—Bueno… —suspiró Aidan con un rubor discreto que se abría paso entre la palidez húmeda de sus mejillas. La noche parecía escucharlo, envolviéndolo con la misma suavidad inquieta con la que él revelaba sus secretos. Se frotó la nuca con cierta torpeza, los dedos temblorosos por la tensión que no sabía bien cómo nombrar—. Ciertamente, no conozco a nadie que sea como yo. No soy como los vampiros… ni como los humanos. No bebo sangre, no por necesidad. Prefiero la carne. Cruda, cuando el instinto pesa. Pero también… también puedo adaptarme. Si lo deseo, puedo comer como cualquier humano y mantener mi cuerpo en equilibrio por semanas. Aunque… lo dulce y lo picante son lo que más me atrae. Es como si mi cuerpo los reconociera con más facilidad que todo lo demás. Jean Pierre lo miraba en silencio

