Regina no se esperaba en absoluto esa reacción; estaba estupefacta.
Trató de defenderse sin mencionar el hecho de que el niño había caído al agua. «Yo… no quería hacerle daño, el niño estaba intentando mantenerse a flote, y yo…»
«Mi hermano sabe nadar, gracias», exclamó él con rabia.
Su hermano menor le tomó la mano: «No, Quarin, ella me ayudó, de verdad».
«Basta, Joridey. Hablaré contigo después. ¡Entra!»
El niño, abatido, lanzó una mirada triste a Regina y luego obedeció.
«Y ahora te toca a ti. Estoy harto de todos vosotros, molestos parásitos, que os coláis en las casas de los demás solo porque son famosos».
El miedo de Regina se transformó en rabia. ¿Quién se creía ese tipo para tratar a la gente de esa manera? Puso las manos en la cintura y lo enfrentó:
«¿Ah, sí? Pues quizá no seas tan famoso como crees, ¡porque no tengo la menor idea de quién seas! Solo ayudé a tu hermano a volver a bordo, y además me costó bastante esfuerzo. ¡Incluso tuve que trepar por una escala de cuerda! No espero aplausos, pero un simple “gracias” no estaría de más».
Él esbozó una sonrisa burlona. «¿Y esperas que te crea? ¡Tonta! No eres la primera ni serás la última en intentar meterte en nuestras vidas. Tu pequeño truco para entrar en nuestro barco no va a funcionar».
A su lado, una bellísima chica rubia en bikini y gafas de sol descansaba en una tumbona. Sin siquiera levantarse, intentó calmarlo:
«Vamos, Quarin, esta pueblerina solo quiere una propina. Dale un poco de dinero y mándala lejos».
«¡Ni hablar de darle mi dinero! Puso en peligro la vida de mi hermano subiendo a bordo de esa forma absurda». Y luego, dirigiéndose a Regina, siseó: «¡Eres una carroña manipuladora! Exijo que me digas tu nombre y tu dirección. Vas a lamentar tu codicia, ¡buitre hambriento de dinero! Ahora mismo te llevo con los guardias. No te saldrás con la tuya, te lo aseguro».
Aterrorizada, Regina dio unos pasos hacia atrás. Empezó a imaginarse como víctima de una demanda por parte de un rico armador. No, no podía permitírselo. Sería la ruina financiera de su familia, y sabía que jamás ganaría un juicio contra un hombre poderoso. El corazón le martillaba en el pecho y deseaba desesperadamente huir.
¿Pero qué podía hacer?
Podía… podía desaparecer.
De pronto se giró y corrió hacia el borde del barco, lanzándose al mar con un salto espectacular.
El salto tenía al menos diez metros de altura. Nunca se habría atrevido a lanzarse desde una altura tan peligrosa, pero estaba demasiado asustada. Por suerte era una nadadora experta y se alejó a toda velocidad, rodeando de inmediato el promontorio. Nadaba con todas sus fuerzas, como si tuviera un tiburón tras ella. Finalmente desapareció de la vista de aquel loco. Redujo la frenética velocidad y estaba pensando en detenerse cuando oyó el ruido de un motor. ¿Y si había mandado una lancha a buscarla? ¡Dios mío! ¡No lograría llegar a la playa a tiempo! Se metió en una g****a entre dos rocas, oculta a la vista.
El corazón le golpeaba en el pecho, ensordecedor. Por desgracia, la g****a estaba llena de erizos de mar, y las espinas le hirieron el hombro. El dolor agudo se sumó a su angustia, pero permaneció inmóvil, conteniendo la respiración. Su único objetivo era permanecer en la sombra.
Se asomó apenas lo necesario para escudriñar el mar a través de una r*****a, con los ojos muy abiertos. A pesar de haber nadado tan rápido como pudo, no estaba segura de haber escapado de aquel demonio rubio.
Tras largos instantes, oyó el rugido de un motor que se acercaba. Un escalofrío de terror le recorrió la espalda. Se retrajo más profundamente en la g****a, conteniendo el aliento. Sofocó un grito de dolor cuando su frente chocó contra la roca afilada, y un líquido caliente le resbaló por el cabello castaño. ¡Maldición! Lágrimas de frustración le surcaban el rostro. A través de una r*****a, alcanzó a ver una lancha pilotada por el joven que la había amenazado. Contuvo la respiración. «¡Oh Dios! ¡Por favor, que no me vea!»
