Con una sonrisa teñida de melancolía y un punzante dolor alojado en el pecho, decidió seguir a Aidan para sentarse a la mesa. Aidan anhelaba un momento de paz, un respiro entre la maraña de emociones que lo embargaba, para disfrutar de una comida en compañía de su papá el vampiro excéntrico. Apartó las sombras de su mente, aunque fuera por un instante, y lo llevó con cuidado hacia la sala. Allí, con una suavidad casi reverente, lo acomodó en torno a la reluciente mesa de madera pulida. Frente a ellos, varias bandejas cubiertas con brillantes tapas plateadas aguardaban su turno para revelar los secretos que encerraban.
Allen, recostado contra el respaldo de la silla, no parecía albergar demasiadas expectativas. Con las manos apoyadas sobre las piernas, miraba distraído las tapas con una me
