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Mi mejor regalo

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Blurb

En medio de la lucha contra el cáncer de su madre, Annie trama una ingeniosa mentira: convencer a su mejor amigo, Zack, de fingir ser su novio para una Navidad en familia. Lo que comienza como una bienintencionada farsa para traer alegría y esperanza, pronto se convierte en un peligroso juego con el corazón.

Annie, guardando un amor secreto por Zack desde hace años, descubre con cada mirada y cada gesto falso que su plan está alimentando una llama más real de lo que esperaba. Zack, por su parte, se encuentra atrapado en la encrucijada de la amistad y un deseo creciente, hasta que la verdad de los sentimientos de Annie lo golpea como un rayo.

Entre risas, sonrojos y la inesperada bendición de una madre que sabe más de lo que parece, Annie y Zack deberán navegar por un terreno inexplorado donde el acto y la realidad se fusionan. ¿Podrá una mentira nacida del amor convertirse en el amor más verdadero de todos, incluso bajo la atenta mirada de una familia y un pasado que no pueden ignorar? Sumérgete en esta historia donde el juego del engaño revela la más dulce de las verdades.

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Capitulo 1
24 de diciembre de 2025 —¡Buenas noches y gracias de nuevo!— les dije a nuestros amigos Matt y Tracy, mientras abría la puerta del coche y me sentaba al volante. —¡Feliz Navidad!— respondieron al unísono desde el porche. Sus saludos, intencionadamente exagerados, me hicieron sonreír. Cerré la puerta y me abroché el cinturón de seguridad, mirando a mi esposa Annie al hacerlo. —Fue divertido, me alegro de que lo hayamos hecho—. —Hace tiempo— respondió Annie. —Fue una buena manera de pasar la Nochebuena—. Annie y yo conocemos a Matt y Tracy desde la universidad. Matt fue mi compañero de cuarto durante mis últimos tres años de universidad, mientras que Tracy fue compañera de cuarto de Annie durante sus cuatro años en la Universidad Estatal. Hacía años que no nos veíamos durante las fiestas, pero con nuestros dos hijos ya mayores haciendo sus cosas por su cuenta este año en Nochebuena, por fin tuvimos la oportunidad de un encuentro significativo. Había sido divertido recordar todos los buenos momentos que habíamos pasado juntos en la universidad, pero era difícil creer lo rápido que habían pasado los últimos 31 años. Cuando arranqué el coche, Annie se acercó, puso su mano sobre la mía y sonrió. Su estilo de vida activo, junto con el pilates y el yoga, la hacían parecer más joven que sus 52 años. Llevaba un sencillo suéter blanco sobre unas mallas rojas y estaba tan adorable como cuando nos conocimos en la universidad. Yo mismo no era un holgazán a mis 54 años. Me había ido bien en el sector publicitario y me había jubilado anticipadamente. Jugaba al disc golf dos veces por semana y, aunque Annie se burlaba de mí por "jugar al frisbee" en lugar de a un "juego de hombres de verdad" como el golf, me mantenía en buena forma. Annie me soltó la mano a regañadientes mientras salía marcha atrás de la entrada y salía a la calle. Como conductora designada esa noche, solo había tomado un par de cervezas antiguas muy temprano en la noche y luego cambié por agua con gas. A Annie y Tracy les encantaban sus Josh Cellars, y entre las dos se habían acabado al menos un par de botellas. Se notaba que estaba un poco ebria y que probablemente se quedaría dormida en algún momento del viaje de más de una hora a casa. Pero también había una mirada traviesa en sus ojos color avellana que me hizo saber que aún no estaba lista para quedarse dormida. —¿Por qué me miras?— pregunté, mirándola brevemente. —Todos los recuerdos de nuestros días de universidad me excitan un poco— respondió. —¿Estás segura de que no es solo Josh?