Greg estaba observando a la madre e hija desde un punto neurálgico en la plaza.
Estaba como hipnotizado, quizá a unos diez metros. Llevaba un jean, una camiseta y lentes de sol. Todo en el gritaba atractivo, dinero...y peligro.
Al principio cuando la vio, a ELLA, pensó que estaba dentro de un sueño, que eso no podía ser cierto... pero cuando vio a la versión más pequeña creyó que eso no podría ser otra cosa que una pesadilla...
Y aunque ELLA estaba tan hermosa como siempre, no pudo evitar mirar a la pequeña. Le calculó 16 o 17. Él aún no había cumplido treinta.
Volvió a mirar a Piper... una sensación caliente se extendió por sus venas. Odio.
No había otro modo para definirlo... entonces volvió sus ojos a la más joven otra vez, y aunque no estuviera bien no pudo evitar endurecerse. Sintió la v***a tan dura que le dolió...
Entonces cerró sus puños tan fuertemente que sus manos le dolieron, los nudillos tironearon la piel recordándole dónde estaba... sentado a la intemperie, en un banco en la plaza Puerta del Sol en Madrid.
Desde que su padre lo había sacado del internado en la adolescencia, Gregory se había instalado en una estancia en el sur de Argentina. Su padre fue un rico magnate de la moda hasta que decidió retirarse del mundo para vivir en el campo. Fue en un viaje al país sudamericano que se enamoró de los paisajes y decidió comprar una gran extensión de tierra donde construyó una estancia, compro vacas y se dedicó a vivir como un gaucho hasta que murió cuando Greg tenía 25 años, de un ataque al corazón.
Y hablando de corazones, el suyo latía rápido mientras miraba a la madre e hija... no creía que ella lo reconociera pues había cambiado.
Greg no solo llevaba el nombre de su padre sino también tenía su cabello rojizo y sus ojos celeste verdosos. Su cuerpo, alguna vez bajo y delgado había alcanzado el metro 80 y estaba tallado por el trabajo de campo pues él arreaba en esa tierra que llegó a considerar suya, a la par de los peones...aunque había nacido en Italia y por parte de su padre fuera italo irlandés.
La joven seguía lamiendo su helado y aún a la distancia no podía dejar de observar hipnotizado el movimiento de la lengua rosada y pequeña, olvidando momentáneamente quien era ella, imaginándosela enroscada en su pene saboreando su v***a. Ella era físicamente un poco más pequeña que su madre, pero se la veía feliz... él no recordaba cuando fue la última vez que rio despreocupado pero ella sonreía junto a la madre como si nada...
Entonces, el odio le ganó a cualquier otra cosa que podría sentir...MIERDA ni siquiera se suponía que estuviera allí...
Quiso borrarle la sonrisa de los labios a la madre y a la niña de un plumazo. Pero mientras a la primera quería castigarla pues el dolor de la traición se clavaba como un puñal en su corazón, y deseaba que sufriera como él sufrió cuando desapareció de su vida... a la segunda quería hacerle cosas pecaminosas, cosas que no se suponía que debía... que hasta pensarlas estaba mal.
Así que hizo lo que una persona como él podía hacer en su lugar. Contrató gente, y orquestaron todo para que la madre no llegara a buscarla a la clase de violín a tiempo, pocos días después de eso...
Como su profesora tenía otro alumno, ella salió. Ella era una niña grande y ese era un barrio tranquilo, ¿qué podría pasar?.
Entonces un auto blindado salió de la nada, pasó por dónde la joven estaba, personas vestidas de n***o salieron, la aferraron, la drogaron. La secuestraron.
Lo próximo que supo la pequeña era que estaba encerrada en una habitación en un país lejano...
Él se convenció de que era su venganza contra Piper, sacarle lo que más amaba para que supiera en carne propia lo que se sentía, pero muy en el fondo sabía que había algo más.
Con su dinero consiguió contactos, y pasaron por aduana. Por ambas. La joven pasó drogada el viaje. Entró y salió de cada aeropuerto dentro de una caja especial. Ya que conociendo a la gente adecuada, todo era posible.
— ¡DIME QUIÉN ERES!!!— era el grito que repetía una y otra vez ella.
E intentó huir... le dio más trabajo de lo que pensó, la jovencita.
Hasta que consiguió una correa especial, la debió castigar...Y que Dios lo perdonase, nunca había estado tan caliente en su vida como cuando descubrió su culo mientras ella pataleaba y le dio una y otra palmada hasta dejárselo rojo mientras ella lloraba.
La segunda vez, volvía del campo y estaba cansado. La ató a la cama, tenía grilletes, la puso boca abajo y rompió el vestido que el mismo le había proveído hasta dejarla solo con su ropa interior y otra vez se desquitó con su culo. Ella nunca sabría que luego se encerró en su habitación y se masturbó furiosamente, hasta acabar cinco chorros abundantes de leche.
La pequeña era diferente a todo lo que había experimentado antes, había algo que despertaba en él algo primitivo y prohibido.
Luego de esa vez, trató de evitarla...todo lo que pudo.
Aunque a veces, entraba mientras ella dormía y acariciaba su cabello oscuro.
Ella tenía un cuerpo hermoso, pequeño pero perfectamente formado. Un culito redondo. Caderas estrechas, pechos que cabían perfectamente en sus manos... En esas ocasiones acariciaba su cabello e iba más abajo con su mano...tocaba la espalda y la curva perfecta de su trasero.
La tentación de cogérsela lo corroía por dentro. Era como una enfermedad o un virus carcomiendo su cuerpo.
Muchas veces se encerraba en su habitación y se autoflagelaba...nunca un látigo le había vuelto a tocar su espalda desde su padre... Pero desde que Rebecca estaba en la casa, todo parecía estar retorciéndose de un modo oscuro y cruel y lo que pretendió ser un castigo para la madre de la muchacha, lo estaba siendo para él...