Dreida está completamente exhausta. Su cuerpo tiembla apenas perceptible, cada intento de respirar se convierte en una batalla contra un dolor que es demasiado evidente como para intentar taparlo. Sus labios se mueven, quiere decir algo, pero lo único que escapa de su garganta es un sonido seco, roto, como hojas crujientes bajo una bota. El aire simplemente no le alcanza. Sus ojos brillan, no por orgullo o rabia, sino por desesperación… y quizás un rastro de algo más: ¿arrepentimiento? Minerva, para mi total desconcierto, se inclina hacia ella con una delicadeza que no esperaba. No hay burla, ni frialdad. Solo una ternura silente que brota en la forma en que la toma por los hombros, con manos frías pero firmes. La levanta sin brusquedad, como si temiera romperla, y la lleva hacia uno de l

