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Esposa Virgen

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Blurb

Mi vida siempre estuvo rodeada de lujos, pero para mí, todo ese lujo era más bien una jaula de oro de la que no podía escapar.

No lo supe en su momento, pero mi destino fue marcado el mismo día de mi nacimiento ¿Por qué?

Pues, el día en que nací, fue el mismo día en que mi madre falleció y desde aquel entonces mi padre no se molestó en ser mi padre, ya que, fue fácil para él deshacerse de mí enviándome a los mejores internados y llevándome a las residencias más lujosas que poseía, pero durante todo ese tiempo siempre estuve sola.

El mundo sabia que tenía dos hijas, la mayor, mi hermana Sophie, ella era su adoración ¿Como lo sabia? ¡Simple!

Mi padre no sentía repulsión cuando la abrazaba y por supuesto, a ella no la alejaba de su lado, Sophie siempre fue su orgullo, mientras que yo era la niña enferma o al menos, ese fue el rumor que escuche alguna vez, que la segunda hija del gran Henry Craig, no era más que una porción de persona que apenas podía levantarse de su cama con ayuda. ¡Patético!

Aun con el desprecio y el dolor de haber escuchado tal estupidez, me vi forzada a aceptar que nunca sería su hija y estaba bien con eso, al menos hasta el día en que cumplí 15 años y entendí la razón del porqué había decidido apartarme de su lado.

Había prometido mi mano en matrimonio a un completo extraño ¿Por qué? ¡No lo sé! Pero a pesar de mis súplicas y de mis berrinches, finalmente descubrí que desde mi nacimiento, se me había moldeado para ser la esposa de ese sujeto, así que al final, sintiéndome como una muñeca a la cual podía usar a su antojo y beneficio, termine en el altar con alguien que apenas si miro a verme, pero no tenía ni idea de lo que sucedería una vez que me convirtiera en la esposa de Arthur Sallow.

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Esposa Virgen
Mi nombre es Christine Craig o al menos lo era antes de casarme a los 15 años, realmente no esperaba verme casada a esta edad. Yo siempre fui el tipo de persona que desaprobaba el embarazo adolescente y por supuesto, el matrimonio siendo tan joven, pero nunca crei que precisamente yo estaría envuelta en un asunto tan poco común o mejor dicho, casi irreal. Cualquiera habría dicho que los matrimonios arreglados habrían quedado en el pasado y que de nada servía entregar a una hija a cambio de un beneficio monetario o material, pero hoy en día puedo decirle a esa gente ¡Si supiera la realidad de la vida! Pertenecer a la Elite puede tener sus beneficios, pero también sus sacrificios y uno de ellos es precisamente casarse joven ¿Por qué? La respuesta podría parecer complicada, pero en realidad es todo lo contrario: Una alianza Tal y como los reyes de la antigüedad solían hacer, pero en esta ocasión no para proteger a su gente de una guerra, sino para protegerse a sí mismo. En mi caso, mi matrimonio fue para preservar las empresas de mi padre, no porque le hiciera falta dinero o porque estuviera al borde de la bancarrota ¡No! Mi padre lo hizo porque los hombres como él son bastante precavidos, piensan a futuro, un futuro muy distante que posiblemente no lleguen a vivir, pero siempre hay que estar preparado. Fui concebida con ese propósito, ser el chivo expiatorio de mi padre, un señuelo o una carnada para un multimillonario, porque... ¿Quién no querría ser familia del empresario Henry Craig? Él no tuvo ningún problema en revelarme su plan el mismo día en que me dijo que tendría que casarme con el hombre con el que me había prometido desde que usaba pañales y por supuesto, que mi educación había sido planeada con el fin de agradar a ese hombre una vez que estuviéramos casados. ¡Sí! La sola idea es repugnante, pero así pensaba mi padre, si es que aún podía decirle padre a un hombre como él, pero Sophie no tuvo ningún inconveniente en acompañar a mi padre para verme y no para tratar de convencerme, porque de hecho, era una orden que debia cumplir, sino que deseaba asegurarse de que aceptaría tal tontería. ¿Por qué? Porque de rehusarme, ella tendría que tomar mi lugar y claro, aunque esa hubiese sido quizás, mi mejor opción, en realidad estaba firmando mi propia sentencia. Yo que había nacido entre lujos, había sido educada no solo para ser la mejor estudiante y la mejor esposa, en realidad no tenía nada. Estaba bajo la merced de mi padre, puesto que al decir que no aceptaba ese matrimonio al que me había atado, él simplemente me echaría y poco o nada le interesaría mi bienestar, ya que en realidad nunca había sido parte de su familia, aunque por nuestras venas corriera la misma sangre y mi apellido fuese el suyo. En ese momento comprendí que yo no era más que una hija de reemplazo a la cual podía desechar sin sentir ningún tipo de remordimiento. Apenas podía comprender por qué hacía todo eso cuando yo también era su hija, siempre había envidiado a Sophie por tener eso que yo tanto anhelaba, lo cual era el cariño y protección de un padre. ¿Por qué yo no podía tener eso? ¿Qué había hecho yo para merecer su desprecio? Aunque llore y suplique, afronte mi destino, aunque fue más esa idea de no saber qué hacer a tan corta edad si no obedecía a mi padre. Fue el miedo de tener que pasar angustias, de tener que valerme por mí misma y aunque claro que lo pensé y lo medite por mucho tiempo, me asusto ver mi cuenta de banco vacía y es que mi padre había pensado en todo. Si me iba a escapar era seguro que tendría que hacerlo sin ningún centavo y la verdad me acobarde con esa presión en mis hombros. Cuando el día de mi boda llego use un vestido bastante elegante que Sophie compro para mí, porque yo estaba confinada en la residencia de Durham. Una propiedad apropiada para el apellido de mi familia, muy lujosa, pero bastante solitaria. De no ser por que Sophie y yo no tenemos la misma complexión de cuerpo, habría pensado que fue precisamente ella quien se lo midió, él modelo era muy de su estilo. Llamativo y un tanto atrevido, pero aunque no fuese de mi agrado, realmente el vestido o como lucia en mi era irrelevante, puesto que el día de mi boda no era más que una ceremonia para cambiar de una jaula de oro a otra. No sabia absolutamente nada sobre el hombre que había pactado tal convenio con mi padre, pero para que esto sucediera con poco tiempo de anticipación, supuse que el hombre debía ser un tipo bastante adinerado y seguramente pertenecía al círculo social qué mi supuesta familia frecuentaba. Esa idea me hizo pensar la posibilidad de que mi padre lo hubiese engañado y quizás ese pobre Imbecil esperaba casarse con Sophie en vez de la enfermiza, porque todos debían conocer ese absurdo rumor, incluso él. Esa idea fue lo que me mantuvo a flote el día de mi boda, si iba a casarme con un desconocido, al menos esperaba tener un poco de satisfacción, por supuesto, a mi manera. Esperaba que ese desgraciado se decepcionara al ver que en realidad no era Sophie quien estabaa su lado en el altar, pero para mi desagradable sorpresa. Mi hermana, quien en realidad solo era para mi una extraña que fingía ser amable conmigo, estaba en primera fila, luciendo un despampanante vestido rojo, con su cabello rubio suelto y por supuesto, sin olvidar que a su lado iba un hombre bastante apuesto. Ella parecía disfrutar del show y claro intuí qué su presencia tan cercana al altar echaría a perder mis planes, sin embargo, cuando la marcha nupcial empezó a sonar para indicarme qué era tiempo de firmar mi propia sentencia. El novio finalmente hizoncto de presencia y claro no era lo que yo esperaba. En mi mente había imaginado a un viejo delgado, entre sus sesenta u ochenta años, arrugado e incluso algo desalineado, pero en vez de esa imagen de depravado qué tenía en mi mente, me encontré con algo que se alejaba de esa idea. El tipo lucia un cabello n***o azabache perfecto, cejas abundantes, pero bien definidas, de barba corta, pero marcada y aparentemente recién rasurada. Labios grandes y rosados, además de un rostro más que atractivo, pero a pesar de lo que mis ojos veía, es decir, esa belleza inusual en un hombre que tal vez rondaba los 35 o 40 años de edad, mi cuerpo se paralizó de miedo. ¡Si! Eso fue lo que senti al verlo, porque a pesar de su belleza, seguía siendo el mismo idiota qué había confabulado esa boda junto con mi padre. Me había comprado, pero...¿A qué precio? Mi padre, Henry Craig tuvo la osadía de llevarme al altar, porque de otra forma, sus amistades hablarían más de lo que ya lo estaban haciendo. Todos los presentes eran desconocidos para mi y cada uno de ellos, al mirarme me dedicaron expresiones muy variadas, pero la que más sobresalio fue la de las mujeres a mi alrededor, era como si me repudiaran a pesar de no conocerme. No supe su nombre hasta después de una hora de parloteo de un juez, se llamaba Arthur Sallow y al final de esa sarta llena de mentiras me nombraron Señora Sallow. Todo el mundo aplaudió ignorando el hecho de que yo aún era menor de edad y que en realidad yo no consentia por ningún motivo lo que estaba ocurriendo en ese sitio, pero cuando la ceremonia termino y me vi obligada a darle un beso a ese hombre, supe que en realidad a nadie le importaba mi opinión, lo que sentía o lo que decía. Durante la fiesta, salude a muchas personas que claro no conocía, pero todos ellos parecían conocerme muy bien. Me mostraron sonrisa que en realidad debian complacer a mi padre y a mi esposo, aunque a él lo perdí de vista por mucho tiempo. Tuve que analizarlo durante las conversaciones qué entabla a con sus amistades, ya que a pesar de que mi padre aseguraba qué me había criado pensado en las necesidades del hombre, eso no quería decir que lo conociera. Mi primera impresión de él fue qué era un tipo imponente, no me había animado hablar con él todo el tiempo en que le tome el brazo para caminar lejos del altar porque le temía a su rechazo y preferí guardar silencio para comodidad de los dos. Y también qué era muy sociable, aunque su actitud era fría. Conocía a la mayoría de los invitados y con cada uno de ellos o al menos los qué lucían bastante importantes brindó un par de copas sin mostrar ningún signo de embriaguez. Así que el vino debía ser extremadamente bueno o él tenia mucha experiencia bebiendo, lo cual era un hecho que no dudaba. Los hombres debían tener algún tipo de debilidad por las botellas sin importar si fuesen o no de mi vino. Al menos en el caso de mi padre y aunque no con viviéramos lo suficiente, podía conocerlo a él y a Sophie gracias a las pertenencias qué dejaban en cada una de las residencias. Mi padre coleccionaba vinos de diferentes partes del mundo y tenia una vitrina para los más especiales, así que supuse que ese tal Arthur debía tener gustos similares a los de mi padre. Cerca de las ocho de la noche, lo perdí de vista de nuevo, pero luego de buscarlo con la mirada, lo descubrí caminando con cierto porte hacia una de las puertas hacia el jardín. La verdad, el lugar que habían elegido para celebrar esa boda parecía todo un palacio, en el qué a pesar de su belleza, era fácil perderse así que seguí a mi esposo intuyendo qué tal vez estaba ya muy ebrio como para querer perderse en los jardines, sin embargo, se me desvaneció entre un laberinto de caminos distintos qué no sabia a donde conducían. Me habría perdido de no ser porque escuche quejidos o gemidos de provenian de la voz de una mujer y a pesar de que aquel ruido me indicaba irme y aparentar qué no había escuchado nada. Mi curiosidad fue mucho más allá de lo que alguna vez le permití y entre la belleza de una hermosa fuente llena de querubines y bancas de mármol qué invitaban a disfrutar de la vista, vi a una pareja bastante animada, quizás por el calor de las bebidas qué ofrecían en la fiesta. Ambos estaban disfrutando del calor de sus cuerpos a pesar de las gotas del rocio de la fuente y el frio del mármol, y ninguno de los dos tuvo pena no vergüenza de hacerlo justo ahí, era como si aprovecharán lo prohibido o lo secreto del lugar para coger a la luz de la luna. Me habría ido y les habría permitido continuar si la chica no hubiese girado en mi dirección y me hubiese visto el rostro. —Tu esposa nos mira—le dijo con cierto aire de burla y cinismo. Fue entonces que Arthur giro en mi dirección, me miró, pero no hizo absolutamente nada, es decir, si hubiésemos sido una pareja normal, él al menos se hubiese separado su m*****o de ella, pero Arthur no lo hizo, sino que continuo con su asqueroso acto frente a mi. Me sentí tan asqueada qué no pude evitar las náuseas. Me fui con la mano en la boca temiendo qué en realidad fuese a vomitar, pero aun cuando llegue al salón, en medio de humo de tabaco y todo tipo de olores, no vomite. Me fui de ahí ya qué mi padre no se molesto en vigilarme, me fui al hotel donde estaba hospedada y donde sabia que pasaría mi noche de bodas. Temí qué ese hombre llegara a consumir nuestra farsa de matrimonio a pesar de haberse acostado con otra, pero aunque me quede despierta esperando su llegada él nunca llego. Nunca me toco y yo agradecí que el decidiera tener una esposa virgen.

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