—Un verso de Robert Frost, algo demasiado poético. —hablaJulián acercándose a la mujer, sosteniendo la llama cerca de su rostro —eso no parece tu estilo pero me causa curiosidad ¿cuál poema?, dime Eleanor "EL CAMINO NO TOMADO" o “DETENIENDOSE EN EL BOSQUE EN UNA TARDE NEVADA" — dice con sarcasmo —¡Ah!, ya sé, no recuerdas porque colocaste en un buscador "frases que otros piensan que son lindas para poner en una tumba", de todas formas, no importa, nada puede salir de un corazón que no existe.
La mujer no responde, el hombre frente a ella sólo la señala, la acusa y se burla.
—Ahora, ¿qué hago contigo?— retoma la palabra mirándola con frialdad —has mentido, has manipulado y has encubierto un crimen.
Eleanor, sin miedo al castigo ahora, se enfrenta a él.
—Pero no estoy loca y Lucía... Lucía sí lo estaba— la ira se manifiesta en sus ojos —si encuentras ese diario, tú también te darás cuenta de que ella mentía, te mentía a ti y a sí misma.
Julián se tensa, es el segundo golpe de la noche, la semilla de la duda que Sofía plantó ahora se confirma.
—¿De qué hablas?— cuestiona
—¿Crees que Lucía era una víctima pura?— Eleanor rie histéricamente hasta toser —ella me robaba, le robaba a Richard, vendía mis joyas para pagarle a sus "amigos". Y el diario, ese diario lo escribió para manipularte a ti, para que te sintieras el héroe que venía a rescatarla— las palabras lo hacen tambalear pero no está dispuesto a ceder su verdad —Ella era una persona muy, muy dañada, Julián— continúa hablando mientras respira irregularmente —cuando su padre la amenazó, ella no se mató por ti. Se mató porque tú ya no ibas a ser su héroe.
Julián está inmutable, pero Sofía nota el micro gesto en su mandíbula y está segura de que la duda ha calado en él.
—Cállate, Eleanor— le ordena.
—No me voy a callar, vete al cementerio, desentierra tu preciada prueba de amor y lee la verdad. Y dime después si sigues queriendo quemar este mundo por una fantasía.
Él secuestrador se gira, tomando la mano de Sofía.
—Hemos terminado aquí— dice él saliendo con la chica de la habitación, mientras Eleanor se recuesta en las almohadas, observando cómo ese depredador y su hija se van.
—Espero que se te congelen las manos, Sofía— susurra Eleanor.
La pareja baja las escaleras y él camina con una prisa nueva, porque su mente en la duda.
—No le creas —dice Sofía, sintiendo la necesidad de proteger la motivación de Julián —Ella solo está tratando de manipularte
.
—Lo sé— responde con dudas —pero necesito confirmarlo, necesito ver si el diario sólo habla de su escape, o si también habla de otras cosas.
Se detienen en el vestíbulo. La puerta principal, aunque cerrada, deja escapar el aullido brutal de la tormenta y es imposible salir en un auto.
—Vamos a buscar las llaves de la garita de seguridad— propone él, sacando una linterna táctica de su bolsillo. Es la primera fuente de luz moderna que usan en la casa, y el haz es potente, preciso.
—¿Para qué? —pregunta Sofía.
—Tu padre no está encerrado, Sofía, él está escondido; yo solamente até la cuerda para ganar tiempo. Richard es un cobarde, pero también es un hombre de acción, por lo que, si el diario está en el cementerio, él sabe que vamos a salir y si salimos él tiene que asegurarse de que no volvamos— argumenta convencido.
Julián se dirige al despacho donde dejó encerrado a Richard.
—Vamos a buscar el vehículo de la garita, es el único que tiene tracción en las cuatro ruedas— sugiere Sofía sacándole una sonrisa sádica a su captor —pero primero, vamos a asegurarnos de que papá se quede en su sitio.
Julián asiente y golpea la puerta del despacho con la culata del arma.
—Richard, ¿estás ahí?— inquiere y lo único que escuchan es el silencio. Él mira el nudo en la cuerda que sellaba el pomo y está intacto; sin embargo , sabe que no es suficiente.
—Tu padre no está ahí, Sofía. Se ha ido y no se ha ido por la puerta.
El pánico real golpea a la chica, Richard es un hombre de recursos y si ellos piensan ir al cementerio, él irá a buscar refuerzos o hará algo peor.
—Hay un pasadizo— menciona ella, con la voz ahogada —hay un pasadizo detrás de la estantería de libros raros que lleva al invernadero.
Julián asiente, con la mandíbula apretada.
—Perfecto; entonces, vamos a buscar a tu padre y a dejarle en claro que, si salimos, él tiene que rezar para que volvamos.
El pasadizo detrás de la estantería de libros raros no es un secreto de familia, sino un legado del contrabando de alcohol. El espacio es oscuro, frío y huele a tierra húmeda y moho.
Sofía abre la estantería oculta, revelando la entrada al túnel, mientras Julián la sigue en alerta, aún no confía totalmente en ella.
—¿Cómo sabes de esto?— pregunta, iluminando el túnel con su linterna táctica, que alumbra casi de manera enceguecedora la ruta.
—Lo encontré cuando tenía dieciséis años— responde en un susurro —venía aquí a fumar y a leer a escondidas de mis padres, porque está es la única parte de la casa que nunca controlaron.
El túnel se angosta y deben continuar caminando en cuclillas, hasta el final que termina en una trampilla que da al suelo de cristal del invernadero. Esta es una extensión victoriana de la mansión, dónde parece que en cualquier momento puede ceder, ya que, afuera el viento golpea el cristal con ráfagas de nieve y granizo y el sonido se siente amplificado.