CAPÍTULO 1.
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El viaje a casa fue silencioso e incómodo.
Mis padres no me dirigieron la palabra. Mi cabeza estaba apoyada en el cristal del auto, mientras dibujaba garabatos con mis dedos en el vidrio empañado.
Sentía que mi padre me observaba por el espejo retrovisor y mi madre tenía las cejas casi unidas por su enfado. Vivía en Oregon con mi familia, un lugar lleno de secretos y lugares misteriosos por descubrir. Pero era una lástima que yo a esos lugares no los descubriera.
Nunca me dejaban salir de casa.
La mayor parte del tiempo me la pasaba castigada, mi comportamiento era malo. Muy malo.
Nunca obedecía a mis padres y no porque no quisiera hacerlo sino, porque me dejaba llevar por un instinto que no conocía.
La mayoría de las veces peleaba con mi hermano mayor Jamie. No nos llevábamos bien, siempre había un motivo de guerra entre los dos.
Una vez me había enojado tanto con él que le arrojé el jarrón favorito de mamá, y de milagro no había muerto. Eso fue cuándo tenía unos diez años de edad, siempre se metía con mis Barbies, y no era bonito que se metiera con mis muñecas. Para mí, eran sagradas en esos tiempos.
Él, en ese entonces era tres años mayor. Frente a sus amigos quiso ser rebelde y le arrancó salvajemente la cabeza a mi muñeca favorita. Como resultado de mi enojo, le arrojé lo primero que tuve a mi alcance y sin pensarlo, se lo estrellé contra su cabeza. Estuvo tres días en el hospital ... y yo me quedé sin Barbie y sin televisión por un mes a causa del castigo. Eso es uno de los ejemplos de las peleas con mi hermano, pero fue muy leve a comparación de otras "guerras".
¿Cuál es el motivo entonces de mi expulsión?
Blis, era una de las tantas idiotas presumidas del colegio que siempre vivía molestando con insultos horribles. Solía meterse muchísimo con mi color rubio de mi cabello.
Sí soy rubia, bueno, era rubia hasta hace una semana. Cambie mi pelo natural por un rojo fuego llamativo. Ella era de pelo castaño y corto, que le llegaba sólo hasta los hombros, un cuerpo delgado, pero no mucho.
La primera llamada de atención la recibí cuando ella y yo nos empezamos a golpear como luchadores en plena clase de álgebra. El profesor se había retirado del salón por unos minutos y Blis había aprovechado ese momento justo para humillarme con un nuevo insulto como, " Dicen que las pelirrojas son mayormente las más imbéciles del continente ".
La odié por el simple hecho de querer molestarme con esas palabras sin sentido. Ella intentaba humillarme una vez más.
Toda la clase se echó a reír y esa fue la gota que desbordó el vaso. Me levanté de mi asiento de un salto y me dirigí hasta su butaca y con mucha impotencia le pegué una bofetada tan fuerte que pensé que su cuello daría una vuelta completa desnucándola. Todos se mantuvieron en silencio y asombrados por mi reacción, hasta yo misma, porque sólo reaccionaba de manera violenta con mi hermano.
Blis, reaccionando, se había levantado de su silla y en un abrir y cerrar de ojos me había jalado el pelo tan fuerte que se sentí como vertiginosamente mi cabeza tocaba el frío suelo del colegio. Comenzó a dar golpes con su puño cerrado contra mi rostro y yo había tratado de defenderme como sea, pero por una extraña razón, ella era más fuerte.
Las lágrimas me quemaban en ese momento y se escuchaban los gritos de aliento de todos los de mi curso. Lo único que se me ocurrió fue tantear con mi mano libre sobre su butaca y clavarle lo que llegué a agarrar en la parte derecha de su cintura. Rápidamente me había soltado y comenzó a gritar como una loca mientras pequeñas manchas de sangre iban expandiéndose por su uniforme blanco alrededor de la pluma incrustada. El profesor había llegado justo para ver ese espectáculo asombroso ¿Y saben quién tuvo la culpa de todo y recibió una amonestación por violencia contra un estudiante? Sí señores, esa fui yo.
