Capítulo 3: Un gran desconsuelo

4727 Words
Todo comenzó a girar más rápido, el dolor se extendió a través de todo mi cuerpo. El ascensor seguía bajando. Me parecía una eternidad. Finalmente, las puertas se abrieron. Seguía en el suelo del ascensor. Él salió del ascensor y vi entrar a dos personas. —A esa me la dejan lista para comenzar —ordenó— Regresaré en 2 horas —dicho esto, regresó al ascensor.se marchó. —Ésta tipa como que si le dio guerra —dijo una de las personas en tono burlón— Con razón está hecho una furia —me miró— Y a tí te va a ir MUY mal por eso —aseguró. Eran dos mujeres, no eran ancianas pero si mayores. Tendrían unos 60 años. No puede ser —dijo incrédula mi mente— ¿No se supone que nos ayudemos entre mujeres? ¡Ah no! Claro que no, la envidia consume a la mayoría —y apoyé lo que dijo mi conciencia, porque es cierto. Algunas mujeres se alegran de lo que nos pasa a otras. Aunque eso es cierto si tú eres fea y la afectada es top model's, pero yo no era (ni soy) una top model's, ni siquiera llego a ser agraciada. Bien que me lo decían los hombres en la calle "¡que te lleve el diablo, fea!". Eso me hizo preguntarme qué era lo que buscaban en mí porque, obviamente, belleza no era, cuerpo escultural, tampoco. Y concluí en que seguro eran mis órganos. ¡Me horroricé! —Magda, vamos dejarla en la 7 —se quejó la otra— Es más cerca de la de siempre y sí el señito pregunta, le decimos que ésta se puso mona pa' que le de otra paliza —comenzó a reírse. —Tienes razón. Vamos a dejarla allí. Ya luego el señito se encargará de darle lo que se merece ésta basura —caminaron apresuradamente y me llevaron al mencionado lugar. No era muy grande. Parecía más una celda. Un colchón individual sobre una base de concreto, un lavamanos, un espejo y un WC. Era todo. Al menos era impecable y de un blanco que te podía enceguecer. Literalmente me lanzaron al colchón. Agradecí que no estuviese viejo o las magulladuras hubiesen sido más. Me enrosqué sobre mí misma y procuré dormirme. Fue imposible. Un hombre entró. De un tirón me sentó en el borde de la cama y comenzó a revisarme minuciosamente. —Éste imbécil echó todo a perder —frunció las cejas, parecía muy molesto— Tomará tiempo que sanen éstas lesiones. Se marchó, dejándome una mezcla entre terror y confusión —creí que ahora sí me dejarían sola pero la puerta se abrió de golpe. Di un salto. Eran las dos mujeres con una silla de ruedas. —A ver mamita, levante ese culo que no tenemos todo el día —gritó la tal Magda— A bañarse para poder ver bien dónde está rota. ¡Muévase! —no me moví. Las dos me obligaron a sentarme. Me llevaron hasta un baño y me asearon a profundidad. Fue tan profundo que ¡hasta me echaron Listerine en todo el cuerpo! Javier hizo acto de presencia en baño mientras las mujeres secaban mi cuerpo. —El doctor la quiere en el consultorio luego del baño —dio media vuelta y se marchó. Las mujeres terminaron su labor y me llevaron a una habitación con apariencia de clínica. —Al fin —el hombre que me había revisado antes estaba sentado detrás de un escritorio escribiendo en un libro— Hagan el favor, y ayúdenla a sentar en la camilla —lo hicieron y se marcharon. Mientras yo intentaba procesar todo lo que había pasado recordé, a mi madre. Mi corazón se encogió, seguro estaría angustiada preguntándose dónde estaba y lo más seguro era que, ya habría llamado a Sara unas 200 veces. Lloré, no por lo que me sucedía