Aidan cruzó la línea invisible que separaba el territorio de los cazadores del paraje libre y oscuro donde el silencio reinaba. Su paso era firme pero contenido, como si cada movimiento obedeciera a un código ritual que nadie más conocía. El aire, aunque quieto, estaba cargado de información. Aromas. Fragmentos de memorias flotando entre partículas suspendidas. No había huellas visibles en el suelo, ni sonidos que indicaran presencia alguna, pero el mundo olfativo de Aidan vibraba con intensidad. El olor de Couzie persistía. No era un aroma estático ni lejano, sino uno que parecía moverse con él, como si le rodeara, invitándolo a seguir más allá de lo visible. Sin embargo, por más que sus ojos escudriñaban el horizonte, no había señales físicas. Ni criaturas ni humanos en la cercania. Sol

