco te matas. Se preparó las oposiciones al ayuntamiento y consiguió entrar. A partir de ahí veinte años de puesto en puesto, donde finalmente, de ejercer como arquitecta creativa poco, pero de los entresijos de la administración bastante y además haciendo un buen trabajo. Dos oposiciones internas más aprobadas, diversos ascensos y al final, un despacho propio en urbanismo con su propia secretaria (secretario en este caso), y su correspondiente plaza de garaje. No, no le han regalado nada. No ha llegado donde ha llegado por peloteo o por enchufe. Así que ella pisa fuerte por sus dominios sin esquivarle la mirada a nadie. Abre el maletero y saca su maletín con el portátil y la documentación de mano necesaria. A un lado, unas botas reforzadas, un chaleco reflectante y el casco. Hoy no tiene previsto visitar ninguna obra, pero por si acaso siempre lleva el kit en el coche. Luego sale del edificio y cruza la calle. Deja a un lado la puerta principal del ayuntamiento y tras girar en la esquina, entra por un acceso lateral. Antes de entrar a la oficina, pasa por la zona de descanso y se saca un café de la máquina. En su recorrido se cruza con varios funcionarios, aunque solo cosecha un par de buenos días en contraposición a cuatro o cinco miradas vacías de interés, que hacen como que no la ven. Anna tiene fama de ser exigente en el trabajo y seca en el trato, lo que no la hace muy popular entre los empleados. Pero ella no sufre por eso: no está allí para hacer amigos. Se considera a sí misma una profesional y le gusta cada cosa en su ámbito. Allí está para trabajar y no ha llegado a donde ha llegado acomodándose, ni haciendo política de pasillo. Y tampoco le gusta la gente que remolonea o que considera que, por el hecho de haber aprobado una oposición y tener un sueldo público pagado entre todos, puede levantar las manos y no ganarse el jornal que cobra. — Buenos días Sebas. — Buenos días — le contesta su administrativo — Marcial quiere verte, ha preguntado por ti hace diez minutos. “¿Qué querrá ese tan temprano?”, se pregunta Anna. Marcial es su inmediato superior, el responsable del equipo de inspectores de urbanismo. Y no es habitual que a primera hora se haya puesto las pilas ni venga con prisas. No, más bien es de los que te dan por culo al terminar la jornada, cuando ya estás recogiendo para irte y te llama con gilipolleces de última hora, que normalmente se dividen en dos categorías: las que a pesar de haber tenido toda la mañana, te las dice cuando estas ya con un pie en la calle, y las que se podrían dejar perfectamente para el día siguiente porque no son urgentes. Anna entra, se quita la chaqueta y la cuelga. Deja su bolso encima de la mesa y saca con tranquilidad el portátil, además de poner en marcha el equipo de sobremesa que tiene en la oficina. Una vez que está todo funcionando y conectada a la red corporativa llama a su jefe. — Marcial, ya estoy aquí ¿que querías? — Por teléfono no. — Me acerco a tu despacho. — No, ya voy yo. — Vale — se encoge de hombros la arquitecta mientras se toma el café. — Anna ahí va eso – anuncia sin dar siquiera los buenos días y depositando un carpeta en la mesa. Ella mira la portada, luego, la abre y ojea los primeros documentos. — Pero ¿esto no lo llevaba Méndez? — Méndez no puede, te toca a ti: órdenes del jefe. — ¿Cómo que Méndez no puede? Cuando yo no puedo me jodo, nadie me echa una mano. — Oye el teniente de alcalde ha presionado: esto tiene que estar resuelto en menos de un mes, si no, van a rodar cabezas. Así que te ha tocado a ti. Es un caso excepcional: no podemos aparcarlo hasta que Méndez pueda atenderlo. Tiene una agenda que es más complicada de cambiar que la tuya. Si tienes que dejar algo, déjalo y prioriza esto. — Vaya una mierda… — Bienvenida a urbanismo y obras públicas, guapa, que parece que acabas de llegar… Y la deja allí con el expediente. Anna coge el legajo. En la portada aparece un número que teclea en la base de datos de urbanismo. Como sospechaba, el poco ancho de la carpeta resulta engañoso. Pocos documentos en papel pero en el sistema las columnas de archivos forman una compacta maraña. Trabajo para dar y regalar. Y además, incompatible con todo lo que está llevando en ese momento. Suspira decepcionada: odia que le cambien el paso. Tras unos segundos de reflexión sale del sistema informático y coge sus cosas. — Sebas, voy a salir. Volveré sobre la una. Vete buscándome información de esta promotora y de su histórico de expedientes y solicitudes — comenta dejando la carpeta encima de la mesa. El otro la mira y compone una mueca de pasmo. Toda la conversación anterior con Marcial se ha desarrollado con la puerta abierta y no necesita que lo pongan al día. — Pero... ¿No tendrías que ponerte ya con esto? — Tengo una visita que hacer... Me queda uno de los loft del barrio Salamanca. — Pero Marcial... — ¡De Marcial me ocupo yo! — le corta ella echándole la mirada de “haz lo que yo te diga”, que él tan bien conoce. Pero la relación con su secretario es buena, así que Anna tiene a bien dejar caer una explicación. — Solo me ocupará media mañana y no voy a dejar todo este expediente empantanado por ahorrarme una visita. Podemos darle carpetazo hoy, que ya va siendo hora — Anna está cabreada por la injerencia del jefe en su plan de trabajo y el marrón que le ha caído, está dispuesta a obedecer, como no puede ser de otra manera, y a dejar parada todo lo que está haciendo menos ese expediente. Le falta solo una visita para acabarlo, así que está resuelta a terminarlo antes de ponerse con lo otro. Es su pequeña venganza y su forma de protesta. “Que sí, que Marcial es mi jefe, pero que para chulo mi pirulo (léase mi coño moreno)”, es lo que Sebas interpreta. Bastante acertadamente, por cierto. — Tú misma — se rinde sabiendo que no hay nada que hacer, haciendo un gesto con la mano como diciendo que él se quita del medio, y que no quiere saber nada de la discusión de quién tiene los huevos más gordos allí. — Vale, prepara los resúmenes y los documentos para darle salida al tema del barrio de Salamanca en cuanto yo vuelva y pon en pausa todo lo demás. — De acuerdo. — Hasta luego. — Hasta luego jefa. Anna se dirige de nuevo al aparcamiento. Conoce un sitio cerca del loft que tiene que visitar donde puede desayunar. Bien, empezará por ahí. Gestión y luego un buen desayuno para ponerle buena cara al mal tiempo, es lo que ella necesita. Una hora y media después está en la Mallorquina de la calle Velázquez, dando cuenta de un buen croissant con un café con leche descafeinado. Ha comprado unas pastas para llevarse (que piensa compartir con Sebas) y su humor ha mejorado bastantes enteros. Revisa en el portátil los planos del loft que acaba de visitar. Coge algunas medidas y las va trasladando al informe. Aquello le va a suponer otros quince minutos, pero prefiere hacerlo allí, contenta de haberse escapado de la oficina. Eficiente como ella sola, se lo mandará por correo a Sebas para que pueda ir tramitándolo mientras vuelve. Así, cuando llegue, podrá zambullirse directamente en el nuevo expediente. — ¿Arquitecta? Anna vuelve la vista a su lado derecho, de donde proviene la pregunta, entre contrariada por la interrupción y sorprendida por el acierto al adivinar su profesión. Un joven moreno, alto, melena corta e impecablemente cortada y peinada y ojos color miel, la observa sonriente. Un traje, de corte al parecer italiano (igual que su acento), le da un aspecto algo serio pero muy elegante. Al principio, Anna no le devuelve la sonrisa ni le contesta, todavía lo está evaluando. “Vaya tipo más impertinente” es su primer pensamiento, molesta porque la están distrayendo de su desayuno y de su trabajo. “Impertinente pero elegante” piensa después. “Impertinente pero elegante y guapo”, concluye devolviéndole una sonrisa muy a su pesar, porque ella no es de las que pone las cosas fáciles ni regala gestos a extraños. — Sí, soy arquitecta. Es usted muy observador. — Por favor, no me hables de usted. Soy Stefano — Añade sin perder la sonrisa y alargando de forma decidida su mano. — Anna — responde mientras la estrecha sin apenas apretar, un poco incómoda por la osadía del joven, pero demasiado sorprendida para negarle el saludo. — ¿Sus bocetos? — ¿Perdón? — Los planos esos que estaba mirando en el ordenador… — ¡Ah, no! yo no diseño, en realidad me dedico a...— Anna hace una pausa. No sabe muy bien si acabar la frase o no ¿Por qué tiene ella que darle explicaciones e información de sí misma a un desconocido por muy guapo y educado que parezca? Él parece darse cuenta de que está siendo demasiado indiscreto y trata de replegarse. — Perdón, te estoy molestando. No era mi intención interrumpir tu trabajo. Un ligero parpadeo de aquellos adorables ojos marrones y de nuevo la sonrisa que rasga su rostro, sonrisa que Anna aún anda decidiendo si tiene más de inocente o de canalla. — No interrumpes, no te preocupes. Ya prácticamente había acabado — se sorprende ella contestando mientras le quita hierro al asunto. — Hagamos una cosa Anna: si acierto a que te dedicas exactamente, me dejas que te invite al desayuno. Ella levanta las cejas: eso sí que no se lo esperaba. Está un poco desconcertada pero muy intrigada ¿Qué coño está pasando aquí? ¿Un tío jugando a hacer magia? ¿Intentando ligar con ella? o ¿tomándole el pelo? — Vale, prueba a ver – lo reta. — Eres funcionaria. Ya que estás mirando planos, yo diría que del ayuntamiento, posiblemente de urbanismo. Para ser más exactos, incluso diría que tienes pinta de inspectora. Una inspectora muy guapa, por cierto, si me permites decirlo. — ¿De qué va esto? — Pregunta forzándose a sonreír también, aunque con un tono algo más seco e irritado que el anterior. Stefano levanta las palmas de las manos en un gesto conciliador y pone expresión algo compungida. Es consciente de que está estirando demasiado la cuerda con una mujer a la que no le gusta que jueguen con ella, ni las sorpresas desconcertantes. — Vale, vale, no te enfades conmigo. Te lo explico todo ahora mismo pero ¿he acertado? — Bastante. — Muy bien entonces me tienes que dejar que te invite al desayuno y mientras nos acabamos el café, te lo cuento. Ella asiente y Stefano se levanta. Es un chico alto y una vez puesto de pie, el traje le queda aún mejor que sentado. Un chaval con clase para su edad, que debe ser de ¿29? Calcula Anna. Se sienta a su lado y un agradable perfume llega hasta ella. El chico deposita la taza de café junto a la suya. Tiene oportunidad de fijarse en sus manos, cuidadas y sin cicatrices. Dedos largos de pianista, sin anillos y un Omega Sea Master en la muñeca. El muchacho sabe gastar y no escatima, concluye. Y no lleva alianza. — He estado en el loft de Velázquez 57 un momento antes que tú. — ¿Cómo? — Soy diplomado en administración de empresas y me dedico a la consultoría. Abrimos sede aquí en Madrid y yo me voy a hacer cargo. — ¿Abrimos? — Una empresa familiar… en realidad es mi padre el que gana suficiente dinero para que ninguno tengamos que trabajar, pero a mí no me gusta estar a la sombra de nadie, ni que me regalen nada. Así que le he pedido una oportunidad de volar solo y ganarme la paga. Si es lejos de su sombra, mejor, no lo quiero detrás dirigiendo mis pasos. Así que esta es mi oportunidad. — Muy bien, pues buena suerte pero ¿qué tiene esto que ver con el loft y conmigo? — Ya tenemos local para la empresa, pero yo estaba buscando un sitio para instalarme. Y el loft ese me ha encantado. Céntrico pero tranquilo. Discreto y pequeño pero luminoso. A tiro de piedra de dónde voy a trabajar. En cuanto Rafael Gómez me lo ha