Don Julio Arango

927 Words
-          Como decía mi gran amigo el padre Rodríguez "Sí Jesucristo hubiera nacido en los Llanos Orientales, las hostias serían de arroz y no de trigo". Todos rieron ante el comentario de Don Julio Aranza, mientras se debatían entre el juego de cartas, propio de los miércoles y los tragos de ese licor regional que tanto les gustaba, por la manera en que quemaba la garganta, en el primer trago  y luego era casi imperceptible  y muy necesario. De los sembradíos que, en su mayoría, se manejaban en las tierras de los participantes del encuentro, don Julio era propietario de una de las mayores plantaciones de la región y eso le merecía el respeto de los demás   hacendados, a pesar de ser un hombre terco y desconfiado, nunca había tenido riñas con sus vecinos; cada uno permanecía en lo suyo y se respetaban los acuerdos de producción y los precios de ventas, para darle a toda la región el beneficio del comercio. La señora de casa entraba de a tanto a servir en la mesa de centro donde reposaban  los vasos usados por los hombres, el cenicero y uno que otro encendedor, los aperitivos y se cercioraba de la tranquilidad de su esposo, en el salón de atrás, las otras esposas esperaban entre cotilleos, a sus amados, siempre atentas a que no se saliera de control la reunión, aunque no había pasado, los hombres con alcohol siempre se sienten más valientes y ellas eran los polos a tierra.  El clima de la región siempre ha sido tropical y aunque era inclemente cuando el calor arreciaba, sus descensos caprichosos, alegraban los días de los pobladores. En los plantíos, el cielo azul de las mañanas, matizaba cualquier bochorno, los llanos por demás planos y verdosos, mostraban en la lejanía los campos poblados de garzas por doquier, en bellos copos de impecable blanco, siempre alertas para emigrar en vuelo, al ser sobresaltadas. Los trabajadores, iniciaban el día desde los primeros rayos de luz, mucho antes que el sol se asome, de regular alrededor de las cuatro de la mañana, ya se pueden observar las primeras luces, forzando a los lugareños a empezar su día con energía. Las mujeres, siempre atentas a las necesidades de sus hombres, se despertaban con ellos, para preparar los alimentos y despedirlos a un día de trabajo productivo. A Rosa Moretti le costó un poco tomar el ritmo del lugar, fue criada en un ambiente de ciudad, lejos del rigor del campo, pero al enamorarse de Julio Arango, olvidó el gozo de la urbe y se decidió por la simpleza de la vida rural. Su sangre italiana no consideró estatus cuando el corazón emocional, se inclinó por los ojos verdes de Julio, en aquella plaza del pueblo, al verlo a lo lejos salir de la iglesia. Eran jóvenes e inexpertos, pero eso no consintió que él dejara ir a su primer y único amor, Rosa sería la madre de sus hijos, le vociferaba a todo el pueblo. Cuando hablo con su padre, un hombre italiano que se enamoró de una colombiana y vino a dejar sus genes en la región, este le dio el permiso para llevarla con él, conociendo de cerca como le había sucedido, la fuerza imparable del verdadero amor. Don Julio miraba a su esposa caminar por el salón, con su gran panza de 8 meses de embarazo, lucía encantadora a sus ojos y su amor por ella se mantenía vivo como aquel primer día, él que aun en su carácter se impidió dejarla. La amaba, respetaba y cuidaba por encima de cualquier cosa y tendrán que pasar sobre él, antes de hacerle daño a su mujer. Los ganaderos respetaban su llegar y se dirigían a él con sumisión, asistían para comentarle lo que les inquietaba y entre ello, los constantes rumores del campo. Todo tenía solución para Don Julio, pero nada pasaba por encima de él, escuchó con atención las quejas de sus iguales, inmutable, sin modificar su rostro en absoluto. -          Don Julio, ¿Qué se hace entonces? Yo ya no sé qué pensar -          Usted tiene la última palabra Don Julio. Lo que diga es ley para nosotros. La voz no le era conocida y en su cabeza registró el rostro del personaje, de años atrás se fiaba en su instinto y sabía que este, no era un buen sujeto, pero no quería alterar a los asistentes. -          Se harán las cosas como Dios manda, y a él no le gustan esas guachafitas de matanza. A mis esas falsas ideas liberales de esa gente, matando a todo el mundo, eso no está bien y nosotros no lo apoyamos – Tomó la mano de su esposa y ella asintió en señal de apoyo. -          Y, ¿Las amenazas? – Mencionó el sujeto del fondo, aquel que le generaba prevención. -          Son eso, amenazas amigo. En el campo las cosas se hacen de frente, no nos andamos con rodeos. ¿No cree usted? ¿Don...? -          Rodrigo Meneses, me disculpo Don Julio por no haberme presentado. -          Lo invité yo primo – Interrumpió José – Es nuevo en la región y no sabía de las reuniones, además tenemos que estar unidos. -          No cabe duda de eso primo. Don Rodrigo – Se acercó a él para estrechar su mano – Bienvenido, Estamos a su orden. Rodrigo Meneses asintió y una sonrisa se esbozó en su rostro. Don Julio la encontró entre el grueso y desagradable bigote del personaje. Tenía razón en su sensación y prestaría especial  atención a los movimientos del sujeto. 
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