CAPÍTULO 6

971 Words
—¿Y la otra recepcionista? —preguntó Maximiliano, viendo a una mujer mayor sentada detrás del escritorio. —No hay otra recepcionista —informó Maruca, la señora de cabello completamente gris, de hipnotizantes ojos azules y de apariencia impecable que estaba sentada detrás del mostrador—. Desde casi el inicio de este edificio de oficinas, la única ocupando este puesto soy yo, antes de mí lo hizo Marisa Altamirano, la dueña del edificio. —¿Marisa es la dueña? —preguntó el hombre, algo confundido por la reciente información obtenida, pero al menos ahora sabía que esa joven definitivamente estaría ahí en algún momento, aunque precisaba saber cuándo—. ¿A qué hora la puedo encontrar? —Hoy no va a venir —informó Maruca y el hombre casi bufó su molestia; aunque, para ser completamente franco, el culpable de semejante chasco era él, que ni siquiera había investigado quién era esa amable joven que le había ayudado antes, y a quien quería volver a ver—. Mañana estará aquí desde las nueve de la mañana. Maximiliano suspiró. Tenía una reunión, una larga reunión en ese lugar y, tontamente, había confiado en que le podía dejar la niña a la recepcionista de la torre de profesiones que, ahora, sabía, no era una recepcionista en realidad; así que tendría que asistir a la reunión con Mía, y eso no le agradaba para nada. El hombre, de cabello castaño claro, casi rubio, y de ojos verdes, había decidido llevarse a la niña para darle a su madre un descanso, pues, en las cinco semanas pasadas, Maximina se había sobre esforzado cuidando a la pequeña Mía y asistiendo al hospital, donde su hermano estaba fuera de peligro ya, pero a quién aún no habían podido sacar del coma. Para ellos dos, todo había sido, en serio, desgastante emocionalmente, y la niña que no terminaba de acostumbrarse a ellos les dificultaba bastante las cosas. Maximina había enfermado y Maximiliano decidió darle un respiro, confiado, sabrá el cielo por qué razón, en que esa joven que antes le ayudó, le ayudaría de nuevo; pero, si lo pensaba tan solo un poco, él podía darse cuenta de que ella no tenía ninguna obligación hacia él. El hombre suspiró, sería mejor para él, y para la niña, que él dejara de pensar en esa joven desconocida como un apoyo. En eso estaba su cabeza, cuando una voz conocida sonó detrás de él. —¡Maruquita! —exclamó la joven de cabello oscuro y rizado, entrando casi corriendo al edificio—. Se me olvidó la chequera. ¡Hazme el favor! ¿Sabes si está aquí? —No sé, Marisa. Ni siquiera recuerdo la última vez que la usaste —respondió la mujer de cabello cano, viéndola correr hacia su oficina—... Oye, alguien está buscándote. —Dame un segundo —pidió la joven, que buscaba entre sus cajones la chequera que antes había mencionado, y encontrándola—... Ay, ¡sí está aquí! Menos mal. No quería tener que ir hasta mi casa. ¿Quién me busca? Al hacer su pregunta, la joven de rostro amable y de bella sonrisa ya dejaba de nuevo la oficina, así que se topó de frente con el hombre que había preguntado por ella segundos atrás. » Hola, Mía —saludó la joven en una voz aguda y baja, casi chiqueada—. ¿Cómo estás, bebé? Creciste mucho y estás preciosa. El ver a esa joven sonreírle a una bebé desconocida, mientras la sostenía de ambas manitas, despertó en el hombre algo que le hizo sentir incómodo, pero no molesto, más bien como apenado. —Buenos días —saludó Maximiliano justo después de aclarar su garganta—, quería saludarla, Marisa. —Buenos días —respondió la joven que, atrapada por las manitas de la niña, las seguía moviendo suavemente—. ¿Tiene reunión? —A las diez —respondió el hombre, viendo a la mujer decir tonterías a la niña, porque, es decir, qué caso tendría preguntarle algo a la niña, si ella ni siquiera entendía y mucho menos respondería, porque no hablaba. —¿Y tu reunión a qué hora es, señorita? —preguntó Mía y la niña sonrió, moviendo la boca como si quisiera decir algo, pero sin hacer sonido alguno—. Casi me hablas, eres muy inteligente, ¿verdad? —Marisa —habló la recepcionista luego de aclarar la garganta también, con el único objetivo de llamar la atención de esa joven que se distraía con todo y con nada—. ¿No tenías algo qué hacer? —¡Es cierto! —exclamó la joven tras hacer un sonido de sorpresa, mirando a la mujer que le hablaba y terminando por fijar sus ojos en la pequeña que no la soltaba—. ¿Quieres venir conmigo? El nuevo sonido de sorpresa lo hizo la recepcionista, y Maximiliano sintió un nudo en la garganta. Recién se había decidido a no esperar ayuda de esa mujer, y ella sola se estaba apuntando a ayudarle, de nuevo. » Voy a ir a liquidar un negocio que acabo de concretar, y luego iré a un spa con una amiga. Es un spa familiar, así que puedo tener a la niña conmigo —explicó la joven al hombre que le veía como agradecido—. ¿Puedo llevarla conmigo? —Te lo agradecería mucho —declaró Maximiliano, asintiendo y permitiendo que Marisa tomara a Mía, aguantando esas encomiables ganas de llorar que de pronto le dieron al verla besar la cabeza de su sobrina y decirle muchas más de las hermosas cosas que no paraba de decirle. El hombre pensó que era imposible no querer depender de ella, Marisa era en serio increíble, su vaso de agua en una tarde de horrible calor.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD