Sarah da unos pasos hacia atrás hasta chocar contra el sofá pegado a la pared, su cuerpo reacciona de inmediato ante mi cambio. Se tensa, sus manos buscan apoyo, pero su expresión es lo que realmente delata su sorpresa. Sus ojos se abren ligeramente más de lo usual, sus labios se separan apenas, y luego, casi sin querer, deja escapar una risa nerviosa. Es evidente que intenta retractarse, como si creyera que, al reírse, podría hacerme olvidar lo que acaba de decir. Pero yo no olvido tan fácil. —¿Por qué la cara de ratoncita acorralada ahora? —pregunto con picardía, disfrutando el momento—. ¿Acaso no querías un mordisco de mi parte? ¿O que te tratara como a una igual? Sarah no responde de inmediato, solo se encoge un poco sobre sí misma, como si dudara de sus propias palabras. M