sino por el dolor causado a mi madre. En un estado al que yo llamaría "mar de lágrimas" y sin poder siquiera intentar escapar, no hacía otra cosa más que tratar de convencerme de que lo mejor era calmarme, mantener la cordura y no hacer ninguna locura hasta tener la oportunidad apropiada. La puerta se abrió interrumpiendo mis pensamientos. Era Javier. Cerró la puerta detrás de sí y se quedó pegado a ella como niño regañado. —¿Alguna novedad Doc? —la voz de Javier era tan relajada y casual que de haber tenido, le hubiese lanzado un zapato. —Aún no comienzo, muchacho —con una ligera sonrisa de "¿Estás apurado?"— De todas maneras sería bueno que te quedes, así puedo decirte en persona los resultados, ¿OK? —lo miró levantando ambas cejas. —OK, así me ahorro tener que venir de nuevo por las novedades —suspiró y cruzó los brazos. Envuelta en una toalla, con las manos y los pies helados no dejaba de pensar en mi madre, en su angustia y en cómo darme fuerzas para resistir. —Bien, muchachita —el doctor sacó una jeringa de un cajón— Primero, examen de sangre para saber cómo está tu salud —¿Yo? estuve a punto de salir corriendo. Le tengo pavor a las agujas. Pero preferí mirar a otro lado y respirar profundo. El hombre tomó la muestra, presionó un interruptor y llamó a Magda. Más rápido que inmediatamente, apareció Magda. Tomó la muestra y salió como flecha. —A ver tu frente —tocó ligeramente el golpe. —¡Ay! Eso duele —grité. —Necesitaré una radiografía. —murmuró para sí— Ahora, déjame ver qué tienes en la boca —apreté los labios y el hombre frunció la frente— Cooperas por tu voluntad... —susurró— ¿O prefieres que él te obligue? —abrí la boca de inmediato— Eso pensé —sonriendo— Tú tranquila, que aquí el malo es él. Yo solo estoy para ayudarlas a sanar —sentía que me trataba como niña de 5 años. Rodé los ojos— Te felicito Javier —dijo el doctor lanzando furioso un hisopo a la basura— Le has dado tan fuerte que se ha cortado la mejilla con los dientes. Ahora tengo que suturar, por lo menos 3 puntos! —me miró y me guiñó un ojo. —No fue tan fuerte —se defendió. —Ven a verlo por ti mismo —me señaló. —Siga usted —ofreció— Solo dígame lo que ve y yo la ayudaré a reponerse. —Bien —se giró hacia mí— En cuanto a ti, dime una cosa. Tu columna, como la sientes? —Como si una trailer me hubiese aplastado —murmuré— Me duele cuando me muevo. —Veamos —se levantó— Quítate la bata —mis ojos se pusieron como platos, nunca había estado desnuda delante de nadie. El médico notó mi incomodidad— Javier, sal un momento, por favor —ordenó. —Ni de chiste —se burló. —Por fa-vor, te dije —ordenó de nuevo. —OK, como si nunca hubiese visto a una mujer desnuda —se quejó. —A ésta no, y mientras esté en ésta condición, ¡no lo harás! —le dijo furioso. —Está bien —levantó ambas manos— pégame para la próxima. —Debería, ¡mira como la has dejado! —le gritó. Javier dio un portazo. —Bien —suspiró— Ya sabes que yo soy profesional, estoy acostumbrado a éste tipo de cosas. Por favor —señaló la toalla— Déjame revisarte —suspiré, me bajé de la camilla, le di la espalda y dejé caer la toalla hasta donde comienzan mis nalgas, sin descubrir mis senos— ¡Pero qué salvajada la que te ha hecho éste idiota! —murmuró— Poco tiempo para la subasta y no estarás lista para eso —se acercó a la puerta y la abrió— ¿Javier? Entra, mira tu obra —Javier entró y se quedó parado en la puerta. —¿Lo ves? —me señaló— ESO no se quitará