Pero tengo que admitir que la amonestación que había recibido hoy, me la tenía merecida.
Blis se encontraba en el vestidor mientras nos colocábamos el uniforme de clases de deporte. Las chicas de mi clase ya se habian cambiado rápidamente y se marcharon al campo. Eso significa que ella y yo nos encontrábamos solas.
Yo había llegado tarde esa mañana, ese era el motivo por el cual estaba atrasada con mi vestuario. Pero Blis siempre tenía esa costumbre de tardarse una eternidad porque se maquillaba de una manera tan estúpida para llamar la atención de los mariscales de campo que se encontraban al otro lado de la valla. Ella no paraba de mirarme de una manera odiosa. Como si buscara un nuevo insulto para atormentarme.
—Te ves fatal—fue lo que dijo, para romper el silencio tan hermoso que se encontraba entre las dos.
—¿Y qué? —respondí.
—Ningún chico se fijará en ti mientras sigas así.
Saqué mis zapatillas deportivas de mi casillero y me concentré en no llevar mi puño a su cara. Ella sólo seguía pasándose rubor por las mejillas. No tenía intenciones de llamar la atención de nadie.
—Me alegra mucho que te preocupes con quién me acuesto y con quién no, Blis. Y también me alegra que explores las maravillas de ser el centro de atención. Te centras solo en eso, y no me molesta lo que hagas con tu cuerpo, eres libre. Sólo te pido que dejes de molestarme porque eres muy consiente de que puedo darte un puñetazo sin remordimiento.
Blis se quedó sin palabras y arrojó su rubor portátil al suelo, provocando un pequeño sonido de cristales rotos por su espejo que se hallaba en su interior.
Su rostro se volvió algo rojizo por la furia. Con pasos rápidos quiso abalanzarse sobre mí, como un tigre queriendo a****r a su presa. Puse la palma de mi mano frente a ella como signo de que se detuviera, pero lo que paso fue casi inexplicable. Ella se echó hacia atrás como si una avalancha de hombres rudos la hubiesen empujado, y su espalda se estrelló contra los casilleros de los cambiadores, se escuchó un golpe seco que me hizo entrar en pánico. Cayó al suelo bruscamente con su rostro perdido.
Pestañeó un par de segundos hasta que entró en razón lo que había hecho.
—Eres un monstruo— ella logró decir con voz temblorosa.
Esas tres palabras me hicieron sentir como si me hubieran dado una paliza en el estómago.
La fulminé con la mirada. Otra vez había llevado mi mano de la misma forma que la había puesto cuando ella se estrelló contra los casilleros. Pero esta vez la cerré lentamente transformándola en un puño , con mis ojos puestos en su garganta. Ella se agarró del cuello con sus manos y sus ojos parecían que iban a salir disparados en cualquier momento. Con arañazos se rasguñaba la nuca y su boca era una completa O.
Estaba impidiendo que respirara.
—No volverás a molestarme Blis ... nunca más. — fue lo único que dije con malicia, y bajé mi mano para que volviera a respirar.
Si fuera por mí, no la hubiera soltado, pero no quería ir al reformatorio.
Ella respiró y exhaló con exageración acostándose en el suelo en busca de aire. Me coloqué mis zapatillas y le eché un breve vistazo por última vez. La ignoré como sí me encontrara sola en el lugar, hasta que la entrenadora entró con agilidad para ver por qué tardábamos tanto. Corrió hacia ella preguntándome con un susto de muerte qué había pasado.
Yo simplemente le dije que ella me había molestado.
Blis se encontraba aún en el suelo llorando como si les desgarraran el alma. Esto trajo muchas consecuencias. Mis padres se iban a enfadar, pero lo único que me importó era que ella tuviera el peor trauma de su vida.
Nadie le iba a creer, absolutamente nadie. Yo quedaría como la más fuerte ahora. Dirían que le di su merecido y rendiría honor a las chicas que alguna vez fueron humilladas por ella. Sólo eso me importaba.
Después de dos horas, me encontraba en la sala de espera sentada en el horroroso sofá color verde vomito, mientras escuchaba al director ladrar.
