Mi amigo y abogado, Rod Laver, me llamó a las 7:30 a. m. MST para decirme que tenía malas noticias. Siempre empezaba así sus conversaciones, así que le pregunté qué patente le habían rechazado.
—Incluso yo lo siento, pero es mucho peor. Recibí una llamada del Departamento de Policía de Waterville. Tus padres y tu hermana murieron al intentar cruzar las vías del tren delante de un tren que se aproximaba.
—Iban a toda velocidad camino al hospital para revisar la lesión de Julius. Se lastimó durante un partido de fútbol con sus amigos. Murió camino al hospital. Lamento mucho su pérdida.
—Rod, no he visto ni hablado con la mayoría en casi diez años. Ya sabes toda la historia. Nunca imaginé perderlos a todos a la vez. No voy a ir por ahí. Será duro verlos alineados como fichas de dominó, sobre todo a mi hermana. De todas formas, no tiene sentido ir por ahí. Ya no están todos. Contacta con un abogado en Waterville y entiérralos juntos. Que él liquide la herencia y done el dinero a una organización benéfica local para mujeres a nombre de Divines. Éramos muy unidos.
—Incluso tú tienes que ir a Waterville. Tienes que traer a tu sobrina contigo. Eres su padrino y tutor legal. Eres la única familia que le queda. Tiene 18 años y eres responsable de ella hasta que cumpla los 21.
—¡DEBE HABER UN ERROR! Sabes que no puedo tratar con mujeres. Me escondo cuando vienen las amas de casa a limpiar. ¿Qué se supone que haga con una chica de 18 años? Se suponía que debía ir con su hermana.
—Al parecer, tu hermana logró cambiar de opinión y te nombró su tutor. Quizás no sea tan malo, porque según su expediente, es casi tan inteligente como tú. Su coeficiente intelectual es de 183. Sin embargo, sus calificaciones escolares no demuestran esa capacidad. Es una estudiante con un promedio de C o inferior. Es posible que puedan ayudarse mutuamente.
—No intentes complacerme, Rod. Mándala a un internado los próximos dos años. Yo pagaré todos los gastos y me aseguraré de que tenga suficiente dinero para el resto de su vida. No puede vivir en esta casa conmigo. Es una mujer, y no sé cómo tratar con mujeres.
—Sabías cómo tratar con Tammy Hopkins.
—Rod, ella tenía 7 años, y cuando le di una tarjeta de San Valentín, me dio una bofetada.
—Si hubieras sabido escribir bien en aquella época, habrías sido el rey de la clase. ¿Recuerdas lo que le escribiste en su tarjeta de San Valentín? «Tammy, eres un encanto». Todas las chicas de la clase te habrían dado una bofetada. Si hubieras puesto una «S» en lugar de esa «F» en esa tarjeta, quizá te habría besado.
—Rod, no puedes recordar presentar mis impuestos a tiempo, pero puedes recordar una historia de hace 26 años.
—Siempre solicito una prórroga para tus impuestos. Nunca te ha auditado Hacienda ni te han multado. Alquilaré un avión privado para llevarte a Maine mañana por la mañana. ¿Quieres que envíe a alguien a empacar tu ropa o vas a acordarte de empacar la ropa interior?
—Sé amable con tu único cliente, Rod, o terminarás siendo un perseguidor de ambulancias por el resto de tu vida".
—Siempre quise comprarme unas Air Jordan caras. Esto por fin me dará una excusa para incluirlas en mi presupuesto de empresa. ¿Quieres que te acompañe?
—Será mejor que estés en ese avión conmigo. Necesito a alguien que pueda hablar con Delicious.
—¿Quién carajo es Delicious?
—Es mi sobrina. La chica de 18 años con un coeficiente intelectual de 183; con la que quieres que viva los próximos dos años. Encuéntrame un internado en Denver; sé que no hay ninguno aquí en Idaho Springs.
—Tengo una idea, Even; y no me grites hasta que termine de decir lo que pienso. ¿Por qué no la educas en casa? Al parecer, no se lleva bien con la gente. Me recuerda a su tío, que no se lleva bien con las mujeres ni con los hombres sin formación científica. Puede tomar sus cursos en línea y hablar con el hombre de la casa sobre cualquier problema que tenga. Ya puedes gritarme.
