El estruendo nos sacude hasta la médula, reverberando en el aire como un eco ominoso que se niega a disiparse. Nos reincorporamos con rapidez, nuestros sentidos alerta, y dirigimos la mirada hacia el origen del ruido. La jaula, que hasta hace unos instantes permanecía cerrada con firmeza, ahora exhibe su puerta completamente abierta, como si algo—o alguien—hubiera decidido liberarse de su confinamiento.
El ambiente cambia de manera abrupta, como si una presencia invisible hubiera alterado la composición misma del aire. Un hedor extraño, denso y penetrante, se filtra en nuestros pulmones, impregnando cada rincón del espacio con una esencia que no pertenece a este mundo. Es un olor que no logro identificar, pero que despierta una alarma primitiva en mi interior. Es como si el aire estuvie
