—¡Claro que no, querido amo! Aún no he comido, pero todo está dispuesto para que podamos disfrutar juntos de una tranquila y deliciosa cena, solo los dos alrededor de la mesa, sin que nada ni nadie nos interrumpa —dijo Aidan con una modestia casi ensayada, deteniéndose en seco y estirando la mano hacia Allen como invitación—. Aprovechemos que la jovencita sigue bañándose. Es el momento perfecto para degustar todo lo que he preparado... lo que traje especialmente para este momento único entre ambos. Allen, intrigado y algo desconcertado por el repentino cambio de actitud en el joven, lo siguió casi automáticamente. Sin embargo, su mente divagaba, atrapada en el intrincado dilema en el que ahora se encontraba. No se trataba solo de la inesperada responsabilidad de cuidar a la niña, cuya pre

