Mas de lo que se ve

2001 Words
Los días en la vida de Rosa Moretti giran en torno al cuidado de su pequeña hija; nada es más importante para ella, un poco más para don Julio, que ahora termina mucho antes sus oficios en los sembrados, para compartir gran parte del tiempo con sus dos amores, las que  ahora más que nunca son su única dicha y motivación. Los miércoles de juego han vuelto luego de que los días de la dieta del post parto ya se hubieren cumplido. Para el primer reencuentro los hombres  vecinos han concordado hacerse cargo de preparar un opíparo banquete a los invitados. Todo el pueblo fue convidado, aún más, todos los obreros y empleados de las plantaciones que en viviendas dispuestas por el patrón conviven en los límites de la propiedad. La noche llega con la oscuridad más  profunda de la que el campo siempre provee, acompañada como en otras ocasiones de un calor típico y sofocante, siempre juntas oscuridad intensa y calor arreciante como invitadas inseparables. El cielo iluminado por las estrellas, se divisa en el horizonte como un enorme tapiz salpicado de incontables puntos brillantes, adornado de una blanca y hermosa luna llena, sus bordes redondos solo inspiran perfección.  En la cocina se escucha el ruido de los trastes y la señora de la casa cada tanto se acerca para comprobar que el menú sea preparado en franca fidelidad a su pedido; muy a pesar que no se recuerde en tiempo alguno haber tenido algún inconveniente con las mozas de cocina, pues siempre María ha estado al frente y les une la cercanía y la confianza que los años se han encargado de afianzar. Es una integra y sincera amistad, que, aunque de posiciones sociales muy diferentes, conlleva un respeto y un aprecio tal que no existe cabida para que algo más pueda ser tenido en cuenta. Pero, en esta ocasión, María se ha ido al pueblo, para encargarse de su anciana madre, que padece fuertes dolores a causa de una enfermedad desconocida que la aqueja. El patrón le ha ordenado traerla, para que sea vista por el médico amigo de la familia y para proveerle, por lo menos, una estadía más cómoda que la que en su por demás humilde hogar, tiene actualmente.  Con la ausencia de su mano derecha, Rosita se ve enfrentada a una mujer que no es de su entera confianza y quién en actitud un tanto agresiva, le ha recibido en una postura desafiante. Rocío, la mujer de José, siempre ha tenido en poca estima a la esposa del patrón, lógico pensar que los celos son su principal razón, pues, José aún mantiene sus sentimientos vivos sobre la que ella considera su adversaria. Sin embargo, su rivalidad viene de mucho antes, dé cuando eran jovencitas y Rosa llamó la atención de los jóvenes del pueblo, después de todo quien compite con ese acento italiano y ese rostro de muñeca. Para Rocío, ella era arrogante, llena de aires de grandeza y falta de humildad; para Rosa, Rocío era simple, bastante desarreglada y nada femenina. Cada una desde su lugar, sentía la verdad como propia.  Era una incomodidad al verse, que de a poco, se fue trasformando en rabia. Ya luego, al dejar de ser niñas, las cosas no mejorarían. Pues, Rosa se enteró del gran error que cometió su padre justamente con la mamá de Rocío involucrada, un amorío que estuvo en boca del poblado, como todos los chimes que se suscitarían en la pequeña extensión del pueblo. Mucho tiempo paso antes que la familia volviera a visitar la región, la ciudad los absorbió, dejando tras de sí todos los problemas que desencadena una infidelidad. Tiempo después, cuando Rosa se casó con Julio Arango y llego a tomar como suya, la hacienda que él le había entregado en matrimonio, reconoció en el rostro de Rocío, aquella mujer que le recordaba y referenciaba su doloroso pasado. Quiso echarla, lo intentó, pero José la había embarazado, el hombre que tanto amó, la eligió justo a ella para perpetuarse, y así, cobrar revancha de alguna manera por la elección que ella había tomado, de la manera en que prefirió su vida de comodidad y lujos, al lado de un extraordinario hombre, que la vida de amor y entrega, al lado de uno que seguía la ordenes de su patrón. No fue criada para eso, su padre había sido claro y duro por demás en sus decisiones y jamás permitiría que manchara su apellido con la pobreza y  eso, por más que sus sentimientos estuvieran en medio, NO era negociable. La vida las puso en el mismo lugar, para el mismo tiempo, pero en posiciones sociales tan distintas con el pasado mismo que las atormentaba y que no permitía que ninguna de las dos conociera a cabalidad a la otra, solo concluían basadas en lo que las situaciones del mundo les había permitido conocer, de muy mala manera, en sus enlazados caminos. Pero ahora, Rocío debía entender que, en esa hacienda, la patrona era Rosa, y que, por lo menos por esta noche, las cosas se deben hacer, exactamente, como la señora lo dice, aunque los otros días ya pueda entenderse directamente con Maria. Todo estaba preparado, saldría como ella lo planeó y Rocío se comportó a la altura de la situación, mucho mejor de lo que Rosa pudo esperar, tal vez se había predispuesto a una muy mala actitud. La mesa estaba dispuesta para recibir a los comensales, con toda clase de platos típicos de la región, el mismo trago de costumbre, añejo y tan propio del pueblo. Hasta el caldo habitual para servir en la madrugada, con el fin de  matizar el fatídico efecto del  licor apoderado del cuerpo, acalorado las emociones y desbordando la  valentía. Don Julio Arango, llegó temprano del campo, de sus revisiones diarias y porfiadas del ganado, las caballerizas y las plantaciones, todo era supervisado minuciosamente, sin chistar y en compañía constante de José. Rosa le recibió en la entrada cuando fue avisada de su pronta llegada, en una mano su pequeña niña y en la otra, la jarra metálica, con la limonada endulzada con panela y la medida justa de licor. Solo eso le da a él, la saciedad que su paladar necesita, luego de dejar que el sol, afecte su piel, durante el largo día de trabajo. Se saludan de beso, y continúan a la sala. Don Julio se retira los zapatos y una de las mujeres de la casa, se acerca ante la señal de la señora, para levantarlos, agrarios y organizarlos en la habitación.  Su hija lloriquea y Rosa ajusta su cuerpo en la mecedora para amamantarle mientras su esposo disfruta de la bebida y de la vista de sus dos mujeres amadas. -             ¿Cómo está todo Julio? -             Va bien señora mía. Estamos en tiempos duros, el verano nos acosa y se debe estar atentos al riego, más aún con las bestias. Pero se está haciendo un buen trabajo. -             Estas haciendo un buen trabajo – Corrigió ella. A él siempre le costaba recibir los halagos y permanecía en silencio cuando se los mencionaban. – Tu trabajo, es lo que tiene esta hacienda al día. -             Se hace lo que se tiene que hacer señora mía.  -             Y, por cierto, ahora lo que tienes que hacer, es arreglarte para la visita. Están próximos a llegar. Sus facciones de fastidio le causaron gracia a Rosa, él siempre se irritaba un poco, momentos antes de iniciar la reunión, pero ya en ella, entraba en confianza y disfrutaba de la velada frecuente que servía, siempre, para mantener al día a todos los hacendados, sobre los avances del pueblo y las vicisitudes que se presentaban.  -             Anda Julio, que se hace tarde. -             Ya voy – Mencionó con pesadez, mientras se levantaba de su silla. La hora del encuentro llegó pronto, la señora estaba al pendiente de recibir a los invitados, y el señor en el salón, ya estaba disfrutando de la comida y el trago, en compañía de  los personajes que llegan siempre a tiempo o incluso mucho antes. Poco a poco iban ingresando y cuando Rosa se percató que estaban todos, los que usualmente llegaban, se retiró a su habitación para revisar a la bebé, que estaba siendo cuidada por la única hija de María, qué embelesada con ella, velaba su sueño. Al percatarse que se mantenía dormida como desde que le dejó allí, Rosa decidió acercarse al salón para re verificar que todo estuviera en orden, y que los señores, estuvieran siendo bien atendidos, antes de irse al cuarto de costura, donde compartiría la comida que fue traída por los hacendados y la información  más prominente que hubiere circulado en los últimos días, con algunas de las esposas, que también disfrutaban de la reunión. Pero antes de hacerlo, una conversación llamo su atención, no por el tema o el tono de voz, más bien lo hizo por el susurro con el que se realizaba. Era poco común que los señores del campo hablaran en voz baja, más lógico era escucharlos desde mucho antes, de divisar su llegada. Con prudencia se acercó a la entrada, y la silueta de dos hombres, muy cercanos, llamó su atención. Uno de ellos era quien hablaba, no pudo reconocerlo entre todos los asistentes, pero al otro si, era Mario Buendía, uno de los hombres de confianza de su esposo. Dos motivos pasaron por su cabeza, pero en ninguno de los escenarios, las cosas se veían bien.  Permaneció oculta, para no generar sospecha, pero era inútil que tratara de identificar la voz. Los señores terminaron la conversación con un estrechón de mano y el hombre, el que no reconoció, ingreso a la casa con comodidad, como si ya lo hubiera hecho antes. Ella caminó con soltura, sin mostrarse predispuesta y se aproximó a él para darle la bienvenida. -             Buenas noches, bienvenido. Al tenerlo de frente y observar su rostro, más específicamente, su espeso bigote y la sonrisa maliciosa, pudo recordarlo. Era Rodrigo Meneses, el nuevo hacendado a quién José había presentado hace meses, en la última reunión de los caballeros. -             Señora – Bajó la cabeza en señal de respeto. Rosa asintió y el hombre caminó con la misma confianza hasta el salón de reuniones. Ella le siguió de cerca, sin sacar de su cabeza, el par de ideas que se habían implantado. La mujer era sensible y sensitiva, apreciaba la energía que podía percibir de las personas, al igual que su esposo, se fiaba de su don, de conocer, sin tener que conversar. Pero también era recatada y sutil, no alertaría nada sin antes no estar segura.  Entraron al salón, la sonrisa bajo el espeso bigote no se ocultaba, diviso entre las personas a José y se acercó hasta él para saludarlo. Este le recibió con euforia, como grandes amigos. Rosa busco a su esposo y se acercó hasta él. Departía un juego de cartas, pero su rostro de preocupación le hizo levantarse, excusándose con los señores en el proceso. -             El deber me llama… -             Un momento y se los devuelvo – Mencionó la mujer con una sonrisa de cortesía. -             ¿Qué sucede señora mía? -             Es ese hombre. – Puso su mano en el hombro para detener el movimiento – No, no gires. Debes ser prudente. -             ¿De quién hablas? -             Ese que se presentó la última noche, que habló de las amenazas. -             El del bigote. Rosa asintió risueña, era una particular forma de recordarlo, pero la ideal. -             ¿Qué pasa con él? -             Estaba en la entrada, con Mario Buendía. -             ¿Mario? -             Si Julio, pero lo raro es que susurraban. Eso no es normal. -             No se conocen o ¿sí? -             Eso es – Acarició su mejilla- Querido mío, lo que tú debes averiguar. – Tomó aire para hablar sin levantar los ánimos con su esposo- No me fío de él Julio, algo tiene, algo se traen.  -             Lo sé, lo noté.
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