Después de varios intentos torpes de encontrar el picaporte, sus dedos finalmente dieron con la fría superficie metálica. Aidan se giró con decisión, tomando el pomo con firmeza y abriendo la puerta en silencio. Su movimiento fue preciso y discreto, asegurándose de no llamar la atención de ninguno de los dos intrusos que se encontraban en la mansión: el cazador y su acompañante, Dreida. Con pasos ligeros y casi imperceptibles, ingresó al cuarto, cerrando la puerta tras de sí con la misma delicadeza con la que la había abierto, como si el más mínimo sonido pudiera delatar su presencia. Dentro de la habitación, lo primero que captó su atención fue la ausencia de un olor muy familiar. El aire estaba vacío del hedor característico de Corito, un olor corporal que, aunque desagradable para much

