CAPÍTULO 15

1638 Words
Las palabras seguían atoradas en su garganta, se había encontrado ya dos veces con Alonso y lo único que había conseguido era que le doliera el estómago. Erena lo había pensado toda la noche, y había decidido que incluso ella, que había fallado antes, se merecía una SEGUNDA OPORTUNIDAD, sin embargo, no lograba conseguir el valor de pedir ayuda. Siempre había sido ella sola contra el mundo, así que ni siquiera imaginaba que alguien le tendiera una mano cuando, quien más debió apoyarla, solo le dio la espalda cuando se sintió defraudada por ella. Sí, tenía un complejo en contra de su madre, porque ahora que era madre tenía bien claro que ella no le haría algo así a ninguno de sus hijos. Ni siquiera, aunque fueran los más malos de la historia de la humanidad, ella les daría la espalda, al contrario, entre más perdidos los viera más intentaría tomar su mano y acompañarlos por el buen camino. Pero no todas las madres amaban igual, había algunas que, aunque fuese difícil de creer, en realidad no amaban a sus hijos, y eso era terrible. Y, aun así, a pesar de que ella creció sin carecer de nada, y le agradecía demasiadas cosas a la mujer que le dio la vida, sentía que su madre le había quedado a deber mucho. Siguiendo esa premisa, era racional pensar que, si quien le debió dar todo incondicionalmente le había dado la espalda, otros, que de verdad no le debían nada, ¿por qué se interesarían en ella y sus problemas? Confiar en que otros le ayudarían a salir de donde estaba le resultaba complicado, e imaginarse que le negarían la ayuda le rompía el corazón, por eso se negaba a pedir, pues, además, eso le hacía sentir que mendigaba por algo y eso en serio acababa con su orgullo. Erena respiró profundo, decidida a dejarlo por la paz, de todas formas, estaba bien como estaba, incluso, aunque ella no le había pedido nada Alonso ya le había dado mucho. Alonso era un buen apoyo en cuanto a los gemelos, y sabía que si algo ocurría con ellos definitivamente podría contar con él, así se quedaría con eso que ya estaba recibiendo, ya se las arreglaría en el futuro para no sentirse tan fracasada, porque era así como se sentía cuando se comparaba con los que la rodeaban. ** —¿Karate? —cuestionó Erena, que comía con los gemelos en la sala de descanso que prácticamente solo sus hijos utilizaban. —Sí —dijo Damián—, fueron a la escuela a invitarnos, y parece divertido, además, todos los chicos del salón van a ir. ¿Podemos ir nosotros también? —No creo que el karate sea para que se diviertan —respondió Erena, un tanto contrariada por la coincidencia—; además, no creo que pueda pagarles las clases, recuerden que yo no gano mucho dinero y que ustedes son dos. Lo siento, chicos. —¿Y si le pedimos a papá? —preguntó Fabián, emocionado, provocando que el dolor de estómago de Erena aumentara al grado de no poder tragar ni un bocado más—. Él si tiene mucho dinero, ¿no? —Eso suena bien —respondió Damián, ya también emocionado. Erena se mordió un labio. Sí, sonaba bastante bien, y de hecho había sido parte de un plan fallido porque no tuvo el valor de pedirlo, sin embargo, ahora que eran ellos quienes lo solicitarían, posiblemente no le molestaría tanto que ocurriera. —Yo no sé qué tan buena idea sea —dijo por fin la madre de ese par, que pensándolo un poco se dio cuenta de que incluso así le molestaría pedir apoyo a ese hombre—. Posiblemente su papá si tenga mucho dinero, pero no por ello ustedes pueden solo pedir y gastar. Cuesta trabajo ganar ese dinero como para solo regalarlo a un par de latosos. —Ay, mamá —se quejó Fabián más del tono burlón que uso su madre que de las palabras en sí—, pero, si no es para que nos compre cosas, ¿para qué queremos un papá? La pregunta de su hijo le hizo sentirse un poco orgullosa de sí misma, pues llevaba implícito el mensaje de que ellos no necesitaban más que a ella para estar bien, y eso era su mejor premio como madre que se había esforzado por tanto tiempo por ellos. —A mí no me gusta la idea —dijo la chica al fin—, ¿están seguros de que quieren hacerlo? Si es solo un juego es mejor no molestarnos en buscar solución, pero, si de verdad lo quieren, puedo intentar hacer algo al respecto. Piénsenlo bien, ¿sale? Ambos chicos asintieron y, viendo su reloj, Erena comenzó a levantar lo de la