No le grité a mi amigo; en lugar de eso, le pegué un portazo. Creo que entendió mi respuesta.
A las 12 del mediodía, su secretaria me llamó y me dijo que estuviera en el aeropuerto de Denver a las 8 de la mañana para nuestro vuelo al aeropuerto Robert La Fleur, en Waterville, Maine. Le pregunté qué aeropuerto de Denver era, y me respondió: —El antiguo.
Detesto madrugar, porque mi mejor trabajo empieza tarde por la noche y trabajo hasta altas horas de la madrugada. Si algo he aprendido viviendo a 3.350 metros sobre el nivel del mar, es que la humedad de las carreteras se congela rápidamente. El hielo n***o en las carreteras negras provoca muchos accidentes mortales, sobre todo cuando se conduce cuesta abajo hacia la ciudad de las alturas: Denver, Colorado.
Llamé a un servicio de coche (sí, Idaho Springs tiene un servicio de coche) y les pedí que me recogieran lo antes posible y me llevaran al hotel más cercano al antiguo aeropuerto internacional de Denver.
Una hora después, una GMC Yukon se detuvo en mi puerta perimetral. Introduje el código de seguridad, lo que hizo bajar los postes de hormigón y abrir las puertas para dejarlo entrar a mi complejo. Tiré mi bolso en el asiento trasero y me acomodé. Desde mi casa, justo al oeste de Idaho Springs, hasta el hotel del aeropuerto había poco más de 145 kilómetros. Durante la mayor parte del trayecto, el conductor apenas tuvo que pisar el acelerador, debido a las pronunciadas cuestas a través del accidentado terreno montañoso, e íbamos a más de 96 kilómetros por hora por la Interestatal 70. Si alguna vez tienen la oportunidad de pasar por aquí, procuren no perder de vista la carretera, porque el paisaje desde aquí es magnífico, y las barandillas no les impedirán conducir por la ladera de la montaña.
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Una vez instalado en mi habitación, saqué el último tomo sobre "Implantación Microdigital de Diagnósticos Subcelulares y Mejora de la Memoria Funcional", escrito por mi amigo y colega del MIT, Suh Andrehardra. De las 1300 páginas que leí hasta el momento, le envié cuatro correos electrónicos, informándole que había encontrado ocho errores de cálculo en su trabajo. No mencioné cuáles eran, por temor a que un hacker los detectara y los vendiera a otro científico que investigaba en el mismo campo. Los envié por correo a su dirección en el Instituto Scripps en Júpiter, Florida, en un sobre blanco sin remitente.
No estaba, ni está, muy descontento conmigo. Llevamos tres meses teniendo una conversación poco cordial sobre estos hechos y cifras. Se niega a creer que está equivocado, mientras que yo me río sabiendo que tengo razón. Apostamos un dólar al resultado de su próximo examen, que se realizará dentro de cuatro meses.
En el MIT, nuestros colegas apostaron a quién de nosotros podría exprimir un centavo con más fuerza. Resultó ser un empate, y el profesor Gilchrest ganó. Recibió 18 dólares por su esfuerzo, porque todos en nuestra clase de Microbiología apostaron 1 dólar cada uno. En aquel entonces, todos éramos estudiantes pobres y teníamos que aprovechar cada centavo.
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Despegamos a las 8:15 a. m. MST y aterrizamos en Waterville a las 2:55 p. m. EST. Descansé y dormí durante todo el viaje por el continente, aunque Rod no se calló ni un segundo desde el despegue hasta el aterrizaje. Es un don que aprendí mientras asistía a aburridas conferencias y seminarios. No había nadie en el aeropuerto para recibirnos, aunque no esperaba que hubiera nadie.
Rod nos llevó directamente a la funeraria, usando el GPS instalado en el vehículo. Fue peor de lo que pensaba. Había tres ataúdes cerrados y uno abierto que contenía el cuerpo de mi cuñado, Julius Mark. Sentada en la última fila estaba una adolescente, con una anciana intentando consolarla. La joven vestía de forma inapropiada para la ocasión. Llevaba una minifalda que apenas cubría sus prendas esenciales. Su blusa transparente dejaba ver sus pechos jóvenes. Me horroricé.
Rod susurró: —Esto es lo que yo llamo delicioso.
Me giré rápidamente y dije: —¿Esa es mi sobrina?
Mi amigo sonrió y asintió con la cabeza.