Mientras avanzaban, Allen no podía evitar estudiar cada rincón del lugar, buscando detalles que pudieran ser útiles más adelante. Los pasillos que conducían a otras áreas parecían interminables, y cada tanto se cruzaban con personas que les lanzaban miradas fugaces antes de continuar con su camino. Si Couzie estaba observándolos, seguramente ya estaba al tanto de su presencia.
Allen dejó escapar un largo resoplido, como si soltara una carga invisible que lo había estado oprimiendo. Sin embargo, mientras se alejaba del lugar para aproximarse al tocador, toma al ojeroso chico del brazo y en ningún momento su fuerte agarre sobre Aidan parecía disminuir. El joven caminaba a su lado, intentando seguirle el paso, pero con un gesto de extrañeza que evidenciaba las preguntas que bullían en su mente. ¿Qué era esa supuesta “ida al baño” que tanto le había apurado? No lograba entenderlo y tampoco se atrevía a preguntar, especialmente porque el agarre del vampiro era tan firme que hasta le resultaba incómodo.
Tras unos minutos de caminar en silencio, llegaron frente a una imponente estatua situada cerca de unas amplias escaleras de mármol oscuro. Allen se detuvo de golpe, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y admiración. La estatua, colosal en su magnitud, era al menos seis veces más alta que él, y eso que Allen ya era un hombre considerablemente alto, algo que siempre disfrutaba destacar con cierta arrogancia. Para él, su estatura era una especie de trofeo, un símbolo de superioridad que le otorgaba lo que él describía como “estatus”.
Allen rodeó la base del monumento con pasos lentos, casi reverenciales. Sus dedos se deslizaron por la superficie fría del mármol pulido mientras sus ojos recorrían cada detalle de la obra. A sus pies, un pequeño cartel de bronce brillaba tenuemente bajo la luz artificial. El cartel indicaba las distintas áreas del establecimiento y señalaba claramente el “usted está aquí”. Era un detalle que a cualquiera podría parecer trivial, pero no para Allen. Su mirada detenida y meticulosa analizó cada letra, cada rasguño, como si estuviera descifrando un acertijo importante. Memorizar el cartel no era solo un acto práctico; era una declaración silenciosa de su control y aguda percepción.
Aidan, por otro lado, se acercaba a pasos lentos y vacilantes. Su rostro estaba marcado por una expresión peculiar, una mezcla de desconcierto y agotamiento que no pasó desapercibida para Allen.
—¿Ahora qué te pasa? —preguntó Allen, girándose hacia él con un tono que, aunque pretendía ser de preocupación, llevaba un leve tinte de impaciencia—. ¿Sigues sintiéndote mal o es que viste algo que te llamó la atención?
El joven, sorprendido por la precisión de la pregunta, negó rápidamente con la cabeza y abrió los ojos de par en par, como si el solo hecho de ser descubierto lo hubiera sacado de un sueño. Allen frunció el ceño, pero decidió no presionar más. Conociéndolo tan bien como lo hacía, entendía que insistir solo provocaría una reacción más irritada y, en el estado actual de Aidan —lánguido y visiblemente hambriento—, lo mejor era evitar enfrentamientos. Era un patrón conocido: Aidan siempre se tornaba irascible y susceptible cuando no había comido durante un tiempo prolongado.
Mientras Allen reflexionaba, su atención se desvió hacia una puerta al otro lado de la sala. El picaporte de madera oscura colgaba de manera extraña un traje que le resultaba inquietantemente familiar. Era el mismo que había visto en Couzie, el caza recompensas, poco antes de entrar al establecimiento. Sus ojos se estrecharon con sospecha, y una descarga de adrenalina lo recorrió. Si Couzie estaba aquí, significaba que las cosas podían complicarse. Empujó la puerta con fuerza, esperando encontrar algo—o a alguien—al otro lado. Para su frustración, la habitación estaba vacía.
La ira comenzó a burbujear bajo su piel. Esa sensación electrizante de anticipación había desaparecido, reemplazada por una furia contenida que se reflejaba en la rigidez de su postura.
—Niño, vamos, entra de una vez —exigió, su tono cortante mientras hacía un gesto impaciente con la mano—. Necesito que te metas rápido en este lugar. Se me ocurrió algo.
Aidan, que había estado observando algo en el segundo piso con una mirada perdida, apenas reaccionó al llamado de su amo. Sumido en sus pensamientos, continuó caminando con una lentitud exasperante hacia la puerta.
—¡Niño, te dije que vamos! Entra de una vez —ordenó Allen con impaciencia, haciendo un gesto apremiante con la mano—. Necesito que te metas rápido aquí. Se me ocurrió algo.
—Sí, amo, denme un momento —respondió Aidan, distraído.
El joven, con la mirada perdida en el segundo piso del establecimiento, parecía ajeno a la urgencia de su amo. Se dirigía lentamente hacia el baño, como si estuviera atrapado en un trance. Pero la desesperación de Allen no le permitió esperar más.
—¡Aidan! —Allen alzó la voz y, sin pensarlo dos veces, estiró el brazo para tomarlo con firmeza. Sus dedos se cerraron alrededor del brazo del muchacho, y lo jaló con una fuerza que no dejaba espacio para resistencia. La fría mirada de Allen se clavó en los ojos distraídos de Aidan.
El chico parpadeó varias veces, regresando bruscamente a la realidad. Frente a él estaban los ojos de Allen, ahora encendidos con destellos de enojo apenas contenido. Aidan tragó saliva, incómodo ante la intensidad de la mirada del vampiro.
—Lo siento, amo. Ya estoy aqui—murmuró con la voz apenas audible.
Allen soltó un suspiro pesado, liberando parte de su frustración. A pesar de su enojo, era consciente de la delicada línea que debía caminar con Aidan en momentos como este. Aunque el joven le debía lealtad absoluta, su temperamento volátil lo convertía en un desafío constante.
El baño estaba impecable, reflejando el mismo nivel de cuidado que el resto del establecimiento. El espacio es reducido pero elegantemente decorado con azulejos oscuros y luces cálidas. Allen cerró la puerta detrás de ellos, girándose hacia Aidan con una expresión calculadora.
—Escucha bien —empezó, su voz bajando a un susurro conspirativo—. Si Couzie está aquí, no es casualidad. Ese cazador no da un paso sin un propósito claro. Necesitamos averiguar qué está buscando antes de que él nos encuentre a nosotros.
Aidan asintió lentamente, aunque todavía parecía algo distraído. Allen lo observó de cerca, su mente trabajando a toda velocidad para idear un plan. Sabía que no podían actuar de forma impulsiva, especialmente cuando Couzie estaba involucrado. Sus habilidades como cazador eran legendarias, y enfrentarsele sin una estrategia sería un error fatal.