CAPÍTULO 8

1115 Words
El lunes llegó con un sol tímido y un cielo limpio que contrastaba con el caos del laboratorio. Cada paso hacia la sala parecía más pesado que el anterior; la resaca de la noche anterior todavía me pesaba en la nuca, y mis ojos parecían tener un secreto propio: me recordaban lo vulnerable que había sido. Sin embargo, la determinación que había encendido la noche de la fiesta seguía ardiendo, débil pero constante. No podía permitirme fallar, no ahora. Saint James ya estaba allí, con la bata impecable y la mirada que parecía atravesar los microscopios y los tubos de ensayo hasta mi alma. Cada vez que pasaba cerca, sentía el impulso de encogerse o de tensar los músculos, como si el contacto con su aura fuera capaz de desestabilizar mi equilibrio emocional. Taylor estaba junto a mí, revisando notas y pipetas, con esa sonrisa que siempre parecía recordarme que no estaba sola. Su mera presencia era un escudo invisible, un pequeño refugio dentro del terreno minado que era aquel laboratorio. —Srta. García —dijo Saint James, deteniéndose frente a mi estación—. He observado tus prácticas de pipeteo. Necesitas ser más precisa. La ciencia no perdona errores, y menos en un laboratorio de este nivel. Asentí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. Su tono era firme, pero había un matiz… diferente, algo que no había percibido antes. No era la frialdad habitual; había un hilo de algo cercano a la paciencia. Respiré profundo y volví a concentrarme, ajustando la pipeta con más cuidado. Cada gota de líquido que transfería parecía tener el peso del mundo. El laboratorio estaba lleno de nuevos pasantes, y la combinación de novatos torpes y experimentos complejos creaba una tensión que podía cortarse con un bisturí. Algunos derramaban reactivos, otros mezclaban muestras equivocadas, y los murmullos de preocupación eran constantes. Taylor me guiaba con gestos discretos, señalando errores antes de que ocurrieran, y me recordaba que no debía dejar que la presión me consumiera. En medio de esa tensión, recordé la noche de la fiesta. Saint James había aparecido de manera inesperada, salvándome del acoso de un compañero borracho. La fuerza de su mano, la seguridad con la que me sostuvo… esas imágenes se mezclaban con mis emociones actuales y con el recuerdo de su mirada penetrante en el laboratorio. No entendía por qué sentía algo extraño por él, algo que no debía, pero era innegable. —Maya, ¿estás bien? —susurró Taylor desde mi lado, notando mi distracción. Asentí, aunque mis pensamientos seguían girando en torno a Saint James. Taylor me dio un toque en el brazo y sonrió con complicidad, recordándome que podía apoyarme en él mientras enfrentaba el desafío que el laboratorio y mi pasantía representaban. La mañana transcurrió entre microscopios, pipetas y placas de Petri. Cada procedimiento debía ser perfecto, y cada error era una oportunidad para aprender. Me esforzaba por mantener un ritmo rápido y preciso, consciente de que Saint James observaba cada movimiento. A veces pasaba junto a mí, señalando detalles menores que corregía al instante, otras veces se quedaba un momento más, como evaluando mi capacidad para resistir la presión. Durante el almuerzo, Taylor y yo nos sentamos en un banco cerca del laboratorio. Compartimos un sándwich de pavo y algo de fruta mientras hablábamos de temas triviales: música, series y libros. Era un oasis de normalidad en medio de la tormenta del laboratorio. A pesar de la risa, no podía evitar que mi mente volviera a Saint James. Me preguntaba qué pensaría de mí realmente, si veía más allá de mis errores y mis torpezas. De vuelta en el laboratorio, un nuevo desafío me esperaba: una técnica avanzada de secuenciación de ADN que había practicado solo una vez. Saint James supervisaba de cerca, corrigiendo mis movimientos y explicando con precisión milimétrica cada paso. Cada vez que levantaba la vista y lo veía observándome, sentía una mezcla de miedo y admiración. Era como caminar en la cuerda floja: cualquier descuido podía ser fatal, pero el vértigo era intoxicante. —Tu rendimiento está mejorando —dijo Saint James en un momento—. Pero aún no es suficiente. Necesitas anticiparte a los errores, no solo reaccionar a ellos. Asentí, sintiendo la presión acumulada en mis hombros. Sabía que tenía que concentrarme, que cada segundo contaba, pero mi mente seguía atrapada en los recuerdos de la noche anterior. No podía dejar de pensar en cómo su intervención había cambiado el rumbo de mi velada y, de manera extraña, de mi percepción sobre él. Taylor, notando mi tensión, se acercó y me ofreció una sonrisa tranquilizadora. —Respira, Maya. No dejes que él te desestabilice —susurró. Su apoyo silencioso me permitió seguir, paso a paso, con cada procedimiento. Cada pipeta, cada centrifugado, cada muestra de ADN aislada era un recordatorio de que podía mantener el control sobre mi entorno y sobre mí misma, incluso bajo la vigilancia implacable de Saint James. Al final de la jornada, Saint James se acercó nuevamente. Esta vez, su expresión era menos severa, casi… neutral. —Has progresado, Srta. García —dijo—. Mantén este ritmo y podrías sorprenderme. No supe si sentir alivio o desconfianza. Tal vez era otra prueba, un juego mental que él disfrutaba. Pero, por primera vez, sentí que mis esfuerzos eran reconocidos de alguna manera, que estaba siendo notada no solo por mis errores, sino también por mi perseverancia. En casa, Taylor me esperaba con una cena improvisada y una sonrisa cálida. —Hoy sobreviviste otra vez —dijo mientras servía pasta y verduras—. ¿Quieres hablar de él o simplemente ignorarlo? Me dejé caer en el sofá, agotada pero con una sensación de triunfo silencioso. —Un poco de ignorarlo y un poco de hablarlo —respondí, aceptando su compañía como el refugio que necesitaba. Caminamos juntos por el pequeño jardín de mi apartamento, y por primera vez sentí que, aunque el laboratorio era un campo de batalla, no estaba sola. Tenía a Taylor a mi lado, mis propias habilidades y una determinación que Saint James no podía quebrar. Y aunque aún no entendía del todo mis sentimientos hacia él, aprendí que podía coexistir con ellos sin permitir que me definieran. Esa noche me acosté con la sensación extraña de que algo estaba cambiando. Saint James no era solo un enemigo, no completamente. Había momentos en que parecía… humano, vulnerable incluso. Y yo debía aprender a navegar esa línea delgada entre el respeto, la admiración y el miedo, mientras continuaba persiguiendo mi sueño. Porque a pesar de todo, una cosa era segura: no dejaría que nadie, ni siquiera Saint James, me robara mi pasión por la ciencia.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD