Aidan permaneció inmóvil por un momento, sus ojos fijándose en los movimientos de Dreida con una intensidad que él mismo no entendía del todo. Había algo inusual en su actitud, una timidez que se hacía evidente en los pequeños gestos nerviosos que realizaba. Era sutil, casi imperceptible, pero Aidan podía verla en cómo giraba distraídamente la pajilla de su bebida o en cómo sus dedos jugueteaban con el borde de la mesa cuando parecía quedarse sin palabras. También estaba en la manera en que evitaba mirarlo directamente a los ojos por más de unos breves segundos. Esa inseguridad, tan parecida a la suya, lo desconcertaba y, al mismo tiempo, lo tranquilizaba.
No podía recordar la última vez que había visto a alguien así, vulnerable de una manera que no se sentía artificial. Por lo general, l