enseñado esta mañana me he enamorado de él. Estaba dispuesto a firmar un año de alquiler con opción a compra pero... — Pero… — repite ella empezando a entender por dónde va el asunto. — El dueño ha sido sincero conmigo. Parece ser que ha surgido algún problema con la remodelación del edificio y los loft de los áticos, incluido el que me gusta. No se puede comprometer a alquilarlo hasta que no cuente con los permisos. Precisamente esta mañana estaba previsto que pasara la inspección a visitarlo. Tú no te has dado cuenta, pero nos hemos cruzado en el portal. Cuando te he visto he apostado a que eras la inspectora y cuando has salido y te has despedido de Rafael en la puerta, lo he tenido más claro todavía. — ¿Me has seguido hasta aquí? — En realidad venía a desayunar: ha sido una coincidencia que lleváramos el mismo camino. Cuando he visto que entrabas, no he podido resistir la tentación de sentarme a tu lado y de hablar contigo. Además, si voy a vivir cerca, tenía que probar los famosos cruasanes de la Mallorquina. Porque ¿voy a vivir cerca? – Ella arruga la nariz en un gesto de contrariedad que Stefano advierte enseguida — Anna, no quiero incomodarte: si no puedes adelantarme nada no lo hagas, no pretendo crearte problemas. — ¿Te manda Raphael? — pregunta ella. — A Rafael lo acabo de conocer esta mañana. Antes solo hemos tenido un par de conversaciones por teléfono para interesarme por el ático. No, no me manda él. Me gusta el apartamento, eso es todo. Cuando lo he visto esta mañana he tenido claro que esa va a ser mi casa. Y cuando algo me gusta voy a por ello. — Ya veo, incluso molestando a una funcionaria municipal. — ¿Te estoy molestando? Cielos, entonces además del desayuno tendré que compensarte con algo más ¿Quizás una cena? ¿Quieres que me corte una oreja cómo Van Gogh? Dímelo que estoy dispuesto a lo que sea. — Jajaja — ríe ella ante el descaro de Stefano — No dramaticemos. — Bien, pues entonces lo dejamos en la cena... — No ceno con extraños. Respecto a lo otro, no hay problema, no es ningún secreto oficial ni incumplo ninguna normativa si te adelanto que el informe va a ser positivo. La vivienda cumple los requisitos. Si la documentación que ha aportado Rafael está en regla, en un par de días tendrá el permiso. Ya se lo he dicho esta mañana: te podías haber ahorrado seguirme y el desayuno con solo haberlo llamado. — Pero entonces no te habría conocido — Otra vez la media sonrisa canalla ¿Canalla? Sí, esta vez Anna está segura. El chaval pisa seguro de sí mismo, le echa huevos a la vida. Parece que va a tener razón: cuando algo le gusta va de frente a buscarlo. Un momento ¿ella le gusta? Por un instante le cuesta mantener la compostura. El joven es una perita en dulce. — No creo que un chico como tú tenga problemas para conocer muchachas aquí en Madrid. — Nos acabamos de conocer, pero creo que ya sabes de mí lo suficiente para darte cuenta que cuando algo me gusta, voy a por ello. A lo mejor yo no quiero conocer chavalas, prefiero mujeres. Ella le sostiene la mirada unos instantes y luego se levanta y recoge sus cosas. — Stefano, encantada de haberte conocido pero tengo trabajo. — Claro. Anna hace una seña camarera pero el chico insiste. — Por favor, déjame compensarte aunque sea con el desayuno, por haberte robado el tiempo y por cualquier molestia que haya podido causarte. Ella consiente. Cuando se va a ir oye de nuevo su voz que la llama. — Anna — Ella se gira y Stefano le tiende una tarjeta — Te sigo debiendo una cena: gracias por dar el visto bueno a mi futura vivienda. — Estaba todo en regla, solo hago mi trabajo. No me debes nada. — Por favor coge la tarjeta. Si te lo piensas y te apetece una cena sin ningún otro compromiso, llámame. En caso contrario, puedes tirarla a la primera papelera que te encuentres nada más salir.

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