Dos días después...
Había pasado todo el fin de semana intentando escribir de nuevo, pero no había conseguido absolutamente nada. Había hecho el trato con Carlos el viernes, y tras eso, él había hecho sus maletas ya que se iba a pasar los siguientes dos días fuera, de acampada con unos amigos, por lo que técnicamente, hoy sería cuando empezaría el horario que había propuesto como forma de solucionar mi molesto problema. Para ser sincera, ni siquiera sabía si se acordaría o no, y no estaba del todo segura si se lo recordaría en caso de que lo hubiera olvidado. A pesar de que había pasado dos días sola en nuestro piso, me daba mucha ansiedad pensar en toda la situación que estaba viviendo ahora mismo. Es decir, ¿de verdad iba a permitir a un amigo tener ese tipo de control sobre mi vida profesional? Y en caso de que él hubiera olvidado nuestro pequeño y estúpido trato, ¿de verdad iba a dejar pasar la ayuda que podía ofrecerme? Al fin y al cabo tenía que hacer algo para continuar escribiendo y el plan de Carlos era lo mejor que tenía a mi alcance, aunque no tuviera muchas esperanzas puestas en él y su invento.
Pero realmente cualquier cosa era mejor que la estupidez que estaba haciendo ahora. Había un programa en la televisión en la que los concursantes tenían que ir diciendo letras hasta que descubrían lo que ponía en el panel, pero prácticamente una vez por programa uno de los concursantes no veía una de las palabras. El presentador siempre decía el mismo truco: que se dieran la vuelta durante unos pocos segundos, y al girarse el cerebro haría una conexión y vería lo que antes no. Yo había asumido ese consejo y lo había trasladado a mi caso. Ahora me encontraba paseando por la habitación, pensando en mis cosas y cuando menos me lo esperaba, me giraba de improviso y me iba corriendo hasta el ordenador, acercándome a la pantalla más de lo que debería teniendo en cuenta mi salud ocular, y me quedaba mirando fijamente el documento en blanco. Evidentemente, esto era una pérdida de tiempo. Lo único que conseguía al hacerlo era parecer gilipollas. Pero al menos hacía que el tiempo pasara más rápido de esta forma, ya que a estas alturas lo único que se me apetecía era irme a dormir para no pensar en que había pasado otro día más sin haber hecho absolutamente nada, más que regodearme en mi propia miseria. Precioso.
Estaba tan inmersa en mis pensamientos y en mi lucha interna que apenas me di cuenta del chasquido que hizo la puerta de la calle al cerrarse, por lo que cuando noté la respiración de alguien junto a mi oído sentí como mi corazón daba un salto y un grito se formaba en mi garganta. Hasta que miré por el rabillo del ojo y vi el reconocible perfil de Carlos junto a mí. Un grito quiso surgir con fuerza de mi boca, pero mi garganta no quería ser parte del plan, por lo que me quedé a medias e hice una especie de maullido raro. Noté cómo una sonrisa satisfecha por lo que había conseguido curvaba su boca. Me llevé la mano al cuello, donde pude sentir bajo mis dedos como los latidos de mi corazón corrían como si estuvieran al galope. Parece que Carlos ya había vuelto de su fin de semana de descanso. Una sarta de insultos acudieron a mi lengua, pero me la mordí antes de que ninguna de esas malsonantes palabras salieran a la superficie, ya que vino a mi memoria que él se había ofrecido a ayudarme. Por muy amigos que fuéramos, no me atrevía a mandarlo a la mierda cuando él mismo podía ser mi salvación. Mejor esperar a ver qué es lo que me ofrecía, y después, ya si eso lo injuriaría con todo lo que se me viniera a la mente, lo cual teniendo en cuenta que soy escritora y bastante creativa, puedo añadir, no era moco de pavo.
Me quedé sentada, con mi culo clavado en mi silla, deseando no haber tenido el portátil encendido y así poder evitar que él fuera consciente de que no había escrito nada, sin embargo a la vez, quería que sí se diera cuenta de ello. Me resultaba difícil enfrentarme a la idea de que pudiera decepcionarlo por no haberme mostrado profesional en dos días completos, pero al fin y al cabo yo era la más perjudicada por ello, así que puse mi espalda recta, enderezando los hombros e intentando no dejarme amedrentar. Me quedé mirando a la pantalla del ordenador, intentando pasar por alto la tensión que sentía en el interior de mi cuerpo, pero me terminé rindiendo y apoyé la cabeza en la mesa, dándome un golpe un poco fuerte contra la madera. El sentimiento de culpa, la vergüenza... Todo me llenó hasta que no hubo hueco para el más mínimo buen sentimiento en mi cuerpo. ¿Es que no tenía dignidad? ¿Cómo podía haber permitido que viera que no había hecho absolutamente nada? Esto era el infierno en la Tierra. Mi infierno personal tenía una forma definida, y era la de un documento de Writer totalmente en blanco con el cursor parpadeando sin parar a la espera que las letras comenzaran a salir. Qué triste era esto. La gente normalmente le temía a las serpientes, a las arañas, a la muerte, a la pobreza, a la enfermedad... Yo le temía a una hoja en blanco. Patetismo a niveles extremos.
