La puerta de la habitación se abre con un leve chirrido, como si el propio aire se resistiera a dejarme entrar. Al otro lado, Aidan me observa con una expresión seria, pero sin titubeos, me deja pasar de inmediato, como si ya esperara mi llegada o supiera que algo importante estaba por suceder. Al cruzar el umbral, el ambiente dentro del cuarto es completamente distinto al caos que dejé atrás. Es un espacio pequeño, pero acogedor, con una iluminación tenue que proyecta sombras suaves en las paredes. La sensación de encierro es palpable, pero al mismo tiempo, hay algo reconfortante en la calidez del lugar. Mis ojos recorren el espacio con rapidez, buscando cualquier detalle que pueda darme respuestas. La oceánica está dormida, su respiración tranquila y pausada, ajena a la tensión

