2. Una mosca en un mundo de gigantes

1956 Words
La luz del sol que entraba sin piedad por la ventana lo despertó de su sueño. Se pasó la mano derecha por la cara mientras que con la otra buscaba torpemente el celular bajo la almohada. Al encontrarlo y mirar la hora, salió de golpe de entre las suaves sábanas de snoopy. Faltaban cinco para las ocho y él tenía clases a las ocho, lo que en conclusión le dejaba cinco minutos para desayunar, arreglarse y llegar a la universidad. Se duchó tan rápido como pudo y se colocó lo primero que encontró en el closet. Unos jeans color verde, ya bastante desgastados y un sueter n***o que había visto mejores días. Su madre lo esperaba con el desayuno en la mesa, pero con un largo camino por delante y poco tiempo para llegar, le dedicó una triste mirada al plato de tortitas con queso y jamón, le dio un beso en la mejilla a su mamá y salió sin desayunar y con mucho afán. Al llegar a la universidad, encontró que su clase ya había empezado; la puerta del enorme salón estaba cerrada con llave y sabía que el profesor se molestaría mucho si este interrumpiera. Daniel estaba cursando primer semestre en Filosofía, una carrera que escogió muy en contra de lo que su madre esperaba de él, no porque ella desaprobara la filosofía, sino más bien porque no le veía un futuro lucrativo, algo con lo que Daniel pudiera generar ingresos y llevar una buena vida. No es que estuviera equivocado, ni él mismo sabía muy bien porqué había escogido la carrera, sus amigos pensaban que se inclinaría por el diseño o quizás algo audiovisual, pero ahí estaba él, preguntando los misterios de la vida y el universo. Decidió esperar a que la clase acabara sentado en unas sillas al final del pasillo, sacó un cuaderno y se puso a dibujar. Sobre él, una ventana con un vitral en lo alto del techo dejaba filtrar unos rayos tenues de luz a la vez que las sombras de las ramas de los árboles, garabateaban en el piso. La manera en que se movían las sombras lo estremeció, le recordó la noche anterior y esa extraña criatura, sabía que no había sido un sueño, también sabía que nadie le creería si decidía contarlo. La puerta de otro salón se cerró de golpe e hizo que Daniel levantara la mirada y al volver a bajarla sus ojos quedaron clavados en lo que dibujaba , la dopresa lo golpeó como un vendaval. Un boceto del rostro de aquella mujer que lo había atemorizado hasta los huesos. Cada línea capturó a la perfección las expresiones de ella, la curva de su sonrisa, su cabello salvaje y sus ojos, llenos de misterios. Cerró el cuaderno con algo de resignación guardándolo en su bolso, notó que la clase estaba por terminar, así que se colocó de pie y caminó lentamente hasta el salón donde la puerta ya se había abierto y los alumnos salían en manada. El silencio que reinaba se volvió ahora una masa de murmullos y risas. Daniel se abrió paso con torpeza y llegó hasta el salón donde el profesor aún recogía sus cosas. —¡Profesor Antequera! —exclamó Daniel —. Siento mucho haber llegado tarde, no volve… —Querrá decir no haber asistido —lo interrumpió la cruda voz de aquel hombre corpulento que no se dignaba a mirarlo. —Bueno, por eso, lo siento. Podría hacer algo para recuperar la nota de hoy —continuó diciendo Daniel. El profesor terminó de guardar todo en su maletín de mano, se irguió y se disponía a irse cuando después de avanzar unos pasos, volvió la mirada al joven con el ceño fruncido y la frente en alto. —Quince páginas, ensayo crítico argumentativo, antropología filosófica, investigue y escoja el subtema, le doy esa libertad. —terminó de hablar y salió del lugar antes de que Daniel pudiera siquiera objetar las quince largas páginas que le esperaban. Resignado salió del salón, miró el reloj, la mañana ya se había ido rápidamente, faltaban unas dos o tres horas para encontrarse con la criatura en la biblioteca, ella había dicho atardecer, no podía decir solo las 4 o las 3. Sus pensamientos fueron interrumpidos por su estómago que daba fuertes retorcijones en señal de no haber ingerido alimento en todo el día. Decidió comer algo primero e ir más temprano a la biblioteca, al fin y al cabo, tenía bastante que investigar. Después de devorar casi sin masticar un café granizado con cuatro roscones, sintió la energía suficiente para ir a la biblioteca. Caminó unas cuantas cuadras y vio el edificio de piedra alzarse a unos metros de él. Era de las representaciones arquitectónicas más lindas de la ciudad. Tenía un aspecto gótico, que hacía contraste con el resto de la localidad. Ilustraciones talladas en la piedra, sus altas ventanas curvas, las rejillas color cobre y una que otra estatua y gárgola a lo alto del edificio. Era hermoso y místico, “un buen lugar para ver a esa criatura”, pensó Daniel .Entró por sus enormes puertas y se dejó envolver por la atmósfera silenciosa característica del lugar. Le encantaba estar ahí, sentía que era invisible, nadie lo detallaba, ni lo miraba dos veces, o lo juzgaba por su vestimenta, todos dentro del enorme edificio de piedra se concentraban en sus propios asuntos. Deambulo por los pasillos, recolectando una gran cantidad de libros, y por último se dejó caer en una silla de la sala de trabajo grupal, abrió unos cuantos tomos y se dispuso a empezar. El profesor Antequera le había dejado un trabajo que le llevaría al menos unas cuantas horas, sabía que no debía distraerse, pero ¿y ella? ¿ Y si la mujer aparecía? apartó el pensamiento de su mente, “un problema a la vez”. Pasado unos minutos, notó una sombra enfrente de él. Levantó la vista y mirándolo con una feroz sonrisa, la mujer de abrigo color crema, cabellos cafés y tez blanca lo contemplaba. —Llegas temprano Daniel —Si, aunque no he venido precisamente a....—la mujer lo interrumpió abriendo una silla para sentarse. Daniel sintió que era inútil terminar de hablar, y cerró los libros. —¿Ese es tu aspecto humano habitual? —preguntó, sorprendiéndome el mismo por el tono que empleó. Ella lo miró con curiosidad, la diversión bailando salvaje en sus ojos. —Si, aunque poseo la habilidad de tomar la forma que guste. Dicho esto, pasó de lucir como una joven a un hombre alto, fornido y con una larga barba pelirroja. Daniel no pudo evitar acomodarse en la silla y mirar desesperadamente a sus alrededores para ver si alguien había percibido algo extraño, pero se dio cuenta que en la sala solo había una pareja más a parte de ellos, y estaban muy ocupados el uno con el otro, para fijarse nada más. —¿Prefieres así? —dijo el hombre con una profunda voz, mientras jugaba con la espesa barba. Daniel gagueo tratando de emitir las palabras, pero estas no acudieron a él. —O ¿así?, —ahora lucía el cuerpo de una modelo negra que él había observado varias veces en unos anuncios de cerveza en la parada del bus, iba apenas tapada por un vestido transparente, sus cabellos rizados caían sobre los hombros. —Vuelve a algo más normal, menos llamativo —Suplicó. —Listo. ves, nada especial —le murmuró la mujer guiñandole un ojo —. Ahora si empecemos a… —¡Daniel! —una voz que era casi un chillido interrumpió a la mujer. Hacia ellos iba acercándose una chica que aparentaba la misma edad de Daniel, de cabello n***o, piel trigueña y el cuerpo como una guitarra —. No te he visto hoy en clase, pensé que estabas enfermo o algo — hizo una pausa y miró a la joven que estaba con Daniel —. Lo siento ¿interrumpo algo? —Sí —contestó secamente la joven de cabellos cafés al mismo tiempo que Daniel decía que no. Con el pánico amenazando con apoderarse de él, Daniel se levantó de la silla, trató de desviar la mirada que su amiga le lanzaba a su acompañante. Lo último que necesitaba era que se percatara de algo fuera de lo normal. —Es una prima —mintió nervioso —, ha venido desde lejos y estoy enseñándole un poco el lugar. —Entiendo —respondió la chica—. Búscame cuando te desocupes, podemos hacer los trabajos de antropología juntos. —Claro —exclamó él, casi dichoso de que ella se fuese. Daniel volvió a sentarse, dejando escapar un suspiro de alivio, era una situación que realmente no sabría cómo explicar, si ella hubiese notado algo extraño en la mujer que estaba con él sería definitivamente algo de locos. Amanda era muy linda, pero bastante escandalosa. —Ella es — comenzó a decir, pero la mujer lo interrumpió. —Amanda, tiene 19 años, cursa las mismas materias que tú, es superficial, interesada y morirá joven a causa de una sobredosis… Probablemente. Daniel la miró atónito intentando organizar ideas para saber qué preguntar primero. ¿Amanda era una interesada?, Si, era cierto que solo lo buscaba para hacer trabajos, de los cuales él realizaba la gran parte, pero… la idea pareció perder importancia ¡morirá joven! ¿Cómo podría saber eso? —¿Puedes saber cuándo alguien morirá? ¿cómo?—dejó escapar al fin, con un evidente tono de consternación y asombro. —Cuando estoy en contacto con alguien o algo, puedo percibir retazos de su vida en cuestión de segundos. Su pasado, su presente, y su futuro. Este último, no siempre es exacto, puede cambiar, porque lo que veo son percepciones, ideas, fragmentos de lo que es la esencia de cada persona. Todo a través de los ojos. Bien dicen ustedes que son la ventana al alma. —hizo una pausa y miró el rostro de asombro y horror del joven, dejó escapar una sonrisa y continuó— ¿Te gustaría saber cuándo morirás Daniel? Daniel casi se cae de la silla al intentar acomodarse, la sola pregunta lo aterraba. La muerte no es algo en lo que él acostumbrarse a pensar mucho, irónico para alguien en su carrera; era consciente de ella, pero siempre trataba de desviarla de sus pensamientos, la mantenía como algo distante, algo que aún no debía llegar. Él nunca había tenido un encuentro cercano con la muerte; su padre, si bien nunca lo había visto, se marchó antes de que él naciera, no sabía si estaba vivo o muerto. Y nunca había tenido que pasar por la muerte de algún familiar cercano, ya que todo lo que él tenía era a su madre. Pudo sentir como se le erizaban los vellos de la nuca al recordar las palabras de la mujer que tenía enfrente “morirá joven, de una sobredosis”. Joven, se supone que los jóvenes no mueran, es decir, no es natural. Le aterraba la sola idea que él también pudiese morir joven, porque eso destruiría a su madre. —¡No! —dijo en un tono que hizo girar a la pareja que compartía la sala con ellos— los miró de reojo y se disculpó. Luego miró nuevamente a la mujer y continuó. —No quiero saber, gracias. Más bien dime, ¿cómo un simple humano como yo puede ayudarte a detener lo que sea que se supone que vaya a pasar? al parecer eres bastante poderosa y yo soy más que ordinario. El más ordinario de todos los humanos. Insignificante. Una mosca en un mundo de dinosaurios, ese soy yo.
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