a tiempo para la subasta, y agradece a Dios que no le diste de plano en la columna —Javier se pasó las manos por la cabeza y luego por la cara. —Salte —le indicó el doctor— Terminaré con el chequeo —Javier salió de nuevo y a mí me dieron ganas de reír por la manera cómo lo regañaba el hombre. Parecía su padre (aunque más adelante supe que no lo era). —En cuanto a ti, muchachita —insistía en eso— Ven y súbete acá —señalando una silla que parecía más burro de parto— Voy a hacerte una revisión ginecológica. —No hace falta —dije tan pronto terminó de hablar— Estoy bien. Solo tengo quistes en un ovario pero nada grave —el hombre me miró sobre sus anteojos. —Sí —sentándose en su lugar— Pero eso lo sabe tu ginecóloga de siempre, la que tiene tú historial médico, yo no. —Palmeó el asiento– Ven, terminemos rápido con ésto y te vas a descansar —Respiré profundo y caminé. Me senté y él me ayudó a acomodarme. —Bueno, tienes razón —me dio una ligera palmada en el tobillo— Lo que veo, se ve sano —veamos dentro —pasó su mano por mi vulva y separó los labios. Amplió los ojos — !Vaya, vaya, vaya! —exclamó— ¡Pero si tenemos a una virgen aquí! —murmuró alegre— ¿Cuántos años tienes, 15? —levanté una ceja a modo de respuesta sarcástica. —¿Qué le hace pensar que soy menor de edad? —le miré fijamente. —¡Que eres virgen! —exclamó. —¡Ah claro! —me reí— Es que es obligatorio perder la virginidad en la adolescencia, ¿Cierto? —No, eso es decisión de cada mujer —repuso el hombre. —Pues yo tengo casi 20 años y no he tenido sexo con nadie —espeté. Mi miró con asombro. —Pues, ¡te felicito! —aplaudió ligeramente— Pero aun así, usaré éste hisopo y tomaré una muestra —dicho esto, introdujo el hisopo en mi v****a— Y... listo. Vamos ahora a anotar lo que necesitas. Me ayudó a levantarme y me guió hasta una silla frente a su escritorio. Caminó a la puerta y de nuevo llamó a Javier. Ambos caminaron hasta el escritorio. El médico rodeo el mismo y se sentó en su lugar. Javier, en cambio, se paró detrás de mí. —Bien, Javier —comenzó diciendo— Ésta chica es una prenda que cualquiera quiere, y estoy seguro de que tendré la razón, sobre el afortunado, cuando tenga los resultados en mi mano. —Sin rodeos doc —demandó— Dígame qué tiene la pulga! —Por ahora, solo te diré que requiere una radiografía en su cabeza por el golpe, 3 curas al día en la lesión de su boca —escribió en una hoja— Compresas frías y calientes en la zona lumbar junto con ésta pomada que te apunto aquí, reposo absoluto y que TÚ no la veas hasta que YO dé la orden. ¿Entendido? —Lo miró sobre sus lentes y lo apuntó con la pluma. —Está bien, por mí mejor. —Eso espero —firmó el papel y se lo entregó— Compra todo y se lo entregas a Magda, ella y Lucy se encargaran de ella —dicho eso, Javier salió de la habitación y llamó a Magda. Ésta hizo acto de presencia rápidamente. —Trae la silla y llévala a su habitación —Javier se marchó sin más. —Dotocito, ¿me la llevo? —Si, Magda —le habló mientras hacía unos apuntes— Pero espera un momento —terminó de escribir y la miró— Que Javier no la vea sin mi permiso, entendido? —Si, dotocito —dicho ésto, salimos de allí rumbo a mi lugar de destino. En el camino por el pasillo se escuchaban gritos y alaridos. Daba la impresión de que alguien era torturado. —Ay esa 3 ya me tiene harta —murmuró Magda— Ojalá se porte bien mal en la subasta para que la compre el brasileño, Aa ese le encanta las rebeldes! —Canturreó una risita. Se detuvo frente a una puerta. Levanté la mirada. Tenía el número 7 pintado en la puerta, cubría casi la mitad de la puerta. Exagerados. Pensé. Magda me ayudo a acostarme, buscó en su bolsillo una jeringa. La miré asustada. —Tranquila mija —quitó la tapa de la jeringa y me agarró el brazo— Es sólo un sedante para que duermas bien y descanses —relajé mi cuerpo y dejé que aplicara la dosis. Quería dormir, pero no despertar de nuevo. Magda trataba de mantenerme dopada, era mejor para las dos, yo no me resistiría y ella no tendría que usar la fuerza para obligarme. Perdí la noción del tiempo. Desperté, aún sentía los parpados pesados pero no sentía sueño, solo debilidad. Me moví y ya no sentía dolencias ni malestares. Cuánto tiempo estuve dopada? Me quedé sentada al borde de la cama, esperando poder tener la fuerza para levantarme e ir a lavarme la cara. Estaba desnuda, pero le resté importancia. Luego de un rato, conseguí levantarme. Me miré al espejo y mi aspecto era deplorable, había perdido peso y mis ojos estaban rodeados por un círculo marrón. Mi cuerpo lucía pálido. “Un espectro” –—pensé. Toqué mi frente donde me había golpeado pero ya no estaba. Tampoco el golpe de la mejilla me dolía. El golpe en mi espalda estaba ausente. La puerta se abrió y me sobresalté. —¡Al fin despiertas! —Magda traía una bandeja cubierta— Y supongo que tienes hambre —mi estómago rugió en respuesta. —Si —susurré— Y tengo mucha sed. —¡No es para menos muchacha! —acomodó la bandeja en una mesa pequeña— Estuviste dopada 45 días. —¿Qué? —no lo podía creer— ¿Por qué? —se encogió de hombros. —Órdenes mija —señaló la bandeja— Ven a comer que está calentito —me acerqué y tomé asiento. Recordé a mi madre. Lloré. —¿Te emocionaste con la comida? —Magda estaba perpleja por mi llanto. —No, Señora Magda —me limpié las lágrimas— Es por mi madre, debe estar angustiada. —Ya lo creo que sí muchacha —su tono era casi maternal— Pero come no más, que eso de tu mamá se arreglará después —dicho eso, salió rápidamente. Quedé con la cabeza ladeada, como cuando le hablas a un perro y éste gira la cabeza como diciendo "no entendí". Decidí comer y olvidar por un momento lo demás. Al terminar, Lucy entró con pasos apresurados. —Vamos niña —me agarró por un brazo y me obligó a caminar— hay que arreglarte y ponerte presentable —me llevó a empujones hasta las duchas y me limpió hasta el alma— Te recomiendo que le hagas caso al señito si quieres salir de aquí —me apuntó con el dedo— Y cuando le veas la cara de pocos amigos mejor ni rechistes lo que diga o te irá peor. —Pero yo no quiero estar aquí, yo... —Mira —interrumpiendo mis palabras— A nadie le gusta ser torturado, pero si obedeces te irá mejor que a las demás. —Pero... —¡Pero nada! —me volvió a interrumpir mientras caminábamos apresuradas— Yo te lo digo por tu bien. El señito nunca había traído a una mujer sin su consentimiento y está hecho una bola de fuego, así que, por tu bien, hazle caso, obedece por tus padres. Su mirada fue severa pero me quedé pensando en lo que dijo. Se marchó rápidamente. Desnuda en la habitación, sentada en la cama, sumida en mis pensamientos y con los nervios en punta, intentaba adivinar porqué él había decidido traerme y qué haría conmigo. Levanté la mirada y noté que no estaba en la misma habitación, ésta era distinta. Ganchos, poleas, barras, látigos, fustas, cadenas, cuerdas y un sin fin de