Apenas dimos un paso fuera del claro de la sala ante tal susto, nos detuvimos en seco. Nuestros corazones parecieron saltarse un latido al ver que Minerva, orgullosa y siempre en control, estaba ahora en manos de Dreida. La cazadora la tenía firmemente sujeta por el brazo, con una cuchilla curva reluciente en su otra mano, cuyo filo resplandecía siniestro bajo la luz temblorosa del candelabro tipo araña que parecía temblar al ver lo que puede que este por suceder. Desde donde estábamos, incluso a esa distancia, podía distinguir el brillo afilado del metal como si este mismo exudara peligro. Luce con un brillo que indicara un filo preocupante para la mujer vampiro. Era evidente que aquella hoja podía atravesar carne o inmortalidad sin titubeo alguno. Instintivamente, di un paso adelante, d

