2. Rescate

1112 Words
Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia el niño, preocupada, y le rodeó el torso con los brazos. «Tranquilo, yo te sujeto», le dijo en inglés. Por suerte, en la escuela de hostelería había aprendido el idioma: era fundamental para comunicarse con los turistas. El muchacho agitaba los brazos frenéticamente y casi la golpeó. «Tranquilo, pequeño, quédate quieto o nos hundiremos los dos. No te soltaré, te lo prometo». El niño se calmó un poco, y ella consiguió sujetarlo con más firmeza. «Eso es, muy bien.» Alzó la mirada para ver si alguien se asomaba desde las cubiertas del yate, pero no había nadie a la vista. No era una buena señal; necesitaba ayuda para devolver al niño a bordo. «Vamos a ver si alguien allá arriba puede oírnos, ¿de acuerdo?» «¡EH! ¡ALLÁ ARRIBA! ¿NOS OYEN?» gritó con todas sus fuerzas, pero no obtuvo respuesta. Regina empezó a preocuparse; nadar manteniendo al niño a flote no era nada fácil, y alcanzar una de las cubiertas de la nave era imposible: estaban demasiado altas. «¡Nadie nos oye!» gimió el chico. Pobre pequeño, le dio mucha pena. «Yo me llamo Regina, ¿y tú?» preguntó para distraerlo. «Joridey.» «Bonito nombre, para un chico valiente como tú. ¿Y cuántos años tienes?» «Acabo de cumplir diez.» «¿Ya diez? Entonces eres todo un hombrecito. Lo conseguiremos, ya verás, aunque tenga que llevarte nadando hasta la orilla.» «¡Pero estamos demasiado lejos!» «Dime, ¿conoces este barco? ¿Hay algún acceso por algún lado?» «Tal vez… tal vez haya una lancha inflable en el otro lado del yate.» «Entonces vamos a buscarla.» Con cuidado, Regina nadó alrededor del yate, procurando mantener a Joridey a flote. Por suerte encontraron la lancha, y ella logró hacer subir al niño a bordo. «No me dejarás aquí, ¿verdad?» imploró él. «Claro que no, no estaré tranquila hasta que estés seguro en el barco.» Subió ella también a la lancha. Llamaron otra vez, pero de nuevo nadie respondió. ¿Era posible que nadie buscara a ese niño? Regina siguió hablándole para tranquilizarlo. «Vamos a ver si esta barca tiene algún sistema de señalización, ¿sí? Mmmm… no. ¡Pero aquí hay una escala de cuerda! Y es bastante larga...» «¡Pero no está sujeta a la cubierta!» «Es cierto. Pero tengo una idea, Joridey. La cuerda que sujeta la lancha está atada a la cubierta inferior del barco. Si consigo trepar por ella, podré llegar a la cubierta y avisar a alguien de que estás aquí, ¿vale?» «¡No! ¡No me dejes solo!» El niño rompió a llorar. Regina se agachó para mirarlo a los ojos y le acarició la cabeza. «Vamos, vamos, mi pequeño soldado. Has pasado un buen susto. Está bien llorar, ¿sabes?» le dijo con una gran sonrisa. Le encantaban los niños, eran tan tiernos. «Haremos así: yo subo con ayuda de la cuerda, pero no me alejaré. Si encuentro a alguien, bien; si no, ataré la escala y volveré a buscarte, y entonces subiremos juntos. ¿De acuerdo?» Él asintió, aunque las lágrimas seguían cayendo. Ella lo abrazó con fuerza. «No te preocupes, no me iré lejos. Siempre podrás verme.» «¿Lo prometes?» «Cruz y raya.» El niño asintió, más tranquilo, y Regina puso en marcha su plan. No había remos en la barca, así que volvió a lanzarse al agua y nadó empujando la lancha hasta que tocó el casco del yate. Una vez que la cuerda quedó paralela a la pared, se secó los pies como pudo, ató la escala y empezó a trepar. Con esfuerzo, alcanzó la cubierta y le hizo una seña al niño, que por suerte le sonrió y levantó el pulgar. Ella miró alrededor y llamó, pero no vio a nadie; a regañadientes, ató la escala a la cubierta y bajó de nuevo para recoger al chico. Había un chaleco salvavidas y se lo puso. «Por si resbalas, esto te mantendrá a flote, y yo me lanzaré enseguida a sacarte, ¿vale? Pero no pasará, porque estoy justo detrás de ti.» Subieron por la escala. El niño dudaba a menudo, asustado por el balanceo inestable de las cuerdas, y Regina no paraba de animarlo mientras ascendía. «Eso es, pon las manos aquí... ¡muy bien! Ahora el pie... ¡eres un campeón! Vamos, ¿ves que no es tan difícil? Excelente, ¡ya casi estamos!» Por fin lograron superar la barandilla, y cuando pisaron la cubierta, un enorme alivio recorrió a Regina. Le dolían los brazos y le temblaban por el esfuerzo, pero estaba feliz de haber conseguido subir al pequeño. «¡Lo logramos!» exclamó triunfante él, saltando con los brazos en alto. «¿Lo ves?» sonrió ella, tomándolo de la mano. «Ahora busquemos a alguien que se ocupe de ti.» «Sí, pero por favor no le digas a nadie que me caí al agua.» «¿Por qué? Es algo que puede pasar.» «No, me regañarían. Me han dicho mil veces que no me siente en el borde del yate, pero lo hice igual.» «Ay, cariño... No está bien, pero apuesto a que no lo harás más, ¿verdad?» «Oh no, no, ¡no hasta que aprenda a nadar bien!» Regina vio a un hombre acercarse con una escoba. «Aquí tienes, Joridey...» empezó, pensando en dejarlo con él, pero el niño la tiró de la mano y echó a correr hacia una escalera cercana. «¡Ven, te muestro con quién puedes dejarme!» Regina lo siguió por todas las cubiertas del yate, hasta llegar finalmente a la cubierta superior. En la cubierta superior, el yate, que a Regina le había parecido casi desierto, bullía de vida. Grupos de camareros circulaban con cócteles y aperitivos alrededor de una piscina, donde chicos y chicas nadaban, se zambullían y bromeaban, mientras otros se relajaban en cómodas tumbonas a la orilla. Todos parecían irradiar riqueza y seguridad en sí mismos. Joridey arrastró a Regina hacia una de las tumbonas, donde estaba sentado un joven de unos veinte años. Era de una belleza impresionante, con cabello rubio oscuro y unos ojos azules penetrantes. Cuando vio al niño, su rostro se ensombreció, mostrando preocupación. Joridey corrió a sus brazos, y el joven le envolvió los hombros con una toalla, preguntándole: «¿Estás bien?» El niño asintió. Ella sonrió ante el abrazo, pero su sonrisa se apagó cuando vio la mirada del joven. La observaba con tal furia que no se atrevió a moverse. «¡TÚ!» gritó él, poniéndose de pie. «¿Qué haces en mi barco? ¿Cómo te atreves a tocar a mi hermano?»
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