Al girarse con intención de llevarse el teléfono, Adrik se detuvo en seco. Allí, junto a la cabecera, se alzaba la figura encorvada de una criatura más negra que la noche misma. Sus contornos parecían absorber la luz. Justo detrás, entre las almohadas, emergía un rostro pálido y deformado: ojos inquietantes, cabello enmarañado y una boca descomunal, grotescamente alargada de oreja a oreja. Las manos, finas y antinaturales, descansaban sobre la tela blanca de las fundas como si aguardaran... algo. El corazón de Adrik palpitó con fuerza. Aun así, fingió no ver nada. Tomó el teléfono. Pero los pasos que se acercaban tras él tensaron aún más su cuerpo. Desenfundó el arma en un acto reflejo, dispuesto a disparar. El aroma, sin embargo, era aún más intenso. Lo conocía. Esa colonia… sólo la habí

