Me acerco, el pecho pesado, cargado de inquietud. Cada paso es silencioso, cuidadoso, como si cualquier ruido pudiera romper el frágil equilibrio del momento. La escena frente a mí es un reflejo de algo más profundo, más oscuro. No puedo ignorarlo. —Sé que a lo mejor quisieras estar sola en momentos como este —mi voz suena baja, casi susurrante, mientras me inclino hacia ella—. Pero no puedo evitar preguntarte al verte así: ¿ si acaso todo está bien, Sarah? —le interrogo, la inquietud palpable en mi tono—. La mocosa pelirroja me dijo que estabas llorando, y vine de inmediato para verte. ¿Está todo en orden? ¿acaso ocurrió algo cuando no estaba para que estés de esta forma? Sarah, al escucharme, se endereza apenas un poco. Sus movimientos son lentos, casi mecánicos. Con un pequeño ladeo

