Ambos se estremecieron, aunque por razones distintas. Aidan, con los hombros tensos y la mandíbula apretada, estaba listo para lanzarse en combate si la situación lo exigía. Era la respuesta aprendida, el instinto reforzado por el miedo constante a perder lo poco que le quedaba. Dreida, en cambio, se preparaba para detener el ataque antes de que ocurriera. No contra Aidan, sino contra su propio padre. Sabía que, si algo estallaba en ese instante, sería ella la que tendría que interponerse. Pero Couzie no atacó. Al contrario, dio un paso lento hacia el chico y, sin mediar más tensión, extendió la mano con gesto firme. —Mi nombre es Jean Pierre —dijo, aunque la voz que empleó era más áspera que cortés—. Pero en este mundo me conocen como Couzie el cazador francés. El aire pareció vaciars