—Realmente nos has decepcionado Alia ¿Por qué simplemente no nos dijiste que aquella niña te molestaba? —dijo mi madre, volviéndose hacia a mí en el asiento del auto.
Cómo te odio Blis, lograste que mis padres ahora me regañen por ti.
—Mamá te lo he dicho más de una vez, y me cansé de que me ignoraras siempre. Sólo me defendí—le respondí, volviendo a mirar por la ventanilla para ignorarla.
Mi madre trabajaba como vendedora de casas en plena ciudad donde vivíamos, casi nunca estaba con nosotros, al igual que mi padre. Él era contador en el banco de la ciudad. Por lo que nosotros económicamente pertenecíamos a la clase media-alta.
—No Alia, nunca nos has dicho nada—agregó mi padre.
—¿Alguna vez les he mentido?
Cruzaron miradas entre ellos apretando sus labios como si estuviesen pensando una situación en que lo había hecho.
—Bueno...en realidad...—ella no supo que decir.
—¡Ja! Cuando me mando algunas de las mías, lo confieso ¿No ven? ¿Acaso he negado lo sucedido?¡Esa bruja se merecía que le dieran una lección y yo le hice un favor al mundo!
Mi madre puso los ojos en blanco y volvió a mirar al frente sin más nada que decirme.
—¡Pero no puedes reaccionar así Alia, nosotros no te hemos criado de esa manera! Has quedado como una pandillera—protestó mi padre, dándole un manotazo al volante.
—A la mierda la gente.
—¡Alia! —me regañaron los dos al unisonó.
—Pasarás unos meses con tu tía Megumi, ya hemos arreglado con ella, mañana prepararas tus maletas y el domingo tu padre te llevará hasta el aeropuerto—me informó mi madre.
—¡Pero mamá no quiero estar allí con ella!¡Le huelen los pies!
Mi padre ahogó una risa y ella le puso mala cara ante su comportamiento tan infantil.
—Ella te recibirá en la estación de trenes de Newport—continuó diciendo, sin darle importancia a mi queja.
—¿Qué demonios voy hacer yo ahí? ¿Esa es una manera de castigarme? Esperen un minuto... ¡Me castigan mandándome con Megumi! —otra vez reproché.
Ella me miraba con la mejor cara de enojo de los siglos, pero no me intimidaba en absoluto.
Megumi era la hermana mayor de mi madre. Las dos son algo parecidas, sólo que mi tía tiene el cabello completamente n***o y mi mamá una preciosa melena rubia. Megumi era de estatura baja y Melisa (mi madre) es alta. Físicamente eran distintas, pero en personalidad no variaban mucho. No la veía a ella desde el día de Acción de Gracias pasadas, donde sólo me había regalado una toalla de color morada. ¿Qué tenía de malo una toalla? Tenía en letras diminutas en su esquina, el nombre de un hotel muy conocido. Su comportamiento conmigo siempre era agradable y amable, pero tenía la sensación de que eso cambiaría cuando llegara a su casa me carcomía la cabeza.
—Ella es bastante exigente y créeme da miedo—dijo mi padre, con expresión desagradable.
—¡Park, no hables así de mi hermana! —gruñó ella y volvió a posar su atención en mí—. Cariño esto es por ti, de verdad. Tu padre y yo hemos hablado con los padres de Blis y decidieron no levantar cargos. Fue puro milagro.
—Todo muy bonito mamá, pero... ¿Pueden decirme que conseguirán que yo me vaya con Megumi? Es como si se estuvieran deshaciendo de mi ¿Acaso no me quieren? —puse la mejor cara de lastima mezclada con el rostro de un perro herido.
—Elimina esa idea jovencita, esta vez no conseguirás nada poniendo esa cara. Iras con ella para ayudarla con sus problemas domésticos y atenderás su panadería. Claro, incluyendo que cocinaras y aprenderás a mantener tus manos ocupadas, en vez de golpear a tus compañeros de clase—argumentó.
¿Mantener mis manos ocupadas? Esa tarea ya estaba hecha, haciendo volar cosas y explotar vidrios o cualquier cosa que se me ocurriera.
