José

1176 Words
Los cuidados luego del parto eran rigurosos, la habitación debería estar a oscuras, la madre debía permanecer en silencio, con su cabeza atada en trozos de tela para evitar el daño inclemente del frío. Las telas usadas en el parto, fueron quemadas en el patio de la hacienda, a solicitud de Séfora, para que no enfermará a la señora. La beba se acoplaba a los horarios del día y siempre debía estar con la madre, las empleadas de casa se hacían cargo de bañarle y fajarle para que su ombligo fuera cura de manera adecuada. La comida siempre a la hora y caliente, por que no puede recibir frio en el estomago la madre. Se alistaban las mejores gallinas y los caldos debían ser cargados para reponer las fuerzas perdidas en parto. Los hombres tenían prohibido entrar en casa, por lo menos hasta que la madre tuviera 30 días de dar a luz, la energía de ellos es muy fuerte y pueden debilitar al bebe y a la mujer. Los hacendados se acercaban hasta la entrada de la finca con bultos de fruta y verdura, en ocasiones, los más acomodados económicamente, llevaban las mejores bestias de su propiedad para honrar a la nueva criatura. Don Julio los recibía en la entrada con el trago típico de la región que tanto les gustaba y departían entre risas, celebrando la presencia de un heredero en la familia del pueblo. El señor de la casa, se permitía entrar de vez en cuando a la habitación, tan solo para dar un vistazo a la pareja de mujeres que llenaban su corazón. Feliz, de verlas, les dejaba descansar para él dedicarse a las actividades propias del campo, organizando el ganado, revisando los frutales y su mayor orgullo, el cultivo de arroz. Conocía tanto de la labor, que sabia exactamente el color, la posición y las fechas para recoger la cosecha, todo auditado por él y supervisado por José. Llevaban muchos años trabajando juntos, todos para ser exactos, desde que Julio Arango era niño, José estuvo en sus días, como el hijo de la campesina que murió en el parto y le dejo entre las manos de los nobles de corazón que pudieran alimentarlo. Julio lo conoció así, experimentado de la calle y con mil ideas en su cabeza, todas de glorias y siembras exitosas. Julio lo llevó a casa como su protegido, cuando de 9 años, lo consiguió en la calle, sucio y sin comer. Le tomó la mano y juró protegerlo como un hermano mayor, teniendo en cuenta que le lleva 10 años. Así fue, veinte años después, aún permanecían tan cercanos, que la vida tuvo el des fortunio de enamorarlos de la misma jovencita, de aire italiano, nueva en el pueblo, con sonrisa picara y ojos verdes, con el alma de la juventud en sus manos. Quince años tenía Rosa cuando José la conoció en la iglesia, el hombre salía del servicio dominical, mientras la niña caminaba con sus hermanas de la mano, entrando a confesar. Él la esperó pacientemente en la plaza, al salir se le acerco a hablar, ella con su sonrisa inocente, vio en él, la nobleza que no conocía y sintieron latir los corazones. Pero el padre de Rosa no estaba de acuerdo, José no era más que el arrimado de un gran hacendado y eso, ella lo tenia que analizar, no era justo mantenerse virginal para que un pobre capataz, quisiera engatusarla, sin poder ofrecer nada a la familia. Para el mismo tiempo, el padre de Rosa conoció a Don Julio Arango, un hacendado con comodidad económica y el primero de la región en sembrar arroz, monopolizando el grano y la labor en sus tierras. Era esa justo, lo que él quería para su hija. Además, que Julio tenia manejo del italiano, por el estudio avanzado que su padre le obligaba a realizar de los libros que traía en sus viajes frecuentes a los pueblos. La joven se veía a escondidas con José y su amor era grande, ciertamente eso le profesó, el padre los descubrió y amenazó con llevársela fuera del país, si él no la dejaba en paz. El perder la cercanía con su madre y sus hermanas era algo que ella no permitiría, la familia era lo primero. Ella misma rechazó los constantes acercamientos de José, hasta que logró alejarse de él, con el corazón contrito por la distancia. No dejó de pensarlo por mucho tiempo, el duelo del desamor le estaba taladrando. Hasta que un día en esa misma plaza, su padre le presentó a Julio Arango, un hombre con el doble de su edad, pero un señor, que ciertamente irradiaba misterio. Su forma de hablar y la educación prodigiosa que demostraba, así como la cercanía con su padre y el buen compartir que mantenían, creo en ella la curiosidad por conocerlo de cerca. Una tarde que el viento estaba mas fuerte de lo normal en la región, Julio Arango esperaba a José en la plaza, mientras este se encargaba de montar las bestias para llevar los granos y mercado a la hacienda, Rosa caminaba por la iglesia con su rostro y cabello cubiertos, José la vio desde la distancia y reconoció su andar, caminó hasta ella, deteniéndose de golpe cuando le vio sonreírle a Julio, tan coqueta como cuando él la conoció, con esa chispa de alegría por la juventud, corrió a manos de su, casi hermano y le abrazó con amor. José sintió morir y camino sin más hasta donde estaban, fingiendo no conocer a la mujer, ella se sorprendió por la presencia y el revuelo de emociones en su interior al ver a su primer amor. Tal vez a su único amor. Julio lucho por ella, todo lo que el padre exigía fue entregado y siempre dispuesto con cortesía para generar la mejor impresión. Le saco de su casa vestida de blanco, con una fiesta de la que todo el pueblo habló por días y con la dote más alta que jamás se había oído, un porcentaje de la producción del nuevo grano, ciertamente un ganar o ganar para el viejo italiano, padre de Rosa. El tiempo paso y nunca se habló de lo que sucedió entre Rosa y José. El padre lo mantuvo claro y en silencio, ella lo guardo en su corazón como irreal, José se limito a olvidarlo, por que no podría pelear con su único hermano, por el amor de una mujer, aunque este fuera su único gran amor. Con el tiempo una empleada de la hacienda alboroto una noticia de embarazo de José y Julio para mitigar los rumores en el pueblo, manteniendo la imagen de su hacienda como perfecta, le obligó a casarse con ella, o tendría que solucionar solo el asunto y José no se arriesgaría a quedar solo y sin trabajo. Sin mayor ilusión se casó, Rosa lloro en soledad el matrimonio arreglado de su amor, y él, con alcohol en sus venas, quemó la sensación horrible de perder definitivamente a lo único que le daba ganas de vivir. 
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