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1978 Words
Ahí estaba, anotando en su bitácora de campo un día más de trabajo en Tell Zeidan, en su intento por enamorar a la Tierra, entrar en sus entrañas y sonsacar a su vientre sus más ocultos secretos. No importaba si era una despreocupada filóloga con la que pasó sus mejores días en la universidad o la indómita Madre Tierra, que lo retaba con todo su despótico esplendor. Jamás había tenido suerte con la energía femenina en ninguna de sus formas y le costaba un mundo convencerlas de que le dieran lo que quería de ellas. Llevada la mitad de su vida tratando de descorrer el velo que ocultaba los más oscuros misterios de este rincón del planeta, guardados celosamente de los ojos malintencionados y de los enemigos del Creador. Sólo que en este caso el velo eran capas y capas de tierra endurecida que se negaban a ser removidas sin que dejara el pellejo en el proceso. A pesar de que el otoño estaba cerca, el sol caía inclemente sobre las toldas que protegían las mesas de clasificación en las que amontonaban todo tipo de objetos desenterrados del sitio de excavación. La mayoría eran fragmentos de alfarería y hasta el momento lo único realmente de valor eran dos tablillas de arcilla con escritura cuneiforme que mandó al Museo de Bellas Artes hacia un par de semanas para que las tradujeran. Estaba sentado en un taburete burdo hecho por uno de los miembros de su equipo con tablas de las cajas de embalar. Abrió su cantimplora y le dio un sorbo al agua no tan fresca, pero era agua purificada y no estaba para exquisiteces por su temperatura. Se sentía acalorado y exhausto, porque estaban a casi 31°C y el viento no soplaba desde hacía varios días. Esta era la parte que no le gustaba de su trabajo, las penurias de excavar con los elementos en contra, que poco a poco iban minando el ánimo del equipo, a estas alturas agotado y con ganas de dar por fin con lo que buscaban hacia poco más de dos años. No contaba con fondos de investigación, por lo que esperaba que las tablillas que mandó al museo le ayudaran a conseguir una nueva inyección de capital al proyecto. Por suerte, tenía contactos dispuestos a ayudarlo y su misterioso benefactor seguía sosteniendo la operación sin quejarse ni amenazarlo con que necesitaba ver resultados. Esperaba no estar siendo financiado por la mafia rusa o alguna de las otras mafias que eran igual o peor de malas, aparte de peligrosas, pero no podía ponerse selectivo con el apoyo financiero cuando todo el mundo le había dado la espalda y tildado de demente. La mensualidad para sufragar los gastos del trabajo de campo llegaba religiosamente a finales de cada mes a su cuenta bancaria, procedente de una cuenta cifrada en Suiza. Había tratado de rastrearla, pero el hackeo no era lo suyo. Eso habría sido pan comido para Cameron, si todavía se comunicaran, pero no sabía de él desde que se marchó a Siria, luego de una discusión épica por no apoyarlo en su búsqueda. En días como hoy, en los que se sentía más vulnerable de lo normal, echaba de menos un amigo en quien confiar, aunque sólo fuera para contarle lo cabreado que estaba de tragar tierra seca y encontrar únicamente tablillas y pedazos de vasijas de arcilla. Encima de todo, y a pesar de ser uno de los mejores filólogos de su generación, no pudo traducir las putas tablillas que mandó al Museo de Bellas Artes. Era escritura cuneiforme, pero fue incapaz de identificar su construcción gramatical para leerlas. Nuevamente, Cameron lo habría ayudado con esto si no hubieran perdido contacto por acusarlo de ser un «aprendiz de escriba» y un «pinche arqueólogo de biblioteca». Pensándolo en frio, sonaba a insulto de niñas que se tiran de las greñas, pero se lo había dicho con mucha rabia y veneno y ese era el verdadero motivo del distanciamiento, su rencor hacia Cameron y a que sabía mucho más que él de todo lo que lo apasionaba y a lo que dedicaba su vida. Parece que el Universo le estaba diciendo a gritos que ya era hora de hacer la paces con su viejo amigo y pedirle ayuda con este asunto de las tablillas. Tiempo de tragarse el ego en seco, sin tomar ni agua para bajarlo. Mientras cavilaba sobre la mejor manera de contactar a Cameron, notó que se acercaba una figura delgada, vestida con pantalones y camisa kaki, la cabeza cubierta por un hatta azul añil y los ojos protegidos del sol por unos Ray-Ban Aviator de cristales completamente negros. No conocía a esta persona y, por como vestía, tampoco sabía si era hombre o mujer, pero lo cierto es que venía derecho a la tolda donde se encontraba. «Tiene pinta de terrorista»—pensó, un tanto intimidado por la vestimenta. Se levantó del taburete para no estar en una posición vulnerable, en caso de que no viniera en plan amistoso. En estas tierras nunca se sabía quién podía sacarte de circulación sin previo aviso. —Saludos, doctor Harrods—. El recién llegado entró en la tolda y le tendió la mano, conservando una prudente distancia de medio metro entre ambos. Samuel lo observó sin aceptarla o avanzar un centímetro en dirección al recién llegado, que tomó nota de su desconfianza y bajó la mano, en vista de que Samuel no tenía la menor intención de tomarla. —¿En qué puedo ayudarle? —Permítame presentarme—. Tenía un marcado acento y voz grave, por lo que definitivamente era un hombre. Se quitó los Ray-Ban y dejó expuestos unos extraños ojos azules y un rostro más femenino que masculino, que no le iba con la voz—. Soy Peter Akrassis, asistente personal del benefactor anónimo de su expedición cuya identidad, como comprenderá, no estoy autorizado a revelarle. Mi jefe pensó que iba a dudar