—¿Acaso no está Charlie para ayudarla con ello? —pregunté.
Charlie era el hijo de mi tía. Tenía aproximadamente la edad de Jamie y era mucho mas holgazán que mi hermano.
—Él trabaja también. No me preguntes a qué se dedica ya que no estoy muy bien informada. Pero creo que también trabaja en lo mismo con su padre—respondió mi madre ya agotada de escucharme.
Mi padre aparcó el automóvil en el garaje y cuando lo detuvo, fui la primera en bajarme. Cerré la puerta con un fuerte portazo, pensando que quizás la había hecho giratoria. Me paré en seco y me volví para mirarlos, ellos apenas estaban bajando del auto.
—¿Y el tío Melber no puede ayudarla? —insistí, para hacer lo posible para que ese viaje no se realizara.
Y para que mis padres buscaran otra escuela y se terminara el asunto. No comprendía por qué no hacían algo tan fácil como eso.
—Están divorciados Alia ¡Ya basta! Irás con ella por unos meses hasta que termines este año de secundaria y luego, si conseguimos para el año entrante una nueva suscripción a otro instituto, te traeremos devuelta a casa—dijo mi padre, con el rostro ya harto de mis quejas.
Esa expresión significaba que ya no podía discutirle más.
Fui directo a mi habitación y saqué mi móvil de mis vaqueros. Vi que tenía cuatro llamadas perdidas de Peter y tres mensajes de él:
Alia dime por favor que no es cierto que te han echado.
¡Alia responde mis mensajes!
¡ALIA, MALDITA SEA! ¿TE GUSTA HACERME SUFRIR? FELICITACIONES PORQUE LO HAS CONSEGUIDO.
Exasperante y agotador. Esas eran las dos palabras que describían a mi mejor amigo. Sin hacerlo esperar más, decidí llamarlo. Al segundo tono, respondió.
—¡Alia, maldita sea! ¿Qué has hecho?
Tuve que alejar unos centímetros mi teléfono de la oreja, ya que gritar para Peter era normal.
—Primero cálmate ¿sí? y segundo, me han echado—me senté en mi cama y me dejé caer lentamente hacia atrás.
—Eso ya lo sé. Toda la escuela no para de hablar de eso—habría jurado que había rodado los ojos—Blis no asistió a la escuela después de la clase de deportes y algunos dicen que ni siquiera responde su teléfono. Los rumores aquí son como flash; Demasiado rápido para mi gusto. Varios chicos dijeron que le diste una golpiza de muerte. Otros que has ido lentamente hacia ella y le partiste uno de los bates en la nuca. Bueno ya sabes, cosas como esas.
—Lo del bate no era una mala idea-confesé, mientras me consumía en un ataque de risa.
—Ya basta de risas Alia y cuéntame lo que pasó—Peter contenía su humor.
No podía contarle la verdad, ya que me trataría de loca y mentirosa.
¿Cómo podría decirle que por arte de magia o algo sobrenatural había arrojado a Blis contra los casilleros y asfixiado sin tener contacto físico? Así que simplemente le dije:
—Me insultó. Yo la insulté y luego terminamos a los golpes por ese motivo. Fin. —traté de sonar como si no me importara para que mi pequeña mentira sonara real.
—¿Tuviste tanta fuerza para estrangularla con tus manitas pequeña sin que ella tratara de defenderse? —preguntó, incrédulo.
—Emm... —piensa Alia, piensa—Sí, claro que sí… porque la ataqué desprevenida—más que una confirmación sonaba a una pregunta.
—Tengo que irme, tengo que ir a la clase de química. Te quiero y por favor ya basta de problemas ¿bien? Luego pasaré por tu casa para, que, aunque sea, me lo cuentes con detalles.
—Bien. Te quiero—suspiré, y colgué.
Tendría que esperar para contarle que me marchaba al otro lado del estado, se pondría hecho una furia cuando le diga la noticia. Cerré los ojos un instante para tratar de ordenar el lío de mi cabeza. No sabía por dónde empezar. No estaba de acuerdo con irme a vivir por un tiempo con Megumi, pero, por otra parte, podría decir que comenzaría de nuevo allí y esta vez trataría de no ocasionar problemas o no provocar incendios con mis manos.
