Allen se encontraba en un inusual estado de incomodidad, una experiencia poco común para alguien de su porte. Con una mano cubriendo discretamente su boca, intentaba contener los gases que no dejaban de atormentarlo. Cada eructo que lograba escapar era un recordatorio incómodo de su reciente indulgencia con las bebidas azucaradas y el alcohol, un capricho que, aunque poco frecuente, lo había dejado en esta situación comprometedora. Su impecable elegancia, aquella que le había valido la admiración de tantos, estaba siendo desafiada por algo tan mundano y banal como un malestar estomacal. Sin embargo, como todo lo demás en su vida, Allen abordaba este inconveniente con la misma gracia calculada que solía desplegar en situaciones mucho más peligrosas. Sentado entre las mujeres que lo rodeaba