de mí, así que traigo una nota de su parte y la constancia bancaria de los depósitos realizados a su cuenta en los últimos dos años, que espera sirvan de aval de que no soy un impostor ni un peligro para usted y su equipo. Samuel tomó el sobre cerrado que el recién llegado sacó de la mochila que llevaba al hombro y lo abrió para verificar su contenido. Lo primero que leyó fue la nota escrita en computadora y firmada con un sello cuneiforme: Apreciado doctor Harrods, Espero que a la llegada de Peter se encuentre bien y que no le resulte demasiado inquietante que rompa el absoluto silencio que he mantenido desde que apoyo financieramente su proyecto. Seguramente se preguntará porqué escogí sufragar los gastos de una expedición por la que nadie en sus cabales apostaría una libra, un dólar o un yen. No crea que no me documenté debidamente sobre su historial académico, impecable, por cierto, su vida personal, gustos, amigos, etc. Tengo un dosier completo con todos los pormenores de su vida, incluyendo su peculiar fijación por encontrar un lugar que todos los académicos y expertos en la materia aseguran no existe y consideran una aberración gastar tiempo y dinero en buscarlo. Por extraño que le parezca, fue precisamente la absoluta e insistente negación de estos expertos a la posibilidad de que pueda existir una puerta de entrada a los niveles de lo que las religiones monoteístas insisten en llamar Infierno, lo que me decidió a apoyarle. Siempre que los eruditos atacan una idea frontalmente es porque existe más que un ápice de verdad tras ella. He apostado a usted porque estoy en contra de lo socialmente correcto, de lo que gobiernos e instituciones que controlan el mundo insisten en hacernos creer a todos para mantenernos como borregos, encerrados dentro de un corral ideológico que no nos deja ver más allá de nuestras narices ni cuestionar el porqué de algunas supuestas realidades que todos damos por ciertas. Contar con los recursos para ayudarlo es para mí un verdadero placer y una satisfacción personal, en especial si llega a dar con la puerta que busca y le muestra al mundo lo que encierra. Estoy al tanto de sus teorías sobre qué o quiénes pueden estar detrás de ese portal y que no necesariamente le convenga a la Humanidad que vean la luz del día, pero eso ya veremos cómo lo manejamos. No hay que adelantarse a los acontecimientos. He dado instrucciones a Peter para que lo acompañe durante el resto de la expedición y que sirva de puente entre usted y yo, en caso de que quiera comunicarse conmigo, ahora que he roto el silencio y que sabe que conozco lo que busca y sus implicaciones. No es opcional que acepte su presencia o cortaré de inmediato mi ayuda. La formación académica de Peter es muy amplia y abarca historia antigua y restauración de objetos de arte. No se deje llevar por su aparente juventud y su aspecto frágil y bien cuidado. Es un hombre leal y de mi entera confianza, quien también está entrenado en artes de defensa personal y lucha cuerpo a cuerpo. Estoy más que seguro que su compañía le será muy útil. Que la suerte le sonría y la Victoria lo corone, Samuel dobló la nota y fijó su mirada en el hombre que tenía frente a él, antes de darle una ojeada a las constancias bancarias. No había duda, eran reales y correctas, acreditadas por el UBS de Zurich. —Bien, señor Akrassis, me parece que vamos a pasar un largo tiempo juntos, aunque la idea no me convenza del todo. Samuel se acercó a su nuevo m*****o de equipo y finalmente le tendió la mano, la cual tomó de inmediato, dándole un apretón firme que le pareció un buen signo. Le repateaban los tipos que estrechaban la mano como señoritas y que generalmente resultaban ser poco fiables. Peter Akrassis no se veía muy corpulento ni aguerrido y tenía un rostro demasiado fino para su gusto, faltaba ver cómo se veía sin el hatta azul de la cabeza, así que el apretón firme lo tranquilizó por el momento. —Trataré de no molestarlo más de la cuenta— le sonrió, mostrando una impecable dentadura, al tiempo que empezaba a quitarse el hatta.  «Ni que leyera el pensamiento»—pensó. Para sorpresa de Samuel, el aspecto del hombre cambió radicalmente cuando dejó caer una inesperada cabellera negra que le llegaba a los hombros y le confería un aire agresivo, a pesar de sus facciones finas y los ojos raros que tenía. Era bastante alto y su figura le recordaba la de un chico en la pubertad, justo cuando están empezando a desarrollarse y ya tienen complexión y musculatura de hombre, pero todavía conservan cierta gracilidad juvenil. Aunque todo el conjunto era inquietante, lo más impactante eran los ojos, de un azul turquesa demasiado intenso como para ser naturales. Sólo se le ocurrían dos opciones para esos ojos. La primera, que existían los mutantes y este tipo era un experimento genético pagado por su benefactor, que a todas luces disfrutaba apoyando proyectos prohibidos. La segunda, que usaba lentes de contacto y era gay. Ya podía imaginarse el alboroto que iba a causar cuando se lo presentara a Mia y Hanna, las dos féminas de su equipo. Después de pasar casi dos años en compañía de James y Marcus, los otros dos estudiantes que formaban el grupo, ya no les apetecía mirarlos, mucho menos tener ningún tipo de relación con ellos. Debía soltar lo antes posible al señor Akrassis en el campamento y dejar que las chicas lo acosaran para ver cuál se lo llevaba al catre, así saldría rápidamente de dudas sobre su sexualidad o bien el recién llegado se largaba por donde había venido, aunque lo despidiera el magnate que firmaba con un sello cuneiforme.

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