La puerta se abrió muy despacio y Jamie asomó su cabeza esperando que le permitiera entrar. Asentí e ingresó, cerrando la puerta detrás de él.
—Esta vez te has ido a la mierda, Alia—bufó.
Se sentó en la silla de mi escritorio jugando con una pequeña bola de béisbol en sus manos, sus ojos azules se posaron en mí, como signo de preocupación.
—Ya tuve suficiente por hoy, así que márchate de mi habitación y no me molestes—cubrí mi rostro con mi almohada y le señalé la puerta para que se vaya.
Pero no lo hizo.
—No puedo creer que hayas golpeado a mi novia de esa manera.
En cuanto lo escuché, me puse en estado de alerta cuando dijo la palabra Novia.
Me levanté de un salto y lo miré sin comprender a qué se refería.
—¿Qué?
—Estoy saliendo con Blis. —desvió la mirada hacia la ventana como si le costara decírmelo.
—Ya déjate de bromas, Jamie. —la comisura de mis labios se elevó un poco para que él me viera y se riera de la broma que estaba haciendo.
Pero tampoco lo hizo. Sólo se quedó en silencio mirando hacia la ventana, y con furia le lancé mi almohada.
—¡Largo! —grité.
—No exageres, Alia. —hizo un movimiento de cabeza y me lanzó la almohada otra vez.
—¿Exagerar?¡La odiábamos juntos! —tenía muchas ganas de llorar, pero, no dejaría escapar ninguna lágrima. Me sentía traicionada y algo estúpida.
—Pues, he cambiado de idea y no lo es... ella es linda, educada y...
—¡Cállate!¡Sólo vete! —grité, aún más fuerte.
Él se levantó del asiento de mala gana. Me lanzó la bola haciendo que ésta golpeara mi cabeza y cerró la puerta de un portazo.
Me había quedado boquiabierta y no podía dejar de observar la puerta.
Jamie era tres años mayor que Blis ¿Acaso no se sentía culpable? No me extrañaba. Mi hermano iba a tener los cuernos más grandes del mundo, de eso estaba segura. Este era el peor día de mi vida.
Me lancé sobre la cama tan fuerte que pensé que se había partido en dos. Otra vez volví a cerrar los ojos tratando de buscar la paz y tranquilidad que necesitaba, pero no pude conseguirlo. Mis padres otra vez estaban discutiendo por mi culpa. Ya cansada de todo, me levanté de un salto y cogí mis auriculares de arriba del escritorio. Los conecté a mi teléfono mientras lo colocaba en mis oídos y la preciosa melodía de “Say Something” comenzó a escucharse a todo volumen.
Al día siguiente había metido todas mis pertenencias a mi maleta color salmón. No me costó tanto, sólo era meter y ordenar. Mi madre trató de ayudarme, pero no se lo permití, estaba muy encabronada con todos. Permanecí en mi habitación todo el día. Sólo bajé para almorzar en "familia", pero mi rostro estaba tan metido en mi plato que no fui capaz de decir nada. Si lo hacía, todo iba a estallar.
Peter se pasó por mi casa esa tarde y cuando le conté la noticia de Newport casi se echó a llorar con exageración.
Él era alto y de cabello algo rapado. Ojos cafés y una sonrisa que iluminaba su rostro de una manera maravillosa. Confiaba en él más que a nadie.
—¿¡Qué voy hacer sin ti!?—chilló, acostado en mi cama con la cara cubierta por una almohada.
—Tendrás que hacerte amigo de Blis. —bromeé.
—Ni que me pagaran. —protestó.
—Volveré. No te preocupes. —lo consolé.
—¿Cuándo? —preguntó, con entusiasmo.
—No lo sé, pero volveré. —lo abracé con todas mis fuerzas para calmar el dolor que tenía por dejarlo solo.
El domingo por la tarde subí mis cosas al coche de muy mala gana y lo único que quería hacer era subir y colocarme los auriculares para tratar de despejarme. Me costaba asimilar todo aquello, y aún no caía en la cuenta de que me iba a ir lejos...muy lejos.