El hombre parecía furioso. Dio varias vueltas para revisar cada rincón del mar a su alrededor, acercándose peligrosamente a su escondite. Regina cerró los ojos y giró la cabeza, como si eso pudiera volverla invisible.
'No puede verme aquí. Cálmate, Regina. Se marchará y se olvidará de mí.'
Tras otros interminables giros, el hombre se retiró detrás del promontorio.
La chica esperó en silencio al menos media hora antes de moverse. Las espinas de los erizos clavadas en su carne le dolían terriblemente. Estaba cansada de mantener esa posición y seguramente tenía un buen corte en la frente, pero, con suerte, había logrado escapar de la ira de aquel dios pagano.
Salió de la g****a mirando a su alrededor: nadie. Nadó rápidamente hacia la orilla, soportando las punzadas de las espinas. Los pies no estaban heridos, así que consiguió correr hasta su casa. ¡Lo había logrado! Estaba a salvo.
En casa, contó que había seguido imprudentemente a un pez en la g****a y que había sido castigada con aquellas espinas de erizo. Sus padres no necesitaban angustiarse con la verdadera historia. Se habrían muerto de miedo al imaginarse una demanda por parte de un rico desquiciado. Su padre, sin duda, la habría regañado.
Su madre, murmurando contra la imprudencia de su hija, procedió a abrirle la piel del hombro con una aguja. Extrajo cada espina con pinzas, un tratamiento que habría asustado a un faquir, pero era la única forma de quitar las obstinadas púas.
Después de comer, la chica se tiró en la cama a descansar. La piel le dolía por las picaduras de los erizos y el gran corte en la frente palpitaba.
Cuando el miedo se calmó, dio vueltas en su mente a lo ocurrido. ¡Qué hombre arrogante, rico y mimado! Lo detestaba con toda su alma. Había salvado a su hermano pequeño, ¿y cómo la había tratado? ¡Como a una criminal digna de castigo! Si hubiera previsto ese trato, jamás habría salvado a aquel niño.
No, no era verdad, lo habría salvado de todos modos. Nunca habría podido ignorar a un niño en peligro. Pero lo habría dejado colgado en la escala y se habría ocupado de lo suyo, ¡eso era todo! Aunque… ¿cómo habría podido decir que no cuando aquel pequeño le había pedido ayuda? Había tenido mala suerte, simplemente.
Seguramente, ese loco furioso ya no la estaría buscando, ¿verdad?
Bueno, por seguridad, decidió evitar esa playa durante un tiempo.
Ahuyentando los pensamientos inquietantes, se quedó dormida, exhausta. No tenía ganas de trabajar esa noche, y su jefe habría justificado su ausencia, ya que estaba herida. Sin embargo, no podía permitirse faltar al trabajo. Necesitaba el dinero. Se levantó un poco tarde, se metió un trozo de pan y queso en la boca y luego corrió al trabajo, perdiéndose entre la multitud del puerto, cerca del restaurante. Sumida en sus pensamientos y entre tanta gente, no notó a un hombre corpulento con gafas de sol, un espeso bigote y una camisa hawaiana que la seguía.
Al día siguiente no fue al mar; temía que el ricachón la estuviera buscando y además seguía herida.
Se encerró en casa y también llegó tarde al trabajo; otra vez había dormido demasiado por la tarde y ni siquiera tuvo tiempo de comer algo, tuvo que salir corriendo.
Se presentó en el restaurante con cinco minutos de retraso y corrió a la barra. Tenía hambre, pero ya comería después del servicio, pasada la medianoche.
A las doce y media salió del restaurante agotada, pero con un hambre feroz, así que se apresuró hacia la mejor heladería del puerto. Cerraba a la una, por lo que aún tenía tiempo de llegar. Aunque normalmente ahorraba su dinero, pensó: “Qué demonios, después de la desventura de ayer, me merezco un helado, ¿no?”
A la hora de pagar, sin embargo, no encontró el dinero en su bolso. ¡Pánico! Buscó y rebuscó, y luego recordó que esa mañana su hermano le había pedido dinero prestado, dinero que no le había dado porque sabía que no lo recuperaría jamás. Probablemente se lo había tomado él mismo.
Con la cara por los suelos le dijo al heladero: «Lo siento, creía que tenía el dinero, pero no lo encuentro… les pido disculpas, pero dejo aquí el helado».
«Dé el helado a la señorita, yo invito», dijo una voz masculina que le resultaba familiar.
Ella se giró: «No es neces…» Las palabras murieron en su garganta.
Era ÉL.