Adrik dejó la habitación, sin poder creer que por primera vez en toda su experiencia con mujeres había tenido que dejar a medias todo el deseo alocado que se agitaba en su ser. Se recostó contra el muro al lado de la puerta, apoyando su espalda en el frío y liso concreto. Respiraba profundamente, centrando la vista en lo alto de la techumbre. Intentaba calmarse, aplacar la urgencia de volver adentro. En su mente, lujuriosos pensamientos se movían con fuerza. Aferrarla, besarla hasta enloquecerla, verla sucumbir al placer, escucharla suplicar que se detuviera cuando su pequeño corazón apretado no pudiera más por la fuerza de él reclamándola como suya... «Ni así creo que me detendría, empujaría con más violencia» Pero de pronto, entre el deseo, su mente evocó la imagen de Alysa. Recordar

