Meghan pasó más horas despierta aquella noche de las que solía cuando solo bailaba. Y mientras lo tocaba, lo veía, lo sentía, él seguía siendo completamente ajeno a ella. Porque el fuego de su entrega parecía tan intenso, que Meghan deseó más que eso, tal vez el inicio de la feroz llama que invita al amor. Pero Adrik solía arder sin calor, como un fuego frío, como el hielo. Ella volvería a desearlo, pero él… él seguiría siendo inalcanzable. No porque no pudiera volver a tocarlo, ni porque Adrik fuera incapaz de amar, sino porque sabía que su amor era una maldición; todo lo que tocaba terminaba consumiéndose, y él mismo se había prohibido sentir. Para quienes probaban su pasión, el deseo se volvía adictivo. Pero para él, ninguna mujer lograba satisfacerlo realmente. El calor y el placer