comida para volver a trabajar. ** —¿Listos? —preguntó Alonso, viendo salir a sus hijos del área de descanso de los empleados, detrás de ellos caminaba Erena. —¿Vas a llevarnos a casa? —preguntó Fabián, tirándose a los brazos de ese hombre que lo esperaba ansioso de darle un abrazo más. —Claro —respondió el hombre sin poder hacer caso omiso al “no tienes que llevarnos todos los días” que soltó Erena. —¿Por qué no te gusta que te ayude? —preguntó Alonso, tomando las mochilas de ambos niños. —Porque no tienes que hacerlo —respondió la joven—, dime, ¿qué ganas con esto? No es como que necesitemos tu caridad. —¿Caridad? —cuestionó Alonso, de nuevo molesto con esa joven que fácilmente lo sacaba de sus casillas—. ¿Crees que hago esto por caridad? Ellos son mis hijos, ¿sabes? Lo normal es querer pasar mucho tiempo con ellos, conocerlos más, quererlos y que me quieran. No digas que hago esto por caridad, es por amor. Erena se sintió un poco mal por haber lastimado a ese hombre, porque se le notaba en el rostro y tono de voz con que reclamaba lo mucho que le había dolido su conjetura. » Siempre quiero que te apoyes más en mí, pero sigues haciéndome a un lado cada que puedes; y es doloroso aceptar tu rechazo —señaló Alonso—. ¿Qué se supone que debo hacer para formar parte de sus vidas y que no sigas viéndome como un extraño entrometido? La joven no supo qué responder. Era cierto que en ningún momento lo había visto como lo que era: el padre de los gemelos, porque, según ella, ellos no lo necesitaban para ser felices o salir adelante. » ¿Sabes? —continuó hablando el hombre—. Tengo tiempo buscando la manera de ofrecerte un apoyo económico, pero estoy tan aterrado de ofenderte y que me apartes definitivamente que sigo solo haciendo los pequeños gastos de la cena y esos regalos que seguro no se comparan con todo lo que ellos necesitan. —Si quieres darnos dinero puedes pagar las clases de karate que mamá no nos puede pagar —resolvió Damián, interviniendo en una incómoda conversación entre sus padres. —¿Quieren ir a karate y no me dijiste? —preguntó Alonso, casi molesto—. Les negaste algo, porque no tenías recursos, sin considerar pedirme ayuda primero. —Alonso, lo de las clases lo mencionaron hoy en la hora de la comida —argumentó la joven—, y no les dije que no, dije que iba a ver cómo le podíamos hacer si de verdad se comprometerían a realizar esa actividad. —Pero sí dijiste que no te gustaba la idea de que le pidiéramos dinero a papá —mencionó Fabián y Erena le fulminó con la mirada. No había esperado que ellos sacaran sus palabras a relucir en el peor momento. —¿Por qué no confías en mí? —preguntó Alonso, más dolido que molesto. —No es que no confíe en ti —aseguró la mujer—, es solo que siempre lo he hecho sola, así que estoy acostumbrada a resolverlo por mi cuenta, sin ayuda; además, no quería molestarte. —¿Molestarme? —preguntó el hombre—. Son mis hijos. Ellos pueden pedir lo que sea y se los daré sin pensarlo. —Bueno, esa es otra razón por la que no te pediría nada —indicó la castaña—. No siento que lo mejor sea darles lo que sea solo porque lo piden. —Bien —dijo Alonso, algo alentado porque ella al fin hablara con él y no solo se negara a algo—, si lo crees así dímelo. Enséñame a ser un buen padre en lugar de apartarme porque me consideras como un mal padre. —Yo no creo que seas un mal padre —aseguró la mujer. —No, por supuesto que no, seguro ni siquiera me consideras como su padre, de otra forma yo no solo tendría beneficios, sino también responsabilidades con ellos —declaró el hombre algo sarcástico. Erena suspiró. La actitud de ese hombre le estaba molestando, pero la molestia no era hacia él, era hacia sí misma por haberse portado tan egoísta. —Bien —dijo la joven—, quieres el paquete completo, ¿no? Entonces hagamos una lista y repartamos los deberes. —Eres tan... Alonso ni siquiera se atrevió a terminar la frase, en parte porque ni siquiera sabía definir lo que esa mujer le estaba provocando, que sí era mucha molestia, algo de ira y un poco de compasión. —¿Qué? ¿Ahora qué te molestó? —preguntó Erena, sin idea alguna de lo que había hecho mal pues, según ella, lo único que había hecho era ceder a los deseos del hombre, y al parecer eso también le había molestado.
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