—Cuídate cariño. Prometo llamarte cada día. Dale un saludo de mi parte a Megumi. Compórtate y no hagas que ella pierda la paciencia. —me despidió mi madre mientras me apretujaba las mejillas y conteniendo sus lágrimas.
No sé por qué se sentía triste, después de todo, era ella quien me mandaría a Newport.
Me atrajo contra su cuerpo y me dio un abrazo maternal que sé que extrañaría cuando me sintiera sola en la casa de Megumi. La abracé tan fuerte que hizo un pequeño quejido.
—Vamos niña, o se nos hará tarde—dijo mi padre, ya esperándome en el coche.
Mi madre me dio un suave beso en la mejilla y me despedí a lo lejos con un movimiento de mano. Pero ese movimiento provocó que la ventana que daba al patio delantero estallara haciéndose trisas. Mi madre se asustó tanto que pegó un pequeño grito, incluido con un saltito. Mi padre se puso en marcha y no se percató del vidrio roto.
Linda manera de decir adiós, se burló mi subconsciente.
Cuando llegamos al aeropuerto, mi padre me ayudó con el equipaje y de camino hasta la cabina de entrega de pasaporte me rodeó con su brazo mis hombros. Él tarareaba en un susurro la canción de “Let it be”.
Mientras aguardábamos en la fila esperando hasta que nos atendieran, me preguntó con la mirada al frente, sin ni siquiera mirarme:
—¿Cómo te sientes?
—¿Prefieres la mentira o la verdad?
—La que prefieras. —sonrió.
—Mal y confundida.
—Toda irá bien. Volverás a casa en un abrir y cerrar de ojos, cuando menos te des cuenta—me apretó el hombro dándome ánimos para que mi mala cara cambiara.
Desvié la vista para mirar hacia algún lugar que me distrajera. A lo lejos se veía un pequeño niño jugando con su muñeco de Superman, parado en una de las sillas de espera y su madre lo regañaba para que se quedara quieto en su asiento. El niño no le daba importancia y seguía haciendo volar con su mano al muñeco. La madre se enfadó tanto con el pequeño, que quiso pegarle en las manos para que se detuviera.
Con un débil movimiento de mi mano y diciendo la palabra "alto" en un susurro, la madre se quedó con la mano tendida en el aire intentando moverla. El niño la miró perplejo al igual que ella. La mujer intentaba mover la mano, pero no se lo permití. No iba a dejar que golpeara al pequeño. Él rompió en risas al ver a su madre de esa manera. La mujer se puso histérica y con la otra mano intentó bajar a la que estaba tendida.
Cuando me di cuenta, ya estábamos siendo atendidos por el chico de la cabina. Mi padre le dio el pasaporte y me miraba nervioso. Algo le ocurría. Fruncí el ceño y él negó con la cabeza diciendo en un murmuro todo está bien.
El chico le puso un sello y se lo entregó al instante. Luego fuimos caminando tranquilamente hacia los pasillos para que pudiera ingresar al avión. No les tenía miedo a las alturas. Hace cinco años atrás, habíamos viajado con mi familia en avión a Hawái para pasar las vacaciones de verano. Mi hermano fue el que tuvo que ser arrastrado hasta el avión, suplicando que por favor no lo llevaran. Pero mis padres ganaron y lo arrastraron de todas formas. En ese momento me sentía así.
Me estaban llevando a la fuerza para que subiera a ese avión y me alejaran de todo. Cómo si fuese un problema.
Pensar eso me rompía el corazón.
—Creo que ha llegado el momento de decir adiós Alia. —mi padre se puso frente a mí y me miró a los ojos con emoción.
Me dio un fuerte abrazo y tenía la sensación de que no quería soltarme.
—Llamaré cuando llegué—le prometí.
Me dio un beso en la coronilla de mi cabeza y me dejó marchar con mi maleta. Otra vez tenia ganas de echarme a llorar. Me volví para mirarlo entre la gente y allí estaba él, sonriéndome de oreja a oreja. Esta vez no saludé con mi mano, ya que tenia miedo de provocar una catástrofe.
Newport allá voy.
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