cosas que nunca había visto. Di un salto cuando la puerta se abrió y golpeó la pared. Era él, tenía su rostro colorado, su respiración era agitada. Entró y dio un portazo al cerrar. Se acercó a mí. —Aún no olvido cuando me llamaste "señor de señores" —sus manos rodearon mi cuello apretándolo con fuerza— Y no he terminado la paliza que comencé —apenas terminó de hablar y sin tiempo para decirle algo, me levantó y me empujó hasta chocar contra una pared. Soltó mi cuello y apretó mis mejillas— Las reglas serán sencillas —apretó con fuerza hasta dejar mi boca casi impedida para decir algo— Y solo serán 3. Me dio un azote en una de mis tetas y se apartó bruscamente. Respiré agitada y mis piernas comenzaron a temblar notoriamente. Apenas podía sostenerme. Colgó una cuerda en una polea, me agarró con fuerza por mi cabello y me llevó hasta ella. Comenzó a atarme las muñecas. Listo el nudo, tiró del otro extremo hasta dejarme apenas tocando el suelo con la punta de los pies. Temblé aún más de miedo. Tomó una vara fina y sin aviso la estrelló en mis nalgas con fuerza. Di un grito. Dio otro azote, luego en mis tetas, piernas y espalda. Así repitió los azotes hasta dejarme roja las 4 zonas. Ya solo lloraba por el dolor. Se detuvo. Cambió al látigo. —ÉSTA VEZ CONTARÁS CADA GOLPE QUE RECIBAS —me gritó furioso— ¿ENTENDISTE? —dio el primero, pero el dolor no me dejó hacer otra cosa que gritar. —¡CUENTA! —enfureció. Dio otro azote contra mi cuerpo, no apuntaba a un lugar sino que dejaba caer el látigo a su libre albedrío. Ésta vez, se estrelló contra mis muslos. —Uno —ahogue el grito y murmuré. —¿Qué dijiste? —puso una mano detrás de su oreja— ¡No escuché NAAADAAA! —con furia arremetió de nuevo dándome 12 latigazos tan fuertes como su brazo se lo permitió. Me costaba respirar. La puerta se abrió de golpe. Era el doctor —¿TE VOLVISTE LOCO, JAVIER? —le gritó mientras se apresuraba a quitarle el látigo de un tirón— Tú la secuestraste a ella, ¡LA OBLIGASTE! No puedes tratarla como a una de las perras voluntarias o esto tendrá terribles consecuencias para ti y tu familia. Y sabes que ella no podrá ser subastada —Javier respiraba agitado, pero poco a poco su furia se fue apagando. —No pude evitar hacerlo, doc —se sentó en la cama y llevó sus manos a su rostro— No pude, ella me provocó. —Si claro —su expresión sarcástica la notaría hasta un niño— ELLA, sin saber quién carajo eres, te insinuó que quería ser maltratada, ¡POR FAVOR! eso convencería a tu padre, pero a mí no. Javier suspiró, levantó el rostro y miró al doctor. —Tienes razón, doc —su voz se suavizó— Perdí el control con ella, no tengo excusas. —Bien —su tono parecía frustrado— Ayúdame a bajarla, la llevaremos a revisarla —hizo una pausa— De nuevo —ambos se apresuraron a liberarme de las cuerdas. Ya en el área de atención médica, el doctor limpió las áreas enrojecidas y aplicó una pomada. No sentía sus manos, no sentía dolor, era como perder el sentido del tacto. Mis manos comenzaron a temblar sin control, luego le siguió el resto de mi cuerpo. El doctor llamó a Magda y le pidió algo que no alcancé a escuchar. Me llevaron a la habitación. Magda llegó con varios edredones y me cubrió con ellos. —¡Ay señito! —Magda se lamentó— Cómo se ensañó con la pobre, ¡Ni que fuese la fulana de la 3! —Magda —Javier suspiró al decir su nombre— No le cojas cariño, ¿Sí? —¡Ta bien, pues! —levantó ambas manos— Yo no más digo lo que veo —dio media vuelta y salió murmurando. Javier se sentó en el borde la cama junto a mis pies. No dijo nada. Permaneció en silencio. Lucy llamó a gritos al doctor. —Doctor —su voz se entrecortaba— La cachorra de la 2, no para de vomitar —el doctor rodó los ojos y luego miró a Javier. Levantó una ceja. Miró a otro lado y suspiró. —¿Es en serio Javier? —pasó una mano por su cara— ¿Qué le hiciste ahora? —Ella se ofreció a chupármela —su tono era de burla— Ya sabes que me emociono con eso y... bueno —hizo una pausa para limpiar su boca— ¡Pero eso fue ayer en la mañana! —se defendió. —¡Me vas a matar un día de éstos, muchacho! —salió, tirando la puerta detrás de él. Javier dio un largo suspiro. Me miró durante unos segundos. Levantó los edredones y me los quitó. Yo me enrosqué hasta pegar las rodillas de mi pecho. Se levantó de la cama, se paró delante de mi cara, abrió su pantalón y sacó su m*****o para masturbarse delante de mí. Yo había visto p***s sólo en videos pornográficos, nunca los había tenido delante de mí y me causó curiosidad. No quité la vista. Permanecí con la mirada fija en su m*****o. —Eres viciosa, ¿verdad? —se rió— Y yo con ganas de cogerte hasta dejarte hecha nada —continuó su tarea y, cada vez, su mano se movía más rápido. Sin detenerse, se acercó al borde de la cama, apoyó sus rodillas en el borde y eyaculó en mi cara. No me moví para limpiarme. Sólo cerré los ojos— Sospecho que te gustó mucho lo que viste —deslizó una mano por mi cuerpo hasta tocar mi vulva— Y eres una zorra, como todas —sus dedos se deslizaban suavemente por la humedad de mis labios inferiores— ¿Quieres que te ayude con esto? —murmuró al tiempo que presionaba con fuerza mi clítoris— Estoy seguro que así es —sin pensarlo dos veces se movió junto a mi pelvis. Dejó caer su pene sobre mi cadera y yo me moví para quitarme pero él me sujetó con fuerza— Tranquila, no te voy a coger —hizo una pausa y miró mi vulva– Por ahora. De nuevo sus dedos se deslizaron por mi húmeda cavidad y yo intenté deshacerme de su agarre. Fue imposible, me sentía débil. Él se levantó, guardó su m*****o en su pantalón y salió. Me sentí aliviada. Pero mi alivio no duró mucho. Él regresó con un trozo de tela y otras cosas que no pude detallar. —Acuéstate boca arriba —ordenó. Suspiré y lo hice, no quería otra paliza. —Muy bien. Del borde del colchón sacó unas correas. Varias, para ser exacta. Se paró detrás de mí cabeza, me levantó por los hombros y me deslizó hasta que mi cabeza quedó colgando fuera de la cama. Sujetó mi cuerpo con las correas. Con el trozo de tela vendó mis ojos y colocó algo en mi nariz que me impedía respirar. Lo hacía por la boca. Luego, no sentí sus manos. Escuché de nuevo la puerta y luego silencio. Unos instantes después escuché de nuevo la puerta. Metió algo en mi boca que la mantenía abierta pero me permitía respirar. —Te ves preciosa –Murmuró– Es más, te tomaré una foto así, y luego otras durante el proceso para que veas lo puta que eres. Escuché que se quitaba el pantalón. Apreté los puños e intenté moverme. Imposible. Sentí algo que entró que mi boca. Se sentía duro, suave y caliente. Era su pene. Poco a poco entró en mi boca soltando suspiros cada tanto. Cada vez lo hacía más profundo, hasta que comenzó a tocar mi garganta y me provocaba ganas de vomitar. Lo sacó, unos instantes después regresó de nuevo su pene a mi boca pero fue más profundo, su mano se posó en mi garganta