Rosa Arango Moretti

1132 Words
A Don Julio la idea no dejaba de rondarle la cabeza y esa noche luego de despedir a sus invitados frecuentes, decidió darse una vuelta por los alrededores de la hacienda, José su compadre le acompañó, ensillo los caballos y espero su salida, Don Julio se despidió de su esposa y salió con José. Anduvieron los largos caminos del limite de la hacienda, solo la luna iluminaba el sendero, pero los caballos caminaban sin dar tregua, Don Julio se perdió entre sus pensamientos y las mil ideas que le surgían para sus plantaciones. -           Escuche me primo, ¿Qué le inquieta? -          Nada primo, nada en especial -          ¿No confía en mí? -          ¿Eso le parece? -          Se que no primo, pero no preguntaré más, no más me da guayabo verlo tan agobiado. ¿Pasa algo con Rosita? Don Julio le miro con furia, sabía de las intenciones constantes de José por Rosa, y le alteraba oírle mencionar su nombre, con tanto cariño. -          No más que un gran amor que nos une José -          Eso se nota primo, no tiene que repetirlo -          Es mejor hablar a lo claro, ¿No cree? -          Lo que creo primo, es que usted debe dejar el tema. Los señores tomaron los cigarrillos y frente a los limites de la hacienda se sentaron a fumar, iluminados ahora por el amanecer prematuro del campo, que se aprecia con vigor. Del fondo se oía un galope fuerte, Don Julio se tensó y puso su mano sobre el revolver que llevaba en el pantalón, José lo imitó, cuando divisaron al hombre sus cuerpos se relajaron.   -          ¡Patrón! – Gritaba Jesús desde el caballo - ¡Patrón! -          Rosa – Susurró Don Julio mientras montaba su caballo, José lo siguió y tomaron rumbo para encontrarse con Jesús. -          ¿Qué pasa? -          La patrona, esta dando a luz patrón, necesitamos a la partera. -          ¿Las señoras están con ella? -Gritaba Don Julio sobre su caballo en movimiento. -          Si señor, preparan el agua y las cosas esas que ellas saben ya. Los señores pausaron su andar mientras Don Julio analizaba la situación. -          Vete para el pueblo José, busca a Séfora, dile que es hora del pago a Don Julio. Si es necesario – Le tomo del brazo en un agarre fuerte – Tráela obligada. Los metros de distancia entre la hacienda y el pueblo eran considerables. José cabalgaba con toda la energía que el caballo le daba, sin mediar en temores, todo con el corazón para llegar a tiempo, más que por Don Julio, lo haría por su gran amor de toda la vida. Don Julio llegó pronto a la casa, corrió por el salón, un grito de dolor freno su camino y sintió el temor que nunca lo embargaba, tomó aire y se dirigió hasta la habitación auxiliar, de donde salían las señoras. -          Patrón – Mencionó una de las empleadas bajando la cabeza en señal de respeto. -          ¿Cómo esta? -          Bien patrón, la señora es fuerte, él bebe también lo es. ¿Viene la partera? -          Tiene que hacerlo, sabe que es su compromiso. -          ¿Séfora, patrón? Don Julio asintió y se adentro en la habitación, para encontrarse con su esposa sobre las sabanas en el suelo, mientras las señoras limpiaban su rostro del sudor y las lágrimas. El cuadro no era tan prometedor como él lo imaginó siempre, pero la esperanza de ver finalmente a quien heredaría su labor en la hacienda, le regocijaba el corazón. Se acercó a Rosa para tomar su mano. -          No es el tiempo Julio – Mencionó ella entre el miedo. -          Todo estará bien. Es fuerte, lleva mi sangre – Le sonrió trasmitiéndole paz. El cuerpo de Rosa se tensó de nuevo, su estomago se endureció y un grito finalmente salió de su boca como un estruendo doloroso pidiendo ayuda. Las señoras se miraban entre si y una de ella se acercó para pedirle que abriera las piernas, al hacerlo, el rostro de la empleada mostró sorpresa y las demás se acercaron a mirar para imitar el gesto. -          Tiene que pujar – Le mencionó al patrón. -          No está Séfora – Debemos esperar. -          No hay tiempo patrón, es ahora. Un grito nuevamente recorrió la habitación, las señoras ahora se mostraban preocupadas y al patrón, el temor de perder a su esposa le empezó a nublar el juicio. -          Debemos esperar ¡Maldita sea! – gritó, tirando de una patada, la mesa del rincón – No lo logrará -          Estas conmigo y no necesitamos más Julio, sé prudente en tu sentir o eso si me matará, ven a mi lado. – Las palabras de su esposa le sacudieron la cordura, se acercó hasta ella para que ella pudiera apoyar su cabeza sobre el cuerpo de él – Lo lograremos, solo si tienes fe ¿La tienes Julio? -          Si, la tengo, aquí estoy. Las señoras llegaron con ollas de agua caliente, y muchos trozos de tela blanca, se acercaron entre ellas y tomadas de la mano, oraron con fe, en una búsqueda de ayuda divina para traer la criatura al mundo, con éxito. Se acercaron a ella para ungirle la frente con aceites y el olor a las hierbas aromáticas purifico el espacio. -          Estamos listas patrona -          Yo también lo estoy. Lo haremos con el favor de Dios. -          En el próximo dolor, va a pujar con toda su fuerza patrona, nosotros acá haremos nuestra parte. Esperaron minutos que se sentían eternos, el dolor recorrió el cuerpo de Rosa, desde su cadera, drenándose por su cintura hasta sus pies, gritaba para matizar el sentimiento y tomando aire empezó a pujar en una mezcla de dolor e impotencia, la fuerza no parecía suficiente desde donde ella lo veía, suplicaba misericordia en su dolor y su esposo le tomaba la mano, con la angustia de no poder hacer más por ella. La puerta se abrió de golpe, José y Séfora aparecieron en el umbral, la luz de la mañana se reflejó sobre sus rostros. Rosa gritó una vez más y la fuerza faltante se hizo presente, un llanto sonoro apaciguo el temor de los presentes, la partera se acercó hasta la criatura y terminó el proceso. Limpiaron a la criatura para envolverla en sabanas limpias dispuestas para su labor, se la acercaron a Don Julio. -          Es una niña Julio -          Séfora – Asintió Don Julio – Finalmente. -          Lo lamento señor, no estaba en las fechas. Nuestra deuda sigue. -          Se discutirá después – Le reprochó mientras tomó en sus manos a la beba, su rostro se iluminó y se giro hacia la pared para ocultar las lágrimas que llovían por su rostro. -          Rosa Arango Moretti – Le levantó orgulloso. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD