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Descubriendo a Allison

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Blurb

Allison Müller es una restauradora de arte independiente que lleva los últimos tres años encerrada en su departamento, saliendo lo menos posible y evitando a todo el mundo.

Pero su tranquila vida se ve amenazada, cuando un incendio en el edificio la obliga a salir junto a todos sus vecinos.

Nadie parecía saber de ella y todos estaban curiosos, podía ser su vestimenta o el que cargará consigo una pintura, pero no podía quitarse las miradas curiosas de encima. Principalmente una.

Gonzalo Kidd no sabía de donde había salido la pequeña hada con apariencia asustada, pero quería averiguarlo.

Acostumbrado a los interrogatorios en la estación de policías, trató de conseguir información, fracasando totalmente. Podía ser bueno en su trabajo, pero malo a la hora de coquetear.

Pero eso no lo detendría de intentar conocer todo sobre ella, aunque mientras más se acercaba, más decidido estaba a mostrarle todo lo que se perdía por aferrarse a sus miedos.

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1
Allison En la vida hay actitudes que definen a las personas, están aquellas que aman estar rodeados de amigos, familiares o simplemente personas desconocidas, esperando que alguna de ellas se convierta en su nuevo mejor amigo o el amor de su vida. Esas personas son las que todos definen como: sociables. Ellos son fáciles de tratar, agradables y siempre listos para mostrarte una sonrisa o darte una palabra de aliento cuando te sientes mal. Pero también existen aquellas personas que prefieren la soledad, quedarse en casa a ver alguna película, serie o simplemente descansar. No las vas a ver rodeadas de personas, no, ellos evitan las multitudes y no les preocupa si te caen bien o no. A este tipo, todos suelen llamarlos: antisociales. Yo definitivamente me encontraba en este último grupo. Desde que me mudé a este apartamento hace tres años, me he esforzado en salir lo menos posible. No me sentía cómoda con las personas mirándome o tratando de conversar conmigo, como si yo esperará que lo hicieran. Mi trabajo como restauradora de arte para el Museo Nacional de Benedick Park, me daba la libertad de realizar mi labor, en la tranquilidad de mi hogar.  Solo debía ir para llevar las obras y para traerlas, lo que sucedía con suficiente tiempo entre uno y otro. Precisamente ahora, mientras miraba la última pintura que debía terminar, dudaba que hubiera un mejor trabajo para mi.  Este me daba el dinero necesario para sobrevivir, tampoco es como si tuviera muchas necesidades, pero lo más importante, es que me permitía hacer lo que quería: no salir. Mirando la obra frente a mi, un retrato masculino del siglo XVII, al cual lo habían maltratado gravemente y llevaba más trabajo del que consideré, no pude evitar suspirar. —Tranquilo Baltazar, te terminaré para la fecha pactada y podrás exhibirte en toda tu bendita gloria.  —comenté para mi misma, ya que sería imposible que el hombre en la pintura me pudiera responder. No sabía porque había decidido llamarlo Baltazar, pero desde el momento en que llegué a casa y lo vi, el nombre había salido por si solo. Dejando el pincel a un lado, me levanté de mi asiento, me encontraba sedienta y necesitaba tomar un te. Miré hacía el reloj y comprobé para mi sorpresa, que llevaba cerca de siete horas aquí sentada. Eran las nueve de la noche y aunque sé que debería cenar, no tenía ánimos para cocinar algo. Puse el agua a calentar y mientras me acerque a la ventana. No conocía a mis vecinos, a ninguno, pero si conocía a los del edificio vecino, al menos de vista. Pasaba cada día, algunos minutos observándolos. No es que fuera una acosadora y planeará hacerles algún daño, pero algunos de ellos me preocupaban. Como el anciano del segundo b, al que llame: Sam. Él se encontraba enfermo y necesitaba oxigeno continuamente, pero al menos, hace una semana una chica se había mudado y lo supervisaba. También estaba su vecina del segundo a, la dramática Cloe. La mujer siempre se encontraba sentada frente al televisor, como ahora, llorando por algún programa o gritándole al aparato, como si fuera a hacerle caso.  