y la presionaba, quería saber que tan profundo llegaba. —Quiero gozar tu boca —su tono era perverso— No, ¡VOY a gozar tu boca! En un instante arremetió con fuerza contra mi garganta, empujando todo su m*****o hasta hundirse en ella. En su estocada, sus testículos pegaron con fuerza contra mi nariz. Su mano presionó con fuerza mi garganta. —¡Por dios! —gritó triunfal— ¡Te la has tragado toda! Mi visión cambió, comenzaba a ver puntos de luces y sentía que me iba a desmayar por la falta de aire. A él no le importó y seguía empujando más profundo. —Tengo que capturar esto —soltó mi cuello y no supe nada más. Me desmayé. Sentí unos golpes en mi mejilla. Respiré profundo— Eso es —me animó— Respira con calma. Unos segundos después volvió a arremeter contra mi boca, dando estocadas bestiales. Entraba y salía con fuera mientras yo intentaba vomitar pero su m*****o me lo impedía. Volví a desmayarme. No sé cuántas veces me desmayé mientras él satisfacía sus ganas con mi boca, pero finalmente llegó a su fin. Dio una última estocada fuerte y salió rápidamente para bañarme nuevamente con su semen. Me quitó los aparejos de mi rostro y me soltó. Me ayudó a acomodarme en la cama mientras ambos respirábamos agitadamente. Buscó en el bolsillo de su pantalón un pañuelo y se encargó de limpiar mi rostro. Luego, buscó su teléfono y me mostró unas fotos. Era yo. Un separador de labios (de uso odontológico) mantenía mi boca abierta para facilitar la penetración. Al mirar mi cuello mis ojos se abrieron como platos. Su m*****o desaparecía un poco más abajo de mi clavícula. Quedé helada. Palmeó mi cadera. —Tú te quedas conmigo —se levantó y buscó su pantalón, se lo puso mientras hablaba— Ya nos las arreglaremos después —caminó hasta la puerta— Nos vemos en una semana —me quedé pensando en la imagen que había visto y repetía en mi mente todo lo sucedido. Luego me dormí. Los días pasaron y Magda insistía en que comiera algo. Ella llevaba 4 bandejas de comida al día a mi celda (porque así la veía yo) pero sólo tomaba agua, el resto se iba igual. Magda se las ingeniaba para que me diera hambre, me ofrecía, cereales, waffles o muffins en el desayuno, en el almuerzo me ofrecía, sopas, cremas, parrilas, hamburguesas y hasta pizzas. Para la merienda dejaba bolsas de Doritos, Ruffles y Lay's, tartas, helados o churros y para la cena hot dog's, pizzas, pasteles, tequeños o pancake. Nada. Para mí la comida, sin importar lo deliciosa que se veía, no era atractiva. Solo quería acelerar mi muerte por inanición. Al menos así podría salir de allí. Lucy me arrastraba hasta el baño 2 veces al día para asearme hasta el alma. Ni yo misma me limpiaba tan profundamente. Magda llevó la bandeja número 16 y se sentó en la cama con ella en su regazo. —Por favor, nena —su voz era maternal— Come algo —dio un largo y pesado suspiro— Estás quedando en el hueso. El doctor te va a poner un suero con vitaminas si no comes ya mismo —amenazó. —Que venga y me lo ponga —murmuré. —¡No seas así muchacha! Come algo, por favor —lentamente me senté, tomé el vaso con agua y lo bebí todo. —Listo —coloqué el vaso en su lugar— Es suficiente —Magda suspiró, salió de la habitación llamando al doctor. Cuando el doctor entró, no dijo nada, solo tomó mi brazo y colocó el yelco. Ajustó la duración del paso del líquido y salió. Me quedé mirando el techo pensando en mi madre.
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