Mientras tanto, Olena no podía abandonar el país, no podía seguir a Lenet, ni siquiera contactarla. Aunque ya había entregado su testamento y acordado revelarle la verdad, evitaba a toda costa afrontar lo prometido. Explicarle que era la única hija de Fiorell y que estaba destinada a heredar sus asuntos no le parecía menos repugnante y cruel que haberle mentido durante toda la vida. ¿Cómo podría confesarle que sus propios rencores la habían llevado a alejarla y a mantenerla ignorante de su verdadero futuro? Se lamentaba por no haberla preparado para enfrentar una vida como la que le esperaba; en cambio, solo la había enseñado a huir, llenándola de miedos y culpas. Había sido valiente, decidida, imparable… pero le había faltado algo vital: madurez y sabiduría para aceptar sus errores y