En el tercero b, estaban los tortolitos musicales, los cuales desde que llegaban a su casa ponían la música tan alta que podía escucharla desde aquí. Y por último, pero no por eso menos importante, en el tercero a, se encontraba Claudia la loca del fitness, ella nunca dejaba de ejercitarse, de solo verla me dolía el cuerpo. Me faltaba el cuarto piso, pero por desgracia no llegaba a verlo desde aquí. Me apresuré hacía la cocina al escuchar el silbido, avisándome que el agua estaba lista. Preparé el te y me encaminé hasta la silla, que me permitía seguir observando, desde lejos, el comportamiento de los vecinos de en frente. Para algunos, como mi hermana, mi vida era triste y solitaria, pero para mi, era mi paraíso, mi lugar seguro en el mundo y no lo cambiaría por absolutamente nada. Treinta minutos después, o quizás habían pasado más, la alarma de incendios del edificio comenzó a sonar y dudé en lo que debía hacer, ya que quizás era una falsa alarma, una especie de simulacro, aunque no lo creía a esta hora. Sintiendo como mi corazón golpeaba con fuerza y rapidez contra mi pecho, no por el miedo al fuego, sino por el nerviosismo de tener que salir a esta hora y encontrarme afuera con esa cantidad de personas desconocidas para mi, decidí que debía ponerme a salvo y salir. Miré hacía ambos lados, preguntándome que debía llevar conmigo, tomé lo único que me importaba: el retrato de Baltazar. Después de todo si no lo entregaba, podía considerarme despedida. Sin esperar más, abrí la puerta de mi apartamento y caminé lentamente por los pasillos, hasta las escaleras. Una vez que llegué al último piso, pude ver a varias personas fuera, mirando para adentro con preocupación. Seguro temían por la seguridad de sus pertenencias. Al momento en el que el aire frio tocó mi piel, también lo hicieron las miradas de todos los presentes, lo que solo me producía ganas de vomitar. ¿Por qué tenían que mirarme tanto? ¿Acaso tenía algo raro? Me miré a mi misma y supuse que me miraban porque cargaba conmigo un cuadro, cuyo lienzo, se veía bastante avejentado, aunque también podía ser que durante el apuro no había tomado mis zapatillas y me encontraba parada frente a ellos con unas medias de rayitas con dedos. Sentí mi cara encendida mientras caminaba hacía el señor Cadena, con intención de saber que sucedía. Pero no podía ignorar las constantes miradas y susurros que se daban a mi paso. Las personas podían ser muy crueles, no les importaba si sus palabras o sus acciones lastimaban al otro, simplemente lo hacían. Ellos no me conocían y nunca lo harían , si desde ahora ya estaban mirándome de mala manera, no dejaría que se acercaran a mi. Al pararme frente al gerente del lugar, esté solo levantó su mirada y sonrió. Era el único que conocía aquí y solo porque cada mes me cobraba el alquiler e intercambiaba un par de palabras conmigo. —Señorita Müller espero que se encuentre bien. —saludó amablemente, al menos eso pude percibir. —No, la verdad es que no lo hago. ¿Qué esta sucediendo? —tenía un poco de frio, solo vestía un sweater ligero y unos pantalones de pijama. —La señora Ortiz, del tercero a—respondió señalándome a una de las mujeres que aún no me quitaba los ojos de encima. —Se quedó dormida con una de sus estufas encendidas, lo que provocó, al parecer, un cortocircuito y desato un pequeño incendio. —Ya veo. ¿Saben cuanto tiempo más estaremos aquí afuera? —La verdad no lo sé, aunque no creo que sea mucho tiempo más. Asentí y volví a mirar a las mujeres, quienes no dejaban de mirarme y cuchichear entre ellas, lo cual no era muy educado de su parte. Avergonzada, cambié mi mirada hacía la derecha, encontrándome con un par de ojos verdes que no se despegaban de mi. No me gustaba ser el centro de atención, lo odiaba. —¿No se dan cuenta que es grosero de su parte mirarme tanto? —susurré, comenzando a sentir como el aire empezaba a faltarme. —¿Le sucede algo señorita? —Salté en mi lugar al recodar al gerente junto a mi. Comencé a negar rápidamente y me aferré con fuerza al viejo retrato. ¡Por favor que ya solucionen esto! No podría resistir seguir así. Pero mientras los minutos seguían pasando, no había novedades de cuando podríamos volver a entrar. Me mantenía en mi lugar, con la mirada hacía abajo, evitando hacer contacto visual con cualquiera de los presentes, cuando el señor Cadenas volvió a hablar, pero esta vez para todos. —Lamento los inconvenientes y la tardanza, pero estaban solucionando los problemas en el apartamento de la señora Ortiz. —la mencionada lejos de apenarse por hacer que todos debiéramos salir a causa de su descuido, levantó la mano, como diciendo “soy yo, aquí estoy” — Ahora los especialistas me han pedido que les avisé que será imposible ingresar esta noche, sé que es su hogar y que muchos no tomaron sus bolsos en el apuro, pero lo único que puedo ofrecerles es que asistan al hotel a dos manzanas y compartan habitaciones de a tres personas. —¿Ustedes se harán cargo? —Preguntó una chica de pelo rosa, abrazada a un chico todo vestido de n***o. —Por supuesto que sí. —respondió sin vacilar. Y aunque los murmullos de aprobación resonaban, yo no me sentía muy convencida. No quería compartir habitación con desconocidos, pero mi bolso estaba arriba. Les di una mirada a todos y tomé mi decisión, si no podía ingresar a mi apartamento, me quedaría aquí afuera. No tenía a donde más ir.

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