— pregunté con una sonrisa irónica. —Probablemente sea un poco por culpa de Josh— admitió pensativa. —Pero, sea como sea, estoy deseando que volvamos a casa—. Empecé a pensar en todo lo que podría hacerme al llegar a casa, cuando de repente sonó la alarma del cinturón de seguridad del asiento del copiloto y luego se detuvo. Annie se había quitado el cinturón, sacó el silenciador de la guantera y lo colocó. Eso solo podía significar una cosa. —¿Qué demonios?— pregunté mientras ella plegaba la consola central entre nosotros y se deslizaba hacia mí. Annie me miró juguetonamente mientras intentaba desabrocharme el cinturón del pantalón. —Te dije que estoy deseando que lleguemos a casa—. —¿Podrías esperar al menos unos minutos hasta que lleguemos a la autopista?— pregunté. Me preguntaba si yo también podría esperar tanto si ella estaba a punto de hacer lo que yo esperaba. —Bien— dijo con un resoplido exagerado, mientras metía la mano en la guantera, sacaba una goma para el pelo y comenzaba a recogerse el pelo en una coleta. Mi polla empezó a hincharse de expectación. Unos minutos después, metí el coche en la autopista, puse el manos libres y miré a Annie. Tenía los brazos cruzados, como si esperara con impaciencia a que un niño terminara de cenar antes de que le sirvieran el postre. Cuando el coche asumió la responsabilidad principal de la navegación, sentí que era seguro apartar la vista de la carretera y dedicarle toda mi atención a Annie. Deslicé el asiento eléctrico hacia atrás para darle un poco más de espacio, la miré y sonreí como un colegial. —Puedes continuar— anuncié con fingida benevolencia mientras me subía el cinturón de seguridad para que pudiera acceder mejor. Puede que hubiera pasado tiempo desde la última vez que me hacía una felación en el coche, pero desde luego no era la primera vez. De hecho, fue una de las razones por las que quería que tuviéramos la opción de manos libres y el silenciador del cinturón de seguridad. Annie me desabrochó rápidamente el cinturón, me bajó la cremallera del pantalón y metió la mano en la cinturilla de mis bóxers. —Aquí tienes—, dijo, como si acabara de encontrar el premio en el fondo de una caja de Fruit Loops. Sacó mi polla y de inmediato empezó a lamerla y chuparla con determinación. Mientras su lengua experta hacía magia, comencé a acariciarle el pelo. —Annie, la de pelo dorado— susurré con nostalgia. Ella me sacó de su boca y me miró. —Es más gris que dorado ahora, Zack—. Le toqué la mejilla suavemente. —Solo veo el oro—. Annie sonrió y volvió a lo que estaba haciendo, pero solo por unos minutos más. A pesar de mis mejores esfuerzos por aguantar, estaba a punto de correrme. Después de 31 años de practicar su oficio, Annie también lo sabía. Me tomó completamente en su boca, me apretó los labios y, con un último giro de lengua, exploté en su boca. Tras tres espasmos rápidos, terminé. Annie se tragó su recompensa y, tras lamerme hasta dejarme limpio, volvió a colocarme la polla con cuidado donde la había encontrado, regresó a su asiento y se abrochó el cinturón. El fuego lujurioso de sus ojos se había apagado y supe que no tardaría en quedarse dormida. Desactivé el modo manos libres (nunca me había fiado del aparato) y volví a la carretera. Tras unos kilómetros en silencio, encendí la radio XM justo a tiempo para escuchar las primeras notas de "All I Want for Christmas is You" de Mariah Carey. —¡Oye!— dije emocionado. —¡Es nuestra canción!— Esperaba una respuesta igual de emocionada, pero lo que recibí fueron unos suaves ronquidos. Me giré para mirar a Annie y vi que estaba profundamente dormida. Al volver mi atención a la carretera frente a mí, recordé la primera vez que escuché el villancico que cierra todos los villancicos. Recordé todas las locuras y clichés que ocurrieron en diciembre de 1994 y sonreí. Parecía que todo había sucedido ayer.

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