Todavía él no había dicho ni una sola palabra, solo estaba respirando en mi oído, creándome una tensión que se me enganchaba en la parte baja del estómago y me tiraba hacia abajo. ¿Prefería que hablara o que continuara en silencio? A estas alturas ya no tenía ni idea. ¿Se notaría mucho si me levantaba en silencio, me iba a mi habitación y me quedaba en mi cama en posición fetal hasta dentro de una semana y media después? De pronto escuché el sonido de algo pesado cayendo al suelo a mis pies, lo que me hizo dar un respingo que casi consiguió que me cayera de la silla. Miré al suelo y vi una bolsa de lona de deporte. Levanté la vista para mirar de frente a Carlos y al ver la intensidad de su rostro tragué saliva.
-¿Estás lista?-me preguntó.
-¿Para qué?-apenas me salió la voz por la bola de tensión que se me había instalado justo en el medio de mi garganta, y que no me permitía ni subirlo ni bajarlo. Se quedaba ahí, justo en el medio, sin moverse en lo más mínimo.
-Para comenzar a cumplir tu horario-bueno, con esto me quitaba todas mis dudas. Sí que se acordaba de lo que habíamos hablado el viernes, y venía con las ideas claras. Mierda. No sabía si huir hasta el otro lado del país o ver lo que tenía pensado.
-Supongo que sí-me lo quedé mirando cuando vi que se ponía en cuclillas para abrir la bolsa y sacar unos... ¿grilletes? ¿Qué...?
-Como hace tiempo que no escribes, me supuse que te costaría bastante trabajo arrancar, así que vamos a empezar poco a poco. Hoy solo tendrás que escribir durante un par de horas-comentó con ligereza mientras se incorporaba con los grilletes en la mano como si fuera lo más normal del mundo.
-¿Para qué es eso?-miré algo intimidada esos grandes eslabones metálicos.
-Te he observado cuando se supone que estás escribiendo. Te levantas continuamente, vas a la terraza o te pones a mirar el móvil. Pero esta vez no será así. El móvil lo dejaré en el salón. Y esto es para que no te puedas levantar-contestó mientras hacía tintinear los grilletes en sus manos. Se arrodilló bajo la mesa y comenzó a afianzarlos contra la pared. Me asomé y vi que había un enganche sujeto a la pared, junto al enchufe al que solía acoplar el cable de mi ordenador portátil. ¿Eso siempre había estado ahí? Era la primera vez que lo veía, lo cual no decía absolutamente nada a mi favor. Nunca había sido muy perceptiva con respecto a lo que pasaba a mi alrededor, pero esto ya era pasarse de la raya. Una vez terminado el acople, agarró uno de mis tobillos y acercó uno de los grilletes a él. ¿Qué tenía pensado hacer, encadenarme a la pared? ¿Venía drogado de su acampada o qué? Antes de que continuara haciendo lo que fuera que se le hubiera ocurrido le puse la mano en el hombro y lo separé un poco de mí para poder pensar con claridad al menos durante un momento.
-¿Qué crees que estás haciendo?-el tono de voz se me elevó al final de la pregunta, lo que me hizo parecer algo más chillona de lo que me hubiera gustado.
-¿Quieres volver a escribir o prefieres perder todo aquello por lo que tanto has trabajado durante estos años?-me susurró al oído. Yo tragué saliva ante ese panorama tan oscuro. Mierda. No quería tirar por la borda mi carrera como escritora. Pero atarme a la mesa con cadenas me parecía realmente excesivo. Claro que, si lo pensaba detenidamente tal y como había estado haciendo durante dos días enteros, ya había probado mil y una formas para volver a escribir y nada había surtido el efecto deseado-. ¿Confías en mí?
Yo levanté los ojos y lo miré fijamente. Después de unos serios momentos de duda, asentí con lentitud. Carlos no perdió el tiempo y rápidamente se acuclilló para encadenarme ambos pies a la pared. Movió mi silla hasta que quedé nuevamente frente al ordenador, el cual continuaba teniendo una página en blanco con el cursor parpadeando de manera muy molesta, a la espera de que comenzara a teclear creando una historia. Tras eso apoyó sus brazos en la mesa, a cada lado mío, encerrándome entre sus brazos y apoderándose de mi espacio vital. Acercó sus labios a mi oído y me susurró con un bajo tono de voz.
-Si no cumples lo que te he dicho, recibirás un castigo. Volveré dentro de un par de horas para soltarte y ver cuáles han sido tus progresos-me dio un beso en la cabeza. Después salió de la habitación llevándose mi móvil consigo y cerrando la puerta tras de sí. Solo una vez que salió del cuarto pude volver a respirar con normalidad.